Capitulo 8 (+18)

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Cuando Esteban la colocó sobre las flores, María sintió la tierra húmeda bajo el destrozado traje, sintió el calor de su cuerpo sobre el de ella. Estaba en un sueño.

Cuando le dijo que era preciosa y vio la verdad brillar en su hermoso rostro, no había podido evitar besarlo. Ahora sentía las manos deslizándose sobre su piel, acariciándole la cara quemada por el sol. Los pétalos de las amapolas se le entrelazaban en el pelo.

La besó con tanta pasión que María no supo dónde terminaba ella y dónde empezaba él. Los labios de Esteban se movían sobre los suyos y le acariciaba delicadamente el cuello con las yemas de los dedos. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Se le endurecieron los pezones mientras jadeaba y se agarraba a él. Las fuertes manos de Esteban se deslizaron hacia su escote. Ella contuvo el aliento esperando a que las metiera por debajo de la camisa de seda, pero las puso por encima de la chaqueta de lino y le cubrió los altos y firmes senos.

Esteban se apartó jadeando para mirarla.

–¿Crees que no eres guapa, María ? ¿Crees que no mereces ser amada? –susurró–. Déjame demostrártelo.

La besó largamente y con pasión hasta que ella sintió que se perdía en su propio deseo. Lo miró a la cara. Se le habían escapado algunos mechones oscuros de la cinta de cuero que llevaba al cuello, otorgándole el aspecto de un pirata del siglo XVIII.

Tenía los ojos oscuros de deseo por ella. En algún lugar de la mente, María supo que entregarle la virginidad a un playboy le rompería el corazón. Pero no pudo apartarlo de sí. Necesitaba su calor, su luz, sus caricias. Necesitaba sentir. Vivir.

Esteban le acarició el rostro con las yemas de los pulgares, haciéndola estremecerse bajo el caluroso sol.

–No odies tu cicatriz. Es una medalla al honor. Es bonita.

Ella soltó una carcajada de incredulidad.

–Es verdad –insistió Esteban–. Revela tu fuerza y tu valor, una belleza más grande que la de una piel sin mácula. Te besaría todas las cicatrices que tuvieras.

A María le latió con fuerza el corazón. ¿Podría ser su cicatriz algo de lo que sentirse orgullosa y no algo que ocultar? Tragó saliva y se humedeció los labios. Temblando ante su propia osadía, se levantó el pelo para revelar una cicatriz en la base del cuello.

–Tengo otra aquí –susurró.

Esteban sonrió antes de inclinar la cabeza para besarle el cuello.

Cuando se incorporó, María se quitó tímidamente la desgarrada chaqueta de lino dejando al descubierto la blanca camisola de seda que llevaba debajo. Señaló la larga cicatriz que tenía en el antebrazo derecho.

–Y aquí.

Esteban le tomó el delicado brazo entre las manos y le besó suavemente la cicatriz. Ella sintió cómo sus labios le acariciaban la piel, sintió el deslizar de la lengua por la piel dañada. Luego se retiró y sus ojos oscuros la devoraron como si estuviera a punto de arrancarle la ropa y hacerle el amor entre las flores.

Tendría que estar aterrorizada. Pero no tenía ningún miedo, se sentía como la joven de catorce años que había sido. La joven que no tenía miedo de perseguir lo que más deseaba.

Se bajó el escote de la camisa de seda para mostrar un poco de piel.

–Aquí.

Esteban le besó la apagada cicatriz que le recorría la parte superior del pecho desnudo. Estuvo a punto de gemir de placer, de tensión y deseo. Ningún hombre había llegado tan lejos con ella.

La reina del hielo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora