Mauricio

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Mauricio estaba cansado. Así que seguir viviendo era tanto un triunfo como un acto de rebeldía, uno que ya no tenía fuerzas para sostener. Desde la muerte de su esposa, años atrás, no se encontraba en persona con ningún miembro de su numerosa familia. Tenía dos hijos, tres nietos, media docena de sobrinos propios o políticos e incluso una cuñada, todos en alguna parte de mundo viviendo su tiempo como si él ya estuviera muerto. Al final del camino, solo le quedaba la compañía de Yeison, su mejor amigo. Mauricio y Yeison se habían conocido después de sendas jubilaciones, veinte años atrás y, en un mundo joven, terminaron por convertirse en apoyo incondicional uno del otro.

La vida de los ancianos en la empresa era tan aburrida y desgraciada que, a pesar de gozar de buena salud y tener todas sus necesidades cubiertas, los viejos decidían retirarse permanentemente en un promedio de 5 años después de la jubilación. Ellos, por otra parte, eran una la máxima excepción a la regla. Ambos comenzaban su segunda década de retiro, viviendo de las regalías que la empresa les prometiera tras una vida entera entregada en función de esta. Mauricio, a sus noventa años, estaba que seguro que tenía mucho más para dar. Se sentía fuerte y enérgico, la experticia que había ganado en todos esos años era incomparable y, aunque todo el tiempo extrañaba a su Ali, su querida compañera de vida, el estar vivo era razón suficiente para no ceder.

Mauricio era media década mayor que su amigo, por lo que había conocido la época antes de las grandes empresas, sabía lo difícil y caótico que podía ser no tener establecido una forma de ganar un mínimo vital, sabía quera la pobreza y la riqueza, la corrupción y la política, así como otra cantidad innombrable de factores humanos, que los directores habían borrado de la ecuación, convirtiendo a las empresas en ensambles orgánicos e idílicos para la existencia humana, y él, a sus quince o dieciséis años, hubo apoyado aquella carrera incesable por alcanzar el mayor potencial humano. A sus dieciocho años fue del grupo mayoritario que votó a favor de la ley anti-estadista y a los diecinueve, cuando se estableció de forma oficial el sistema empresarial, se enlistó de voluntario en esa misma planta donde todavía residía y fue parte de los pioneros que se sumaron al experimento. Su vida en la empresa siempre fue tranquila y saludable. Tres comidas al día y derecho a entredías. Un techo y una cama, vestimenta, entretenimiento y derecho a tiempo libre y actividades de esparcimiento, colegas, amigos y familia. Todo el mundo en una ciudadela de menos de diez mil habitantes, un pueblo empresa.

En su larga vida, Mauricio se casó, tuvo hijos, se divorció, se desencantó de la soltería y regreso con su primera esposa y el segundo marido de ella. Fue supervisor, mientras ese trabajo lo ocuparon los humanos y, cuando las conciencias artificiales lo reemplazaron, aprendió un nuevo oficio pasados los treinta y fue lo suficientemente bueno en el como para mantenerse allí por otros treinta y ocho años hasta su retiro. Capacitó a compañeros más jóvenes y los vio irse antes de siquiera pensar en irse el mismo. Tenía nietos y sabía, por fotos y videos en redes sociales, que pronto sería bisabuelo, aunque bien, así como iban las cosas, era probable que no alcanzarla a serlo. Y él estaba bien con todo, incluso si ninguno lo visitaba, incluso si él mismo no se animaba a llamarlos. Pocos jóvenes en edad laborar se aventuraban más allá de los límites de las áreas productivas, el ala de cuidado emocional y retiro estaba vetado para la mayoría, no porque no pudieran ir o estuviera muy alejado, sino porque como él mismo sintió en su juventud, era terrorífico. Estar en la zona de jubilados era estar un paso más cerca de la muerte.

Además, para su familia él ya debería sentirse como un muerto, después de todo, Mauricio y Yeison eran un unicornio en los cada vez más consientes ambientes productivos. Ambos podían imaginarse a sus familias fingiendo que estaban muertos y hablando de ellos en pasado, negando sus vidas con tal de encajar en los estándares. Sabían que ningún joven en su sano juicio reconocería tener pariente que llevaban más de veinte años viviendo de la empresa en su retiro, como parásitos. Esa mentalidad se reflejaba en que año a año, la esperanza de vida de los jubilados se acortaba y ellos seguían viendo a partir cada vez más pronto y más apurados a los nuevos jubilados, sin dejar de preguntarse que los hacía escapar de la comodidad y la dicha tan rápido; apartarse de la oportunidad de disfrutar de sus hobbies, deportes y de ver sus sueños tomar forma y descansar por fin, de la carga laboral.

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