II

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Me levante de la cama un poco desesperada, había estado intentando dormir, pero mis pensamientos parecían una avalancha carente sentido. Mi reloj de la muñeca apuntaba las seis con quince de la mañana.

Decidí salir a caminar un poco e intentar despejarme, pasé frente a la habitación de mi mamá de la forma más silenciosa que me fue posible. La puerta de su habitación se encontraba justo frente a la mía, por lo que rápido la deje atrás.

El bunker era como un rectángulo alargado, por lo que parecía que todo el lugar era un pasillo interminable. En el fondo se encontraban dos puertas, la de la derecha era la del almacén, y la de la izquierda la del laboratorio, justo después se encontraban las habitaciones, la mía era la que se encontraba junto al laboratorio, seguida por el pequeño gimnasio, que se encontraba frente al baño. La parte más grande era la que estaba conformada por la cocina y el intento de sala, ahí se encontraba también la escalera de metal que llevaba a la escotilla de entrada, tenía una de esas manijas redondas gigantes a cada lado que solo había visto en submarinos, pero la del exterior estaba oculta entre la maleza, evitando que la persona equivocada la notara.

Recargada en una barra de hierro que mantenía este lugar en pie observé a través de la oscuridad una sombra que probablemente era la mesa, caminé hacia ella y al llegar utilicé mis manos para intentar encontrar la pequeña lámpara que mamá utilizaba para seguir trabajando cuando yo ya me iba a dormir.

Al encontrarla, toda la sala se iluminó con una tenue luz.

Aburrida, exploré todas las compuertas que había en la cocina, esperando que algo hubiera cambiado mágicamente. Abrí la última compuerta encontrándome con una docena de frascos medianos que contenía mi medicina.

Era un líquido de color azul muy claro, mirándolo así hasta parecía bonito.

Tomé uno de los frascos agitándolo un poco, era extraño como algo que parecía tan simple, era lo único que me mantenía con vida.

De repente, un extraño chirrido llegó a mis oídos provocando que el frasco se me resbalara de las manos.

Regresé la medicina a su lugar y me quede congelada intentando descifrar de dónde había venido ese sonido.

El extraño sonido regresó con mayor fuerza, y fue entonces que me di cuenta que era la escotilla.

Alguien estaba tratando de entrar.

Sentí como la emoción me llenaba completamente. Mi padre era el único que sabía la ubicación del bunker. 

Al fin saldría de aquí, podría respirar el aire puro de nuevo... Por fin lo vería de nuevo.

Me sentía tan feliz que era capaz de ponerme a saltar de una forma que estoy segura sería muy ridícula, pero no pude disfrutar de aquella sensación por más de unos cuantos segundos.

De un momento a otro, me encontraba siendo arrastrada del brazo por mi mamá, mientras llevaba su mano libre a la boca, indicándome con su dedo índice que guardara silencio.

Me metió bruscamente en la que era mi habitación llevándome hasta una esquina donde se escondió junto a mí por un momento.

─ Escúchame bien, no salgas de esta habitación hasta que yo venga a buscarte ¿entendido? – me susurró sosteniéndome de los hombros, asegurándose de que no me perdiera ni una sola de sus palabras. – Aria, ¿te quedo claro? – volvió a preguntar cuando no respondí. Pero yo aún me encontraba demasiado conmocionada para hablar, por lo que solo asentí con la cabeza levemente. Al parecer eso fue suficiente ya que se levantó y salió de la habitación sin mirar atrás, cerrando la puerta tras ella.

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