No nací siendo una lechuza. Esa es la verdad. Ninguno de nosotros lo es en realidad, somos huérfanos y fantasmas, criaturas que nadie mira y que todos olvidan. Los Hijos de Nadie si quieres un nombre aunque eso en realidad no importa porque una vez que recibimos las plumas todos somos hijos del mismo Gran Padre, todos somos hermanos y hermanas que agitan las alas durante las noches negras ululándole a la luna. El día que recibí la última de mis plumas me inflé con orgullo y recité el juramento de mis hermanas sin saltarme ni una sola nota pues creía entonces que esta sería mi vida y que pasaría el resto de ella en los tejados oscuros alertando de los peligros que se esconden en los bosques más allá de los límites de la cerca.
Eso fue entonces, ahora las plumas me pesan.
Siguen aferradas a mí pues el cálamo que las sujeta se ha incrustado en mi piel a profundidad, pero cada día noto que ceden un poco más como ejes sueltos que amenazan con desprenderse. No obstante, me aferro a ellas con fuerza pues son la única protección que me queda, el último disfraz que me oculta de los avizores ojos de mis hermanas. Bajo ellas vuelvo a ser un zorro.
Nací como uno hace muchos años en un rincón olvidado cerca de la gran chimenea que calienta este hogar. Un hogar inmenso en el que habitan toda clase de animales quienes le ofrecen regalos y lealtades al dueño que se sienta en la cabecera de la mesa. Es un dueño joven, tan joven que su colección de avecillas cuenta con apenas un puñado de criaturas brillantes. La tradición fue impuesta por algún antepasado, y cada nuevo dueño procura atrapar y mantener solo a las criaturas más bellas, cada una más hermosa que la anterior, con sus voces dulcísimas y sus plumas relucientes.
Yo llegué a este mundo casi al mismo tiempo que el dueño de la casa obtuvo la primer ave de su colección. Una criatura esplendorosa y magnifica que había nacido más allá de las praderas frondosas, tan única que no existía otra ave así en el mundo. Era un Serín diminuto cuyo plumaje parecía emitir pulsos de luz lunar, pero cuando los rayos del sol lo tocaban su cuerpecito relucía como si estuviera cubierto de plata fundida. Al Serín de Plata no le gustaba la casa así que le construyeron un lugar especial en los jardines para que disfrutara del sol y el aire fresco; y a fin de protegerla el dueño asignó a un grupo de cuidadores especiales. Mi madre, la zorra, era uno de ellos. Eso la puso feliz porque gracias a su nueva tarea el gato volvió a prestarle atención; ella no sabía –o de haberlo hecho se habría muerto de pena– que el gato solo la buscaba para acercarse al ave del dueño.
Él, al igual que otros, había sido cautivado por la belleza del Serín de Plata. Y es que el avecilla era tan delicada y bellísima que había despertado anhelos en todos aquellos que lo miraran; anhelos, envidias y rencores entre los animales de la casa. Muchos decían que el ave susurraba melodías secretas en los oídos de los invitados a espaldas del dueño, decían que compartía secretos prohibidos pues quería que alguien la llevara de vuelta al otro lado del mundo. No obstante, la actitud altiva y desdeñosa del ave tan solo avivaba el resentimiento de los animales que visitaban la casa. Su único aliado devoto era el gato, que la visitaba con demasiada frecuencia. Fue él quien le aviso al dueño que el ave se moría, y apenas oyó la noticia este corrió hasta su jaula para mirarla.
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Compendio de Cuentos [Hanami]
General FictionCompendio de Cuentos que ilustran la relación entre el Clan Sombra y el Imperio de Taiyou.