Como cada año el pequeño Serín se ocultó en su diminuto nido apenas inició el invierno.
El nido –un barril de madera colocado en una esquina en el suelo de la jaula– había sido cubierto con la mejor paja que los cuidadores del ave lograron encontrar, pero sin importar que fuera paja nueva y que estuviera cubierta con trocitos de tela aromática, al final del invierno terminaba apestado tras días de encierro interminable; entonces las cuidadores del avecilla debían obligarlo a salir para reemplazar la paja del nido en un ciclo interminable.
Ese año, sin embargo, sucedió algo inusual. Tras una tormenta de nieve especialmente terrible el pequeño Serín abandonó su chillido incesante y se negó a comer; fue tal la preocupación de sus cuidadores que enviaron a alguien para investigar el asunto. Y para sorpresa de todos la voz del Serín se oyó fuerte y clara desde el interior del nido exigiendo agua limpia para beber, semillas nuevas para picar y libros para leer.
Los cambios iniciaron entonces bajo la atenta atención de las pocas criaturas que visitaban la jaula o vivían en ella, como la lechuza tenebrosa que llevaba años viviendo en una esquina y la serpiente que esperaba en el exterior entre la nieve fría.
No paso mucho tiempo hasta que el Serín aventuró la cabeza fuera de su nido. De ese día en adelante dedicó horas a sentarse en la entrada, girando el cuello alrededor como si todo lo viera por primera vez, también abandonó la costumbre de picotear a las palomas que lo visitaban para traerle de comer, aceptaba de buena gana la comida pero dejo de comer frente a ellas sin explicación alguna.
El día que finalmente cambiaron el agua de su bebedero a todos les sorprendió que el Serín decidiera bañarse, pues era la mitad del invierno, pero el avecilla salió del nido sobre sus patas inestable para lavarse en el agua fresca. Tenía el plumaje maltrecho y excesivamente deslucido, además le faltaban algunas plumas; pero nada de eso pareció importarle porque se metió en el agua y esponjó el cuerpo una y otra vez hasta limpiarse la mugre y la tierra. Seguía estando flaco y arruinado, pero se atisbaba ya el color amarillo de sus plumas.
El Serín pasó el resto del invierno fuera de su nido, volviendo a él solo para descansar. Por primera vez en muchísimo tiempo le ordeno a las palomas limpiar la jaula de las hojas secas y la basura que se habían acumulado a lo largo de los años y que nadie se había tomado la molestia de sacar. También mando a limpiar los postes altos en los que no había vuelto a subirse desde el momento en que sus alas empezaron a fallar y ordeno que hubiera semillas frescas cada día para elegir.
Uno de los mayores cambios del Serín fue permitir que la lechuza tenebrosa con la que compartía la jaula se acercara a él. Durante días la lechuza lo rondó, tenso y en guardia, listo para encogerse si otro picotazo venía en su dirección, pero eso nunca ocurrió. Y conforme fue avanzando el invierno la lechuza aprendió por primera vez a caminar tras el Serín, lo ayudó a llegar a los postes altos y le hizo compañía durante los cortos días en los que no había otra cosa que hacer que dar vueltas en los límites de su hogar.
Un día el Serín fue hasta la puerta de su jaula. Las palomas y la lechuza que cuidaban de él lo vieron empujarla para después saltar hacia el montículo de nieve que había en el exterior, sin pedir permiso ni avisar, como si la idea hubiera sido repentina e inesperada. Nadie se atrevió a decir nada en voz alta aunque las palomas susurraron consternadas y sus voces alcanzaron a la serpiente que empezó a sacudirse entre la nieve donde dormía pues tras años de la misma rutina fastidiosa se había vuelto perezosa y durante los días fríos tendía a invernar.
Fuera de la jaula el mundo era frío, la nieve seguía cubriendo el suelo del jardín y muchas de las criaturas que vivían en los límites del hogar habían emigrado a lugares más cálidos como hacían cada invierno por lo que todo permanecía en silencio y casi inmóvil.
El Serín observó todo con el deleite de un polluelo mientras él y su lechuza avanzaban por el cable que conectaba el poste que sostenía su jaula con la casa principal. El día era tan frío que para cuando llegaron a las albardillas del techo ambos tuvieron que resguardarse un momento antes de emprender el regreso.
La noticia de que un ave extraña había llegado a la casa hizo que el líder de las lechuzas tenebrosas, quienes vivían en los tejados de la casa, descendiera de lo alto para atender a los invitados, y mayor fue su sorpresa al descubrir que uno de ellos era el Serín, el ave enferma que el dueño guardaba celosamente desde hace años. El otro era uno de sus hermanos, una criatura ligeramente flacucha que parecía haberse quedado pequeña.
Tras una corta visita, el líder los vio hacer el viaje de vuelta mientras el sol en lo alto se reflejaba sobre las colinas blancas y sobre el velo de color dorado que cubría el hogar del Serín. Vagamente se preguntó la clase de hogar que era y entre más lo miraba fue percatándose que el borde del velo se había deshilachado y la tela dorada se había convertido en un amarillo deslucido tras tantos días al sol; entonces se preguntó cuánto tiempo había pasado desde que el Serín fuera puesto en el exterior.
Durante los últimos días de invierno el Serín tomó la costumbre de visitar a las lechuzas cruzando el jardín desde su jaula hasta los tejados siguiendo el cable que los unía. Desde lo alto vio a la nieve perder su esponjosidad hasta convertirse en montículos grises de hielo y tierra por la cual transitaban las criaturas que vivían en los terrenos de la casa y empezaban a volver. Y cuando el avecilla supo de la gran fiesta que se celebraría en el jardín para agradecer la llegada de la primavera y festejar el regreso del Dueño de la casa, el Serín decidió participar y no hubo nada ni nadie que lo hiciera cambiar de opinión.
Y así, la primavera estaba viva cuando se colgaron los listones de colores y los adornos de fiesta en los postes de la casa. El pasto era un manto de reluciente verde que se extendía por las colinas y todos los brotes de flores estaban abiertos el día que se oyó el rumor de caballos, pues el Dueño ya volvía.
Todos los animales, con excepción del Serín, salieron a recibirlo. Todos aplaudieron al verlo descender de su carruaje y todos se inclinaron respetuosamente al verlo avanzar a la casa; una vez que estuvo dentro se abrieron las puertas y se sirvió el banquete. La fiesta duró tres días y tres noches con espectáculos interminables; decenas de criaturas se alinearon una tras otra para presentarle sus respetos al dueño junto algún regalo. Ropa, joyas, monturas, carruajes, y un sinfín interminable de artículos varios que en ocasiones se repetían año tras año.
Finamente llegó el turno del baile al aire libre y todos se reunieron en el exterior, bajo el delicioso sol primaveral para ver a las avecillas volar. Algunas de ellas eran criaturas exóticas y deslumbrantes que cantaron y bailaron en honor al Dueño de la casa embelesando a todos los espectadores con sus plumajes vistosos y sus dulcísimas voces.
Pero la mayor sorpresa llegó de improviso, cuando entre un grupo de avecillas emergió otra pequeña criatura con un esplendoroso plumaje dorado que deslumbró bajo el sol como si sus alas estuvieran cubiertas de oro. Era delicado y extremadamente fascinante pues, aunque no podía volar ni cantar se movía con gracia y dulzura, extendiendo las alas hacia el cielo creando patrones de luz cada vez que los rayos tocaban sus plumas al girar.
Los murmullos de asombro se esparcieron por el jardín mientras los ojos de los invitados permanecían fijos en la pequeña criatura que giraba. Fue tal la atención centrada en la avecilla que nadie se percató de la expresión iracunda que destelló en los ojos del Dueño apenas reparó en la identidad del ave.
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Compendio de Cuentos [Hanami]
Ficción GeneralCompendio de Cuentos que ilustran la relación entre el Clan Sombra y el Imperio de Taiyou.