capitulo 2

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seducir a María Wolfe no iba a ser fácil. Pero mientras la guiaba por los corredores de la casona, Esteban pensó divertido que las mejores experiencias de la vida no solían ser fáciles. La dificultad del desafío era lo que le proporcionaba a cualquier meta su auténtico sabor.

–Todos lo hemos intentado –se había quejado Alfonso Moreira aquella mañana por teléfono–. Y hemos fracasado. Esa mujer está hecha de hielo .

–Eso es que no lo habéis intentado de verdad –se mofó Esteban.

–Yo utilicé todos mis trucos. Ningún hombre podría seducirla. Ni siquiera tú, Cortez.

–Yo puedo seducir a cualquier mujer –replicó él con arrogancia–.

Tú mismo lo has dicho.

Moreira se rió.

–María Wolfe es justo lo que necesitas. Esta vez no lo conseguirás. Apuesto por tu fracaso.

Esteban miró a la bella fotógrafa inglesa mientras lo seguía por el pasillo. Tenía los ojos clavados en el suelo de cerámica. Mantenía la distancia para no tocarlo.

No. Seducirla no iba a ser fácil. La señorita Wolfe había rechazado a la mayoría de los hombres que habían intentado cazarla. Solo unos cuantos habían conseguido llegar hasta su cama, el más famoso de ellos su tutor y mentor, Patrick Arbuthnot, que también era fotógrafo y había asistido unos años atrás a la gala solidaria de Santo Castillo.

Entonces habló maravillas de la pasión de María y de su cuerpo, asegurando que él era el hombre que la había domado.

La reina de hielo. Esteban había escuchado aquel apodo en todas partes, pero no lo podía entender. Suponía que de lejos sería atractiva de un modo frío. Si tuviera que escoger un color para María Wolfe, sería el gris, gris como su traje, como las sombras de la tarde y los atardeceres invernales.

Pero de cerca se había quedado asombrado por su belleza natural.

Llevaba un poco de maquillaje, pero no lápiz de labios ni pintura de ojos. Extraño. Tenía las pestañas y las cejas rubias. Era alta, esbelta y guapa, y sin embargo su intención parecía evitar llamar la atención.

¿Fría? No. Era insolente y quisquillosa, pero su cuerpo... Esteban podía leer lo que le decía, y era mucho más cálido. Había visto el sonrojo de sus mejillas, el calor de su piel blanca y el temblor de su cuerpo cuando trató de tocarla en el patio. Incluso cuando la miraba.

Quería romper aquella fría reserva. Averiguar lo desinhibida que sería cuando perdiera aquel control, cuando unieran sus cuerpos desnudos y sudorosos de pasión.

Estaba impaciente, pero por primera vez desde hacía diez años, iba a tener que esperar. Necesitaría tiempo para conquistar a aquella mujer. Tal vez no la tendría en su cama aquella misma noche. Quizá tuviera que esperar hasta el día siguiente.

El desafío le intrigaba. Le ofrecía una agradable distracción para aquella semana, la que menos le gustaba del año. Su casa se veía invadida primero por organizadores de eventos y luego por millonarios y sus mujeres cubiertas de joyas. Esteban celebraba aquel partido anual de polo y la posterior gala por una buena causa, para ayudar a combatir la pobreza de los pueblos de la zona, pero lo odiaba.

Así que podía pensar en María Wolfe para distraerse. Se detuvo y sonrió.

–¿Quiere que le enseñe la casa?

–¿Enseñarme la casa cargando con mi equipaje a la espalda? –le preguntó mirándolo fijamente.

–¿Qué tiene de malo?

La reina del hielo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora