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Acaricié la punta de mi cuchillo con la yema de mi dedo índice. Mi mente me decía: "Haz presión, haz que brote la sangre". Pero hubiese sido una estúpida si lo hubiera hecho, y más en el fin del mundo, donde las infecciones eran grandes amenazas. Aunque no las más grandes.

Llevaba detrás mía a diez muertos desde hacía más de cinco horas. ¿Podía acabar con ellos? Seguramente. ¿Tenía fuerzas para hacerlo? No las suficientes. Dos días sin llevarme un trozo de comida a la boca empezaba a pasarme factura.

Iba sin rumbo fijo, simplemente dejando que el destino me llevase a dónde él tuviese planeado. A cada pisada que daba, mis energías se agotaban más y más.

Al fin conseguí salir del bosque, y llegué a parar a un pequeño pueblo. Debía de ser extremadamente silenciosa, pero había un inconveniente: una orquesta de gruñidos llamando la atención allá a dónde iba.

Poco a poco, los caminantes despertaban de su letargo y se unían a los de atrás. Si seguía así, iba a acabar formando una horda.

Decidí meterme en una de las tantas casas que había tras comprobar que no habían muertos dentro. Apoyé la espalda en la puerta y me permití respirar unos segundos, aunque se vieron rápidamente interrumpidos por los golpes de los caminantes intentando entrar.

—Mierda —susurré.

Busqué con la mirada algo que me permitiese bloquear la puerta y tener la certeza de que no se iba a abrir, pero el mundo no estaba de mi parte. Acabé cogiendo una silla y la coloqué contra la puerta lo mejor que pude. A continuación, cubrí el cristal con una manta que estaba en un sofá para que desde afuera no se viese ningún movimiento.

Me dejé caer en ese mismo sofá y suspiré profundamente. Estaba muy cansada y tenía mucha hambre y sed.

Me levanté y empecé a rebuscar en los armarios en busca de algo que llevarme a la boca. Por suerte, encontré una lata de judías y una pequeña botella de agua medio llena.  Supuse que quien hubiese saqueado aquella casa había dejado algo para futuros supervivientes en un acto de compasión.

Ya no quedaba mucho de aquello.

Tras haber llenado el estómago, lo único que me quedaba era dormir un poco. Era demasiado difícil hacerlo en condiciones seguras, pero si no descansaba mi cerebro al menos durante varias horas, me volvería loca.

Subí al piso de arriba y me metí en una habitación que tenía una gran cama de matrimonio. Las sábanas estaban perfectamente colocadas, sin ninguna mancha ni restos de suciedad.

Antes de acostarme, atranqué la puerta con otra silla. Pensé en que sería muy difícil que los caminantes tirasen la puerta de la planta de abajo, pero, si lo hacían, tendrían que tirar esta también. Y antes de que lo hicieran, yo escaparía por la ventana.

Teniendo todo planeado y sintiéndome lo suficientemente segura, me tumbé en la cama y dejé que las finas sábanas cubriesen mi cuerpo.

[...]

Me desperté en medio de la noche. Mi cuerpo se había acostumbrado a dormir tan poco que, cuando realmente podía descansar, no me dejaba volver a pegar ojo una vez despierta.

Fijé mi mirada en el techo. La poca luz de la luna que entraba por la ventana me permitía ver ligeramente el papel pintado. "Cuidado. Dios ya no nos protege". Se me erizaron los vellos de los brazos.

El silencio era ensordecedor. Fruncí el ceño. ¿Ya se habían ido todos los caminantes de la puerta? Salí de la cama y eché un vistazo por la ventana.

¿Qué mierda? Estaban todos muertos.

Una tabla crujió fuera de la habitación. No estaba sola.

Abrí la ventana de par en par y me escondí debajo de la cama. De esa forma, pensarían que habría escapado por ahí y se irían. O eso creía.

Olivia | Negan and DarylWhere stories live. Discover now