Capítulo 1

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Son inesperados los momentos en los que la vida nos da la felicidad, momentos tan preciados y tan raros que ni siquiera podemos tomarlos completamente como algo sorprendente, simplemente nos dedicamos a disfrutar de ella mientras dure. Sin embargo, hay lugares donde esa alegría no llega; personas que habitan ahí y no reciben una mínima sonrisa del universo para levantar su esperanza y decir que quieren seguir ahí; ahí donde la vida los recompensa de vez en cuando y saben que vale la pena seguir respirando.

Uno de esos desgraciados era Louis.

Vestido con un par de jeans deslavados, una camisa con varios remiendos y unos tenis que probablemente estaban al filo de su último aliento, más sin embargo su sonrisa suave, sus ojos similares a un par de cristales aguamarina y el leve flequillo que caía por su frente dándole la apariencia de un ángel lo cambiaban todo.

El castaño la pasaba de aquí para allá dentro de esa cafetería; mal tomaba un pedido cuando ya estaba limpiando mesas donde niños y adultos habían provocado un desastre, llevando charolas que con trabajos conseguía cargar sin que sus piernas flaquearan, limpiando vidrios e incluso preparando los cafés cuando su jefe debía salir. Todo por un sueldo que apenas conseguía sustentarle los gastos de un par de semanas. Estaba consciente de que su cuerpo le pedía a gritos un descanso, un momento para sentarse y reponer las fuerzas que tanto le faltaban pero... ¿cómo podría hacer eso? Tenía tantos pendientes que arreglar; deudas de su madre, la escuela de su pequeña hermana, sus uniformes, la comida para que nunca se fuera con el estómago vacío y un par de monedas por si se le antojaba un dulce. Por dios, él entregaría todo lo que le quedaba de vida a cambio de no dejar de ver la sonrisa de su hermanita todos los días, sus alardeos de cuantas veces se había peleado con otras niñas por decir que eran pobres y lo mucho que adoraba tenerlo como hermano.

El castaño no podía decir que todo era perfecto dentro de su pequeño mundo, bien era consciente de que la niña estaba al tanto de todas y cada una de sus peleas con su madre y las veces que le negaba un centavo para otra botella de alcohol más, odiaba que siendo tan pequeña; Lottie tuviera que asumir responsabilidades más grandes, ser la encargada de hacer la comida mientras él regresaba, limpiar, hacer sus tareas y aún así aguantar a su histérica y borracha progenitora, ella era exáctamente como él; llevando enormes cargas sobre los hombros y mostrando sonrisas todo el tiempo.

-¡Louis! -alguien gritó hacia él, el castaño volteó asustado, sosteniendo una mano en su pecho mientras captaba a su jefe a pocos metros de él.

-Perdón señor Barnet, ¿se le ofrece algo? -preguntó apenado, ni siquiera tuvo en cuenta la cantidad de tiempo que perdió en sus pensamientos.

-Sí, si se me ofrece algo -el hombre cruzó los brazos-. Hace diez minutos te estoy preguntando si no piensas ir a descansar, ya pasan de las tres. Tu turno finalizó.

-¿Las tres? Mierda, voy a llegar tarde al otro trabajo -gruñó para sí mismo, quitándose el mandil a toda prisa antes de voltear al mayor-. Gracias señor Barnet, nos vemos mañana.

-Nos vemos mañana Louis -alcanzó a decir antes de que el muchacho saliera corriendo. El hombre formó una mueca, había escuchado perfectamente lo murmurado entre dientes y no podía evitar sentirse algo mal con su persona; ese chico trabajaba cual esclavo para mantenerse con vida y cuando le ofrecía uno de los aperitivos de la cafetería -a pesar de que los aceptaba-, los llevaba a su casa y estaba muy seguro de no era él quién los comía.

El chico de ojos azules se apresuró corriendo por varias cuadras, por un instante se había olvidado de la otra entrevista de trabajo y eso era un completo error, aún debía llevarle el dinero a Lottie para que almorzara... y tratara de hacer un milagro con su madre para que lo hiciera también.

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