Yarimar - Parte I

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Un tubo delgado llevaba el líquido azul hasta sus manos, mientras esperaba que la dosis estuviera completa, Yarimar corroboró que, en el dorso de su mano, todavía estuvieran los puntos sobre su piel. Recordó su vieja piel, ahora estaba áspera como un cuero y se ceñía al contorno de sus huesos como si nada los separase. Quizá así fuera. De la que otrora fuera la piel más hermosa de toda la compañía, no quedaba ni el rastro.

Yarimar o Mar, como le decía su madre, recordaba con vivida lucidez, la última mañana en que su vida fuera buena. Los recuerdos de esas extrañas horas la perseguían como una rutina que repetía en superpuesto cada día después de ese. Ya fuera al levantarse en su cuarto individual, de donde le habían expulsado el segundo mes, o al hacerlo de forma similar en los dormitorios compartidos donde vivía de momento, incluso allí mismo, en la camilla de enfermería. En todos y cada uno de los lugares, al despertase, ella seguía imaginándose en su cama; al asearse, se aseaba en sus máquinas de desinfección; y, al vestirse, era su madre la que le ayudaba a pasar los brazos por los agujeros y a subir las faldas hasta la cadera.

—¡Perfecta! —solía responder la madre, cada mañana cuándo Mar preguntaba por cómo se veía. Perfecta se sentía ella misma al escucharla.

Mientras perdía la conciencia, no sabiendo si por las drogas o por el mismo deterioro de su organismo. Yarimar recordó a su madre acercarse a ella con el desayuno en sus manos, esos que se podían masticar, saborear y disfrutar, nada de jugos nutritivos: nada de comidas a medio cocer o quemadas, babosas o congeladas, comida de verdad, la de siempre.

Cada mañana, antes de que todo cambiara, Yarimar confirmaba su lugar en el mundo, cuando su desnudez era sometida a un exhaustivo análisis con ayuda de sus máquinas y su madre. Su apartamento, allá en la sección directiva de la sede sur, estaba dotado para este fin. Desde escáneres de alta definición hasta cámaras de desinfección para su uso personal, todo para buscar en la adolescente cualquier muestra de suciedad o deformidad y proceder a la remoción y corrección.

—Solo tu voz —decía la madre, cuando al repasar el cuerpo impoluto de su hija, recordaba su imperfección—, si solo tu voz tuviera la frecuencia o tono adecuados.

Mar, siempre perfecta en su exterior, pero carente de talento interior, entendía su valor y guardaba silencio. Ella, que se sometía al escrutinio absoluto de la superficie de su propia humanidad, sin quejas ni recelos, ensombrecía su rostro al escuchar a su madre que, al remilgar de ese valor, se mostraba inconforme con lo que ya tenía y soñaba con más aún; con una Mar de voz y cuerpo, una modelo irremplazable. Pero en esos momentos de humillación, Mar se limitaba a esperar a que la revisión terminara, las luces se tornaran verde y ella pudiese por fin comprobar los resultados para reafirmar lo que era, lo que valía. Con la rutina, cuidar de ese tesoro que era su apariencia se había terminado por convertir en su pasatiempo, los minutos en que no estaba ejercitándose, comiendo o aplicándose tratamientos para el cuidado dermatológico, las uñas o los ojos, eran casi inexistentes.

Y, aunque así había comenzado ese último día que fue feliz, con la misma rutina de limpieza y escaneo que lo habían hecho todos los anteriores, ese era especial. Tras largos años de presentar datos y controlar su crecimiento, Yarimar estaba lista para ser nombrada, oficialmente, dentro de la fuerza laboral. Su asignación había llegado un mes atrás, el mismo día de su cumpleaños catorce, cuando fuera designada como la nueva cara y cuerpo del director de GlobalChemist inc. Du madre, incluso, había ofrecido una fiesta pomposa que había atraído la atención de todos los directores de su regional, y a la que incluso su padre, al que llevaba siete años sin ver en persona, se había unido al organizar un evento paralelo desde la sede central, donde en pocas semanas ella habría de residir. Otros jóvenes de su edad podrían no saber lo que se perdían al no escalar en la burocracia institucional, pero Mar, que vivía entre comodidades y honores, no podría escapar de los recuerdos de lo que fuera su vida hasta ese día.

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