Secreto 8

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Cuando eran niños, todos en el orfanato jugaban a imaginar cómo sería el señor Umino. Aquel hombre misterioso que hablaba por teléfono con cada uno de ellos, que enviaba regalos, que conocía los gustos y aficiones de cada pequeño, tomaba una forma distinta para cada cual. Sakura solía dibujarlo alto, con el pelo blanco y una gran barba, como si fuera una especie de Santa Claus. Nunca se había esperado aquello. 

El señor Umino era un hombre serio, de hombros anchos y estatura normal. Vestía un traje oscuro con camisa negra, chaleco y corbata del mismo color con un alfiler opalescente. Mantenía las manos unidas con los dedos cruzados. Al mirarlas, Sakura vio que tenía un único anillo en el dedo anular, una alianza de oro. «¿Existe una señora Umino?», pensó de pronto, muerta de curiosidad y también de incertidumbre. 

Él no decía nada. Parecía estar aguardando a que Sakura reaccionara. Sus ojos oscuros la miraban con una evidente emoción, sin embargo, no había nada más en su semblante que expresara nada: su ceño estaba relajado y su actitud era tan tranquila que un aura de serenidad, casi de majestad, parecía envolverle. A pesar de no aparentar más de cincuenta y cinco años, algo en él daba la impresión de ser antiguo y noble, igual que un templo. 

—¿Es usted de verdad? —fue lo primero que Sakura pudo pronunciar. 

El señor Umino asintió y se puso en pie, señalándole con la mano una silla frente a su escritorio. Sakura avanzó y tomó asiento, observándole con los ojos como platos. 

«No te rindas, Sakura», le había dicho aquel hombre cuando, con dieciséis, desesperada, lloraba al teléfono diciéndole que no iba a poder aprobarlas todas, lo fracasada que se sentía. «El único fracaso es rendirse. Inténtalo, y si no lo consigues este año, lo lograrás el que viene. No te presiones, nadie espera queseas perfecta». 

Recordaba perfectamente aquella conversación, igual que muchas otras. El señor Umino, al otro lado del teléfono, le preguntaba por sus estudios, por sus amigos, por sus sentimientos. Y siempre, por una u otra razón, acababan volviendo a lo mismo: la necesidad de no rendirse, pero también de tener paciencia y no exigirse la perfección. El señor Umino la conocía mejor de lo que nunca la habían conocido sus propios padres y ella, al igual que el resto de los jóvenes del hospicio, lo adoraba e intentaba por todos los medios no decepcionarle. 

—Tenía muchas ganas de verle —acertó a decir, aunque inmediatamente le sonó tonto y ridículo. 

—Yo también. Lamento que tenga que ser así. No es lo que me hubiera gustado. 

Aquellas palabras y su tono triste hicieron que su mente volviera a ubicarse. Rápidamente miró a Shikamaru, que permanecía de pie junto a la puerta. 

—¿Por qué estoy aquí? ¿Qué es lo que ocurre? 

El señor Umino suspiró y se inclinó hacia adelante, mirándola con gravedad. 

—Te he hecho traer porque estás en peligro, Sakura. Todos lo estamos. 

La sangre se le congeló en las venas. Miró fijamente a aquel hombre que siempre había sabido tranquilizarla cuando aún era una niña. ¿Por qué le decía esto ahora? Recordó entonces las primeras palabras que Shikamaru Hatake le había dirigido cuando se encontraron y el mundo se le cayó encima. 

—Es por Sasuke, ¿verdad? —acertó a decir. 

El señor Umino se apartó un poco para abrir un cajón del escritorio y extrajo una carpeta del interior y una Tablet. Colocó esta última frente a Sakura y la encendió, mostrando una carpeta llena de fotografías ordenadas por fecha. Las primeras imágenes estaban datadas en 1890 y mostraban el antiguo edificio del orfanato. Sakura pidió permiso con la mirada antes de empezar a pasarlas con el dedo. 

El Secreto de 🔒 S A K U R A ✨ [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora