Capitulo 2.

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-¡No se muevan! –grito uno de los hombres.

Llegaban los recuerdos a mi cabeza como ráfagas. Estaban vestidos de negro, tenían sus armas apuntándonos y la única que luz que permitía ver que estaba pasando era la de la luna, que se colaba por los ventanales.

-¿Qué es lo que quieren? –pregunto Alejandro. Sin una pizca de miedo.

-Por ahora, que saque el arma que tiene en la espalda y la deje en el piso –hablo una chica.

Lo que no sabía, era que el arma la tenía yo.

Alejandro nunca se acostumbró a llevarla.

-Alguien no hizo su trabajo muy bien –finalice. Tome a la chica por el cuello y le apunte la cabeza. Alejandro se puso detrás de mí.

-Nosotros veníamos en son de paz, suéltela –dijo el mismo hombre del comienzo –o, ¿qué prefieren? ¿Una balacera?

-¿A quién cree que está amenazando? Nosotros no tenemos nada que perder –exclamo Alejandro, con una sonrisa socarrona. Se activó una de las alarmas de la mansión –tienen un minuto para salir, porque va a llegar la policía. Tic tac.

-No nos iremos sin la chica –a lo lejos se escucharon las sirenas. Pero, algo estaba mal; la chica no estaba luchando.

-Te la devuelvo –la solté. Pero le dispare en una pierna, eso era, no sé, ¿un sello del cartel?

El hombre como pudo, se la llevo. Para cuando llego la policía, ya habían desaparecido, absolutamente todos. Entro Sebastián, que es uno de los encargados de la seguridad con un alto mayor de la policía, un ¿coronel? No sé muy bien qué cargo tiene.

-¿Tienen autorización para tener todas esas personas armadas? –pregunto el de uniforme.

-Primero que todo, buenas noches –interrumpió Alejandro –segundo, si, si tenemos autorización. Somos personas importantes, en cualquier momento se puede presentar un incidente como el de ahora.

-¿Y la sangre? –pregunto Sebastián.

-Todo fue en defensa propia. Daremos los detalles necesarios para que encuentren a las personas que irrumpieron en nuestro hogar –agregue.

-¿Ya vieron la fachada de la mansión? ¿Todos los periodistas que hay afuera? –entro Camille, histérica. Traía un moño despeinado y un tic en el ojo.

Salimos con Alejandro para ver de qué hablaba la pelirroja. Habían pintado el nombre de una mujer en la fachada, con algo que olía hediondo.

-Sarah Williams –leí.

-¿Te suena el nombre? –cuestiono Camille.

-No –respondí tajante. Al parecer, Alejandro si lo conocía, lo conocía bien. Se notaba en su expresión.

-Lo pintaron con sangre, hay que descartar que sea de un humano –dijo el hombre de la policía.

¿Quién es tan sádico? Sea de animal o de humano. Que horror.

Me acerque a mi novio, para ver quién era la persona dueña del nombre, como sea, tenía que darnos una pista. De nuevo, no entendía nada de lo que estaba pasando, solo que esta vez, no era yo, la única con la duda.

-¿La conoces?

-¿Conocer a quién? –contraataco con una pregunta, estaba nervioso.

-A Sarah Williams, te paralizaste a penas leíste su nombre.

-La pared está llena de sangre, cualquiera se paraliza, ¿no? –Algo estaba ocultando, eso no era bueno –si supiera quien es, ya le hubiera dicho al hombre de la policía, preciosa. Pero no tengo ni la más mínima idea.

Cambio de actitud de un momento a otro. Maldita sea, Alejandro Taylor.

-¡Alejandro!

-¡Señor Taylor!

Los reporteros lograron abrir la reja de la entrada y habían seguido como pedro por su casa.

-¿Qué fue lo que paso en su mansión?

-¡¿Es por su amistad con Alexander Johnson?!

-¿Quién es Sarah Williams?

-¿Tuvieron que aterrizar de emergencia? Estamos en vivo.

Y así, muchísimas preguntas más que eran inaudibles.

-Qué falta de respeto que entren así a una casa y pregunten estupideces que no les interesan –dijo Camille, a uno de los tantos micrófonos que habían quedado en nuestras caras.

-Unas personas entraron a nuestro hogar, pintaron la fachada con un nombre que ninguno reconoció. Referente a la emergencia, tuvimos que aterrizar en un lugar cercano, porque uno de los motores del jet se vio afectado, no hubo personas con lesiones de la tripulación, afortunadamente –con muchísima seguridad, hablo Alejandro, como un guion ensayado, como siempre –sé que también tienen dudas sobre el periodista Aron y lo que dijo en el canal nacional, estuve hablando con mis abogados y por razones legales no puedo decir mucho, solo que es una de las mayores calumnias que ha recibido mi familia.

-Como saben, salí del hospital hace una hora, no supe exactamente lo que causo mi desmayo, sin embargo, necesito descansar porque ha sido un día terriblemente largo. Les pedimos de corazón, que se retiren, no hablaremos más de los tres temas que toco Alejandro, por ahora –aclare.

-Una última pregunta. ¿Cabe la posibilidad de que el motivo pueda ser un embarazo?

-Esa es una pregunta muy personal, querida. Pero es un no rotundo, no estoy embarazada –finalice. Los de seguridad empezaron a sacar a los periodistas y el hombre de la policía salió con ellos. Ni un hasta luego, todo grosero.

Voltee en dirección a Taylor, quien se veía de nuevo tan campante.

-¿Qué te parece si le cambiamos el color a la fachada? –pregunto, inocentemente.

-Sé que me estas mintiendo –sus ojos color miel no quisieron ver los míos, él en el fondo sabía que no me podía ocultar nada –y no, me gusta el blanco que tiene ahora. Es más, la sangre le queda perfecta.

Entre a la mansión y Sebastián estaba hablando con Camille.

-Sebastián, ¿cómo permitiste que pasará esto? –inquirí.

-Lo lamento, señorita Verónica. El esquema estaba completo, hicimos las rondas como de costumbre, nadie sabe cómo fue que entraron.

-Tus excusas hubieran costado mi vida o la de Alejandro. No te voy a despedir, pero te voy a bajar de puesto, no me sirve tenerte si tus planes fallan de esta manera.

-¿No te estas excediendo, Verónica? –hablo Alejandro, detrás mío.

-No lo creo.

Aun me sentía débil y había ratos en los que veía pequeñas lucecitas. Subí a la habitación, me puse el primer pijama que encontré y me acosté. Solo que no podía dormir, me faltaba el abrazo de Alejandro. Solo... me había dolido de alguna manera que no fuera al hospital, o sea, uno entiende el día ocupado, pero podíamos resolverlo juntos. 

Al rato, él también subió. Solo que me dio la espalda cuando se acostó.

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Escuchamos que alguien timbraba con desesperación. Bajamos y Camille ya estaba en la puerta para ver quién era, al parecer, se había quedado. Con Dominic de viaje, no le gustaba estar sola en su casa.

-Pongan ya las noticias –dijo una Angélica, con una chancla diferente a la otra y el pequeño Daniel en brazos. Alejandro prendió el televisor que había en la sala.

-Tengo pruebas de que el avión en el que se suponía, iba Alejandro Taylor, ni siquiera despego –otra vez Aron –el testimonio del piloto y un reporte de la central de control, de que alguien fue sobornado para dar la noticia. ¿Hasta cuándo con las mentiras? ¿Intentando tapar el sol con un dedo? Me recuerda al motivo por el cual inició su relación con la hija de Gregorio Daddario, para buscar una ¿distracción?

¿Cómo sabía todo eso?

-¡Yo a ese hijueputalo mato! –grito Alejandro. Volvió la mirada vacía, esa que no tenía hace tiempo. La guerra había empezado de nuevo.

El Amor Eterno de un Narco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora