PRÓLOGO

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  TASHA VENACINI

Mi nombre es Tasha Venacini, tengo diecisiete años y sufro de cardiopatía congénita. Mi vida a la vista de los demás es normal, pero en realidad no lo es, mi vida se basa en ir a hospitales cada fin de mes. Chequeos, medicamentos, dietas y el infalible examen electrocardiograma.

Hoy cómo es de costumbre cada final de mes, me tocaba consulta con mi médico cardiólogo, el cuál se encarga de monitorear mi corazón. Sus respuestas y sugerencias siempre eran las mismas; estás bien, sigue cumpliendo la dieta, etc.

No me quejó de mi vida, podría tener una enfermedad peor, pero sin embargo hay momentos en los que enloquezco y quiero desaparecer. Ya no soy una chiquilla de cinco años que cada vez que visitaba al médico le regalaban globos o cualquier golosina para que me calmara. Ahora veo todo de una manera muy distinta, pienso en mi vida, en mi presente y sobre todo en mi futuro.

Pienso en que será de la vida de mis padres cuándo fallezca, pienso en qué con quince años, aún no he hecho nada, literalmente nada de lo que cualquier adolescente de mi edad hace. No puedo salir a correr porque al cansarme me falta la respiración, no puedo beber, no puedo tener emociones fuertes porque estoy propensa a que me de un ataque cardíaco.

Pienso qué no he tenido novio y que quizás nunca lo tendré. Al decir verdad, ¿quién quiere estar con una persona que todos los meses tiene que estar literalmente clavada en un hospital haciéndose exámenes de todo tipo? Y eso sin contar algunas que otras restricciones qué tengo gracias a mi enfermedad.

A pesar de todo eso, aún sigo soñando con tener en un futuro una familia, con hijos y un esposo maravilloso. Una casa grande y todo esas cosas que una persona "normal" quiere cuando sea adulta.

Y aquí estoy una vez más, sentada en la banca de un hospital esperando mi turno. Mi madre estaba sentada hablando con una señora del otro lado del pasillo. Decido sacar mi teléfono celular y conectarlo con mis audífonos, para oír música mientras esperaba mi turno. Lo saco y enciendo el reproductor MP3 colocando una de mis canciones favoritas Give me the reason — James Bay.

Sumergida en mis pensamientos, a lo lejos escucho una señora, en realidad la misma señora que hablaba con mi madre hace unos segundos.

—Cielo tranquilo, la señora no te hará
nada— Decido mirar a la mujer qué se encontraba frente a mi.

Me doy cuenta que ya no estaba hablando con mi madre, sino con un chico de quizás mi misma edad, ojos negros pero con un brillo inigualable, cabello negro azabache y piel blanca.

Me quedo mirando fijamente al chico, el pobre tiene una cara de pánico y, tengo la leve sospecha que tiene ganas de llorar, ruedo los ojos. Su actitud me parece tan infantil, decido volver a poner mi atención a la canción que escuchaba hace un momento, pero en eso escucho está vez, la voz de mi madre llamarme. Me levanto y me dirijo hasta dónde ella se encontraba.

—Cariño ya va hacer nuestro turno de pasar, recoge tus cosas y quédate aquí a mi lado— le hago caso a mi madre y voy al otro lado del pasillo.

Recojo mi bolsa y mi teléfono celular, mientras camino voy guardando también unos libros que había sacado.

En ese instante, no me fijé en que momento él chico que hace un rato estaba a punto de llorar, choca contra mi lanzado mi mochila y libros al suelo

—Vaya aparte de estúpido, ciego—  él, se queda paralizado sin nisiquiera pedirme unas disculpas por haber tirado mis cosas al suelo

—Engreído de mierda— susurro para luego recoger mis cosas.

Le doy una mirada de reproche y lo empujó levemente mientras me hacía paso para seguir mi camino, pero antes de alejarme completamente, me detengo y lo volteó a ver.

My little boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora