Ana Parte III

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En el centro del cuerpo de uno de los autómatas, Ana reconoció el símbolo de los supervisores. Ese podía no ser directamente el que estaba a cargo de ella, pero todos los supervisores eran, a fin de cuentas, uno y el mismo. Ana comenzó a temblar, no estaba asustada, al menos no creía estarlo. Necesitaba regresar su atención a la pantalla, a sus padres, a lo que ellos sabían. Chistó los dientes e hizo el ademán de regresarse hacia la pantalla.

—Identificación, por favor. —Fue el supervisor, que se pronunció.

Por la voz metálica del aparato, Ana se dio cuenta que ese día solo había hablado cara a cara con conciencias artificiales y se sintió miserable. Aun así, estiró su brazo, el que tenía la terminal para video-llamada en espera de su comprobación. Su padre le cortaría si no se apuraba.

—Signos vitales alterados, turno próximo a comenzar. Pase por revisión médica después de su turno —dijo el autómata supervisor—. Continué con su día, no se retrase.

Ana era perfectamente consciente de que estaba demasiado lejos de su área de descanso, en medio de una sección donde los humanos no estaban involucrados en el funcionamiento, hablando por su terminal, a poco menos de media hora del inicio de su turno. Pero la acción en sí misma, aunque inusual, no rompía ningún reglamento. Los autómatas eran estúpidos.

Miró su terminal. La llamada había sido terminada. Se sacudió la mano para apagarla y salió corriendo detrás del autómata. Ana podía sentir su garganta cerrarse y sus músculos tensarse, no tuvo que pensar cuando pateo al supervisor. Lo pateo dos y tres veces como en sus clases de cardio, y siguió pateándolo sin abollar ni un poco el chasis. El supervisor no se defendió, tampoco los autómatas cercanos. Se limitaban a repetirle que se detuviera, que tendría un memorándum.

Otro—pensó Ana y siguió pateándolo hasta tumbarlo.

Cuando el autómata estuvo en el piso, se subió sobre este y comenzó a saltar. Quería destruir al aparato, necesitaba que sufriera que sintiera algo como ella, pero sabía que era inútil, el autómata no era como ella. Finalmente, recordó que su mano estaba vendada, así que la empuñó y rompió a fuerza de su brazo las pantallas de los tres aparatos. Solo entonces, con el cristal y líquido desparramados, sintió que había hecho suficiente daño.

No sabía si la podrían identificar por lo que acababa de hacer, aunque tampoco le importaba, las máquinas eran mejores que los humanos en demasiadas formas, pero no en todo. Eran terribles investigando, investigar requería inferir, crear ideas propias y las maquinas era incapaces de ir más allá de su programación. Ana lo sabía, todos lo sabían, por eso los detectives e investigadores seguían siendo humanos, no conciencias artificiales.

Mientras se alejaba, Ana les injurió hasta sentirse satisfecha. Los muy desgraciados podían haber determinado todo de ella, sin interrumpirla o acercárseles. A veces, Ana pensaba que los robots odiaban a los humanos que los habían creado.

Ana no encendió su asistente de locomoción hasta que estuvo lo suficientemente lejos de los autómatas dañados para sentirse a salvo. Junto con el encendido de la aplicación, Ana pudo revisar las notificaciones pendientes. Se sentía mucho mejor después de desahogar su ira contra el supervisor.

Entre sus mensajes había una nota de voz de su padre y la nota de Gab. Ana corrió a su papá.

—Ana, hija. ¡Ana! —Su padre parecía buscarla durante la grabación.

—Presente —contestó en tono burlesco a su terminal.

—Apareces en modo espera. No puedo darme el lujo de esperarte Ana. Tu madre dice que hables con el director. Estoy de acuerdo con ella. Que no pase de hoy. No sé dónde estás, hija, pero búscate la oficina del director más cercana y pide una entrevista, a brevedad. Si no lo pediste, debe tratarse todo de un error. Cuéntanos como te va en la noche. Adiós.

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