capitulo 5

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–Le diré a la revista que envíe a otro fotógrafo –dijo con voz entrecortada.

Se agarró a la cámara y se dio la vuelta con los ojos llenos de lágrimas.

Entonces tropezó con una piedra en la orilla del arroyo y se precipitó hacia el agua.

Cayó con fuerza sobre las rocas. Un dolor agudo en la pierna la hizo jadear y agarrarse el tobillo.

–No te muevas –Esteban estaba al instante a su lado en el helado arroyo.

La sacó con delicadeza del agua y la colocó suavemente en la orilla.

María tenía las espinillas húmedas y frías cuando le subió la pernera del pantalón de lino. Torció el gesto cuando le rozó el tobillo.

Esteban alzó la vista para mirarla.

–Ahí te ha dolido –era una afirmación, no una pregunta.

Ella asintió a regañadientes.

–Te llevaré a la casa –aseguró él con firmeza.

–¿Llevarme? –María parpadeó–. ¿En brazos?

–Sí.

–No, de verdad estoy bien –sacudió vigorosamente la cabeza–. Puedo caminar, ¿lo ves? Se puso de pie y trató de demostrárselo, pero se tropezó al poner demasiado peso en el pie derecho.

Sin pedir permiso, Esteban la alzó en brazos. Ella sintió el calor de su piel desnuda cuando la sostuvo contra el pecho.

–No más discusiones –gruñó él mirándola con los ojos brillantes como ascuas–. Ahora eres mía.

Cinco.

María se sintió como en un sueño mientras Esteban la sacaba del bosque.

Una suave brisa sopló entre los árboles, agitando sus oscuras ramas. Cuando llegaron a la propiedad sintió el calor del sol en la piel. María cerró los ojos y se estremeció al apretar la mejilla contra el vello de su pecho.

Nunca había estado tan cerca de nadie desde que su madre murió cuando ella era un bebé. No había estado en brazos de ningún amante ni había recibido el abrazo de un amigo. No lo había permitido. Ni lo habría permitido en ese momento tampoco si le hubieran preguntado.

Cuando se acercaban a la casona, los vieron unos mozos de cuadra.

Tres de ellos llegaron corriendo.

–Llamad al médico –les ordenó Esteban–. La señorita María está herida.

–No necesito un médico –protestó ella–. ¡Estás exagerando! Ignorando sus protestas, Esteban entró con ella en la casa y subió las escaleras como si no pesara nada. Al llegar al dormitorio la dejó delicadamente sobre la cama.

–Espera aquí.

Regresó un instante más tarde con un paquete de hielo . Se sentó a su lado en la cama, agarró una almohada y se la colocó en el regazo. Le quitó el zapato, puso el pie desnudo en la almohada y apretó suavemente el hielo contra el tobillo.

María deslizó la mirada hacia su boca. Aquellos labios sensuales y masculinos que le habían enseñado a besar. A desear.

–No me mires así –le pidió Esteban de pronto atravesándola con sus ojos negros.

–¿Así cómo?

–Como si quisieras que te tumbara sobre la cama y te hiciera el amor hasta que gritaras.

La reina del hielo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora