Capitulo 4

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Esteban se sentó en la cama.

Se quedó mirando unos segundos el dormitorio vacío. Todavía era noche cerrada. ¿Había oído un ruido o lo había imaginado? Se quedó quieto un minuto escuchando, pero al escuchar solo silencio volvió a tumbarse sobre al almohada soltando un suspiro.

«No soy la aventura de una noche de ningún hombre».

Después María había salido a toda prisa de la terraza dejándole allí solo. Esteban se quedó impactado. Nunca antes lo había rechazado una mujer, y mucho menos de aquella forma.

«Nunca me tendrás, Esteban».

¿En qué estaba fallando? ¿Qué había hecho mal? Había estado muy cerca de estrecharla entre sus brazos y besarla. Creyó haber leído las señales de su cuerpo correctamente. Había visto el sonrojo de deseo en su piel y el profundo anhelo de sus ojos bajo la luz de la luna. Al tomarle la cara entre las manos, al tocar su suave piel, la sintió temblar. Incluso sus palabras le habían confirmado lo que ya sabía a través de su cuerpo, que lo consideraba encantador. Sexy. Poderoso.

Resumiendo: la tenía como si fuera barro entre las manos.

Y entonces salió huyendo de él a toda prisa.

Esteban torció el gesto y trató de recolocar las sábanas de algodón alrededor de los pies. Normalmente se despertaba temprano por la mañana, tenía el ritmo del amanecer y del atardecer para trabajar en el rancho. Solo hacía excepciones cuando se había pasado la noche despierto haciendo el amor.

Pero no había necesitado de aquella excepción.

«Nunca».

Irritado por lo mucho que le molestaban sus palabras, Esteban se puso de lado y trató de encontrar la postura. Tras su brusco rechazo se había ido pronto a la cama, pero había tardado mucho en dormirse.

Miró la hora. Las dos de la madrugada. Y él seguía dándole vueltas al modo en que María había aplastado su orgullo sin piedad.

Apretó las mandíbulas. Se estaba infiltrando incluso en sus sueños.

Se había despertado porque creyó que la había oído gritar. Estaba claro que se trataba solo de su orgullo herido, que estaba tan dolido por el rechazo que...

Entonces lo escuchó otra vez.

María estaba gritando.

Se puso de pie de un salto y corrió descalzo por el pasillo en calzoncillos. Un miedo frío se apoderó de su corazón cuando abrió de golpe la puerta de su dormitorio y corrió por la oscura habitación hacia la cama de dosel.

Encontró a María dormida con los ojos cerrados y retorciéndose sobre el colchón. Agarraba con fuerza las blancas sábanas y tenía el cuerpo tenso. Soltó un repentino y aterrador grito en medio de la oscuridad de la habitación.

–María –la urgió Esteban sentándose a su lado en la cama y sujetándole los hombros–. ¡Despierta, María! Ella jadeó y abrió los ojos. Tenía una mirada aterrorizada. Entonces lo vio y se echó a llorar. No en silencio, sino con grandes sollozos.

Esteban sintió un nudo en la garganta y la estrechó entre sus brazos.

–Shh –susurró acariciándole el pelo y consolándola como si fuera una niña–. Has tenido una pesadilla, pero ya pasó. Estás a salvo. Estás a salvo.

Repitió aquellas palabras una y otra vez mientras María se le agarraba como si fuera un salvavidas en una tormenta en alta mar.

Mientras Esteban la abrazaba, la miró entre las sombras sin poder verle el rostro con claridad, porque lo tenía oculto contra su pecho desnudo.

La reina del hielo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora