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─ ¡Arriba zanahoria! La alarma sonó hace más de quince minutos. Se supone que es tu turno con el desayuno. - exclamo mi mamá mientras aporreaba la puerta de mi habitación − ¡Tienes cinco minutos! - declaró antes de que sus pisadas se alejaran por el pasillo.

Al abrir los ojos me encontré con aquella pared blanca que me había acompañado desde hacía ocho meses atrás, recordándome cada mañana que ya nada era como antes. Cerré los ojos de nuevo dándole al universo otra oportunidad, pero como siempre solo me regreso la mirada aquella odiosa pared.

Decidí levantarme antes de que el sueño me venciera de nuevo y me encontré cara a cara con el espejo de cuerpo completo que reposaba tranquilamente al lado de mi cama.

No había cambiado tanto físicamente, mi cabello se encontraba un poco más largo rozándome debajo del pecho, mi piel había perdido ese pequeño bronceado al estar tanto tiempo sin poder sentir la luz del sol, pero había podido mantener mi físico gracias al pequeño gimnasio que se encontraba en la habitación contigua y mis ojos todavía mantenían esa chispa de vida y alegría, aunque podía sentir como se estaba comenzando a apagar lentamente.

Caminé hacía el pequeño mueble al otro lado del cuarto en el que guardaba mi ropa y opté por un pantalón de pijama gris y un suéter tinto de lana tejido junto con unas pantuflas grises y unos calcetines largos.

Aquí adentro siempre estaba helando, lo que nos permitía mantenernos hidratadas sin la necesidad de tomar mucha agua. El agua siempre era nuestra mayor preocupación. Solo nos permitíamos dos baños a la semana de no más de ocho litros de agua, pues aunque teníamos instalado un sistema de purificación lo mejor era no arriesgarse. Incluso en ese aspecto era algo benéfico que el clima siempre fuera frio, no me quiero imaginar el olor que tendría esta cosa si viviéramos día a día con 40°C.

Salí de mi habitación y me encaminé hacia la cocina en dónde mamá me esperaba en el pequeño comedor, que había sido monopolizada por sus herramientas de trabajo. Se encontrada tan concentrada examinando algo que parecía ser una clase de radio antiguo que ni siquiera me escucho llegar.

Su cabello rojizo oscuro se encontraba recogido en una coleta alta evitando que le cayera en la cara, de la misma forma que lo hacía cada vez que estaba trabajando. Su nariz, normalmente muy llamativa pues era un poco grande para su cara se disimulaba de una forma sorprendente bajo sus lentes cuadrados. Su labio inferior estaba aprisionado entre sus dientes y en conjunto con esos ojos curiosos cafés, que observaban aquel aparato con curiosidad formaban aquella expresión que había heredado y que solía hacer sonreír tanto a mi papá.

─ Llevas más de un mes intentando que esa cosa funcione, honestamente creo que no le caes muy bien - bromee logrando que notara mi presencia.

─ Pero qué cosas dices, todo el mundo me ama - respondió con una media sonrisa mientras se levantaba de la mesa sacudiéndose el polvo que tenía acumulado en las manos. - Aunque tal vez si le ofrezco un poco de chocolate se vuelva más amigable - comentó de manera inocente.

─ Ni siquiera lo pienses - amenace entrecerrando los ojos intentando mantener una cara lo más seria posible, pero con ese brillo travieso y esa aura de felicidad tan característicos de ella era imposible mantenerte serio por más de quince segundos. Por lo que ambas terminamos riendo.

─ Tranquila - dijo aún con riendo suavemente. - Jamás le daría tu chocolate - aseguró. - Ni siquiera el que intentaste esconder dentro de la caja de avena.

Abrí mucho los ojos al darme cuenta que mi pequeño plan había fracasado, pero ella solo me sonrió con orgullo, como diciendo "Así es, conozco tu pequeño secreto".

─ Bueno... Es que yo quería... Ya sabes - balbuce sintiendo mis mejillas acaloradas.

─ Mejor ponte ya a hacer el desayuno, anda, antes de que termine comiéndote a ti.Habíamos estado sobreviviendo a base de comida enlatada, aunque teníamos un pequeño huerto al fondo del laboratorio de papá, solo habíamos conseguido cultivar unas cuantas espinacas.

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