Capitulo 7.

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En la mañana ya habíamos desocupado la mansión. Mi foto estaba en noticias, periódicos, redes sociales, carteles; hasta recompensa ofrecieron.

Estábamos yendo a un evento político, con muchísimo cubrimiento.

Yo llevaba un abrigo enorme, gafas de sol, bufanda, totalmente de negro.

Nos bajamos de la limusina con Alejandro y Samuel, ambos llevaban puesto un traje blanco, llamativo, no tenían ni un atisbo de nervios, sin embargo, yo sí. La rueda de prensa empezaría en 10 minutos y al entrar fue imposible que la gente no nos observará con asombro.

Entre aquella gente, estaba la familia de Diego, de quienes no había vuelto a saber. Supongo que nunca se enteraron que había muerto o si sí, no lo habían hecho público por evitar el escarnio y el escandalo.

El lugar era un teatro, al que iban los más ricos a escuchar la ópera, pero ¿hoy? Era una confesión.

Nos llevaron tras el telón, para explicarnos cuanto tiempo teníamos para hablar, como funcionaban los micrófonos y cuantas preguntas podíamos recibir de la prensa.

Jamás, había visto a Alejandro tan decidido en algo. Y recibir tanto apoyo de Samuel me aterraba.

-Y con ustedes, dos de los empresarios más importantes del país y la hija de uno de los abogados más prestigiosos –dijo el presentador. Escuche murmullos y me sentí aún más nerviosa. Los asistentes aplaudieron cuando abrieron el telón. Quede yo en la mitad de ambos Taylor.

-Los rumores vienen desde hace ya varios años, nuestras caras volvieron a aparecer en noticias, periódicos y todo medio de comunicación posible. Esta vez no intentaremos ocultar nada y tampoco pretendemos tapar el sol con un dedo –tome aire –las acusaciones a nuestro nombre son gravísimas, sin embargo, lo grave no les quita veracidad. Somos responsables del desarrollo de una de las mayores redes de narcotráfico del país, hemos sido asesinos y entre muchas otras cosas más, hemos evadido el tema por donde más se nos ha facilitado –finalice.

Un silencio sepulcral invadió la sala. Camille, Dominic, James y Angélica estaban entre el público; no estuvieron de acuerdo con la locura que acabábamos de cometer.

-Nuestra vida personal siempre ha estado en el ojo y la boca de la gente que se cree moralmente superior y con la capacidad de juzgar a quien quiera, pero con nosotros se les puso difícil, porque hemos sido muchas cosas, pero estamos seguros de que han hecho cosas peores, ¿la diferencia? Que las cosas que ellos hacen, no se divulgan y por lo tanto, no importa –Alejandro tenía una mirada oscura y una voz bastante fuerte, se escucharía en cada rincón de aquel teatro sin necesidad de micrófono –no importa hacer el mal, si no hay quien te mire para juzgarte. No hay reflexión ante tus propias acciones, porque nadie sabe que es lo que has hecho, porque nadie tiene las bolas de enfrentar realmente lo podrida que tiene el alma.

Eso nos había pasado a nosotros.

-Es por todo esto que hoy venimos a aceptar, ante todos ustedes nuestras acciones. No digo errores, porque bien sabíamos en que mundo nos estábamos metiendo. Pero si nos hundimos los Taylor, se hundirán todos aquellos implicados, porque mi familia no será la única en pagar los platos rotos –Samuel, con todo el porte y la elegancia que lo caracterizaba, estaba ganándose mil enemigos, pero eso no le importaba –en este momento está publicada la lista con políticos, empresarios, periodistas, que se ofrecieron para invertir, para servir de testaferros, quienes ganaron dinero estando conmigo pero me dieron la espalda cuando me vieron en la cuerda floja. Mi familia es lo más importante y con ellos, nadie se mete sin recibir las consecuencias luego ¡Buena tarde, querido público expectante! –finalizo Samuel.

Bajamos de aquella tarima con la frente en alto, con muchas miradas encima, la tensión estuvo presente en todo momento.

La única condición para que no nos arrestarán allí, fue entregar a la gente de interés de los policías, claro, a quienes no nos había traicionado. Porque de muy buenas fuentes supimos que mucha gente estaba detrás de la cabeza de Alejandro para quedarse con el negocio. A Aron le había salido el tiro por la culata, porque su plan era dejarnos por el piso y que siguiéramos dando gritos de ahogado, esperando que del cielo nos llegará una solución.

Como de película, llegaron muchísimas camionetas idénticas y mientras los escoltas nos cubrían, Samuel subió a una y Alejandro y yo a otra. Nadie sabía en cual íbamos y era lo mejor, para evitar atentados. Me sentía agotada.

-Haría todo lo que fuera por ti, preciosa –hablo Alejandro de pronto.

Yo solo me acomode en sus brazos, intentado hallar refugio.

Pero, algo se llevó mi atención.

Una gran valla, con la foto del asesinato de una chica y el nombre "Sarah Williams" en él.

Alejandro palideció.

Otra valla.

Decía: ¿su asesino? Alejandro Taylor.

Una foto de Alejandro con sangre en su ropa, manos y cara, en aquel cartel.

-Que... ¿Qué hiciste, Alejandro? –solloce. Esta vez Alejandro si me vio a los ojos, yo solo intentaba descifrar que me quería decir con aquella mirada.

-Es algo de lo que no puedo hablar, Verónica –su voz fría estuvo presente.

-¿Por qué? ¡Dime! –exigí, sintiéndome como una histérica.

-Se lo prometí a Daniel y bien sabes que yo no rompo mis promesas –espeto.

-Daniel murió hace dos años, Alejandro –bufe, sintiendo las lagrimas bajar por mis mejillas.

-Y los secretos quedaron enterrados con el –finalizo.

Sentí hervir mi sangre, estaba harta de él y de su puto juego.

-Te quedan dos opciones. O los desentierras o como ellos, me iré –amenace.

Fue una guerra de miradas y el tiempo, el tiempo se iba y el no respondía.

Bien dicen que el que calla otorga, aunque no siempre la frase era justificación, esta vez la tendría como una señal.

-Hay francotiradores en los techos de los edificios, señor Alejandro –dijo el conductor.

Tres impactos recibió la camioneta, el único problema del blindaje, era el hecho de que la velocidad era muy poca, comparada con una camioneta normal.

-¿Tienes tu arma? –pregunto Alejandro. Asentí –estoy dispuesto a dar mi vida por ti, espero tu estés dispuesta a defenderla. Somos un equipo, ¿bien?

Maldita presión.

Los francotiradores no disparaban a matar, estaban intentado guiarnos hacia algún punto. El conductor, en un intento por perderlos, decidió meterse por otra calle, que rompía el esquema. Muy imbécil.

Esa calle tenía un último cartel, incluso más grande que los dos anteriores.

Era la foto de Alejandro, con el cuerpo de la chica en sus brazos.

Mi corazón termino de romperse. 

El Amor Eterno de un Narco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora