—En ocho días estaré muerta. Y, si no me dejan hablar con el director no diré como infecté a toda mi sección.
Dijo todo tan rápido que las palabras se superponían. Era una mentira estúpida, pero, incluso si el director y recepción sabían lo que le pasaba, no tenían forma negar sus palabras. Las conciencias artificiales carecen de intuición.
La habitación que hasta ese momento era blanca, atenuó sus colores y una luz azulada oscura, iluminó el diminuto cuarto. Distribuido en las cuatro paredes, como para que su lectura requiriese un completo giro sobre si misma de tres sesenta grados. Las palabras «Solicitud aceptada» se perfilaban nítidas. Abajo, pero reflejado en una única superficie, un contador caí, iba en siete cuando Ana pudo posar su vista en él. La habían aceptado.
Ana se permitió sonreír por primera vez en los últimos dos días, el aire entraba más fácil a sus pulmones y sus músculos se relajaron momentáneamente. Al llegar a cero, el cuarto volvió a cambiar, como si se tratara de una vieja oficina de las que se pueden ver en películas de época, Ana se encontró en un espacio amplio, con una biblioteca a su costado, una puerta de ingreso a sus espaldas, de frente a una figura humanoide sentada en un escritorio usando un computador. El humanoide, de apariencia infantil, alopécico y de piel perfecta, era el modelo del director que acaba de comenzar en la compañía unas semanas atrás.
Ana se preguntó, por un instante mientras la ambientación se fijaba, si solo existía una única versión, o se preparaba una simulación distinta para cada empleado.
—Me estoy muriendo—dijo. Sin esperarse a que le dieran la palabra.
El figurín sonrió, con el falso sol a sus espadas.
—Cuatro N cuatro— una voz aterciopelada, profunda y adulta llegó a sus oídos.
Ana se fijó en la sincronización entre los labios y el sonido, demasiado perfecta para no percibir el esfuerzo. Cualquiera podría creer que en realidad había un ser humano de carne y hueso al otro lado de la transmisión.
—Confirmo razón de audiencia: solicitud de deceso asistido anticipado, mediada por amenaza a la salud pública.
—¿Qué?, ¡no! Si lo que quiero es no morirme. Hace dos días encontré una nota en mi calendario, decían que en diez días iba a estar muerta. Al principio no creí, pero hay una serie de puntos apareciendo en mi brazo, uno al día. Vi más gente que también los tiene. Hay una infección, yo no voy a infectar a nadie si puedo evitarlo. Es alguien más, alguien o algo nos está infectando...
—Amenazó con infectar a sus colegas, so pena de ser despedida. ¿Ahora niega su participación? Explíquese a brevedad. Considere que su reporte médico no muestra signos de ninguna enfermedad contagiosa, sus exámenes de sangre e imagenológicos están limpios. Cuenta usted con una excelente condición física. Sin embargo, ha sido asignada a acompañamiento emocional debido a sus recientes actividades vandálicas contra el personal inorgánico de la compañía.
—Mentí. No soy contagiosa —Ana dudó, nunca se había preguntado si lo era—. ¡Son los puntos! Me inyectaron, director, me metieron esta enfermedad, no sé cómo, pero sin que me diera cuenta. Sabe que sí, porque los registros de la enfermería son falsos. ¡Estoy segura que son falsos! ¡Ustedes saben que son falsos! ¿Qué me va a pasar director? Necesito saber, para tener paz de nuevo.
Ana se levantó de su silla, quiso inclinarse en dirección al director, sobre la mesa. Olvidaba que todo a su alrededor era una ilusión, chocó contra la pared. Maldijo y se regresó a la silla, la proyección del director no volvió a moverse hasta que ella no se detuvo.
—Si le dijera que está usted sana, cuatro ene cuatro, que al pasar los diez días seguirá su vida como hasta ahora ¿creería la afirmación? ¿Olvidaría los puntos y la enfermería para seguir con sus funciones?
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Los descartables
Science FictionLa historia la escriben los ganadores, pero por cada que gana hay una fila de perdedores detrás suyo, historias que construyen leyendas desde el anonimato. Ana, Yarimar y Mauricio, hacen parte de una historia más grande que los revuelve alrededor de...