anochecer

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Algo que no todos saben es que el horario en el que adelantas una hora más al reloj siempre fue mi favorito, ya que la noche siempre estaba más cerca y esa es mi parte favorita del día: la noche.

Tiene algo tan espectacular y tan mágico, que cuando miras al cielo, las estrellas que lo adornan te hacen reflexionar que nosotros, en realidad, somos mucho más pequeños que todas ellas.

Entre más pequeña este una estrella sea porque probablemente esté más alejada, y también que sea mucho más grande.

Además de que la Luna por sí misma me ha parecido lo más complejo de todo: su luz — que no es su luz, sino del Sol — no es tan potente para alumbrar más que lo necesario, para hacer que ciertas escenas de nuestra vida cuenten una historia insuperable, inolvidable, formidable.

En todas sus fases.

Mi fase favorita es la Luna Llena.

Siempre esperaba con ansias cuando el turno vespertino escolar terminaba, la luna ya estaría fuera y si había un poco de suerte, quizá algunas estrellas estuvieran expuestas, además de que  podía ir corriendo a un ciber para hablar con el dueño de mis suspiros.

Todas las noches hablaba con él.

Todas esas noches dónde la luna estaba brillante, rodeada de estrellas.

Es curioso que apenas lo piense, pero recuerdo como si hubiera pasado ayer la aquella vez que pedí la computadora de costumbre, según yo la escogía porque tenía un internet rápido, pero inconscientemente había una ventana que daba a la calle, y yo miraba de vez en cuando a la Luna. Miraba la noche.

Contemplaba que teníamos el mismo cielo oscuro sobre nuestras cabezas y que eso era lo único que no cambiaba.

Lo único que realmente nos hacía sentirnos cerca además de los mensajes.

Recuerdo aquella noche del frío Diciembre del 2014, un martes.

Recuerdo como en los audífonos sonaba una canción llamada Brighter de una banda llamada Paramore, que casualmente a ambos nos gustaba.

Vaya, otro gusto a la lista.

Recuerdo, también, su frase emblemática de aquella oscura y brillante noche en la que me dijo "siempre ve la Luna, y ten en mente que ahí siempre estará escrito en letras mayúsculas lo mucho que te quiero".

Al principio no lo entendí, me hizo salir a ver la Luna muchas noches para notar algo extraño, quizá alguna mancha en forma de corazón, según en mi lógica, pero seguía la misma mancha en forma de conejo que las famosas leyendas mexicanas nos enseñaron desde niños.

Pero después entendí que él quería que yo viera su belleza, su grandeza que la hacía ver a su vez tan pequeña, lo brillante que estaba y lo bonita que se nos hacía a nuestros ojos.

Una vez entendí, me dejó en claro una cosa:

Yo era la Luna que alumbraba en su penumbrosa alma.

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