El chico de piel palida

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Iba caminando descalza sobre la hierba del bosque. El día estaba tranquilo, no hacía viento pero tampoco demasiado sol. Siempre que me sentía intranquila, triste, estresada o simplemente aburrida iba a caminar en el bosque de al lado de mi casa. Me gustaba escuchar los pájaros cantar, el olor de los pinos y el sonido del agua del río. Normalmente iba sola un trozo y luego me reunía con un amigo en el claro del bosque, Otto. Siempre nos encontrábamos allí, no lo había visto nunca fuera del bosque, en la escuela o por el pueblo.

Era extraño, pero cuando le preguntaba el porqué siempre cambiaba de tema. Así que lo dejé estar, porque, en realidad, era el único amigo que tenía.
Ninguno de los niños del pueblo quería acercarse a mí, se burlaban y me decían que era rara. Sabía perfectamente porque era, porque puedo ver cosas que los demás no pueden. Cada vez que le decía a alguien "mira aquello", me decía que allí no había nada. De pequeña decían que era mi imaginación, pero cuando me hice mayor aún lo seguía viendo. Me llevaron a un médico, pero no tenía nada anormal. Mi madre decía que era un don, pero mi padre decía que era cosa del demonio y se marchó, no lo veo hace años. 

Probablemente, Otto era una de esas cosas, pero daba igual. Tampoco lo sabía seguro porque nunca me dejaba que lo tocara, siempre se alejaba. Nunca nadie lo había visto, pero yo tampoco lleva a nadie para presentárselo. Así que no lo sabía con seguridad.

Mientras caminaba escuché a alguien decir mi nombre desde mi espalda. Conocía esa voz perfectamente.

—Elaia!

Era él, su cuerpo hacía una gran sombra en la que detrás se escondía el sol. Sus ojos grises como las nubes se iluminaron, y su piel pálida parecía brillar. Llevaba el cabello despeinado como siempre, de un negro tan oscuro como el carbón. En el momento en el que escuché su voz, una gran sonrisa apareció en mi cara sin que yo lo hubiera notado. 

Se acerco a mí y se inclinó un poco para quedar a mi altura, dedicándome una gran sonrisa. Dios, como me encantaba esa sonrisa.

—Te echaba de menos.

Al final, la felicidad y excitacion que había estado sintiendo con él se esfumarían como las nubes después de la lluvia, como las golondrinas al inicio del otoño. Como todo lo hace. Nada es para siempre.

Estábamos corriendo por el bosque, él me perseguía jugando. Yo iba con los ojos cerrados. Era feliz, estaba tan emocionada que no noté cuando justo al lado mío había un precipicio. Seguí corriendo, no oía los gritos de Otto diciéndome que parara de hacerlo.
Cuando tropecé con una piedra y notaba como caía hacia el lado donde no había nada más que aire, mi vida pasaba por delante de mis ojos. Pero, antes de que cayera, una mano fría estiró de mi brazo y me acercó a él. Podía escuchar los latidos de su corazón. No era una ilusión, era de verdad, era de carne y hueso. O eso pensé.

Me separé y vi una expresión de tristeza inmensa incrustada en su cara. Le pregunté que pasaba y me enseñó su mano, que estaba desvaneciéndose como niebla.
No lo podía creer, estaba desapareciendo por culpa mía, me dijo que si tocaba a un ser humano desaparecería, era mi culpa, si no hubiera sido tan distraída nada de esto hubiera pasado. Lágrimas cayeron por mis mejillas en cuestión de segundos, lo abracé, lo más fuerte que podía, mientras él sonreía. 

—Gracias, siempre quise abrazarte. 

Aquellas fueron sus últimas palabras antes de desaparecer por completo.

—Lo siento... 

Dije abrazándome a mí misma, rendida en el suelo y con la cara empapada de lagrimas.

Las cosas no duran para siempre —eso me decía mi madre —, aprécialas y entiende porque las tienes. El día que las pierdas, sentirás una inmensa tristeza, pero no te preocupes, se te pasará, como siempre. Todo tiene su fin, incluso la tristeza.

Pero en ese momento me parecía que no podría superarlo nunca. Él era una parte de mí. Y se había esfumado por una razón tan estúpida como correr con los ojos cerrados.

A veces no puedes evitar ser una estúpida y acabar perdiéndolo todo. ¿Cómo iba a saber que algo así iba a pasar? Nunca hay una manera de saberlo. Y eso me enfurece.

Cuéntame Un CuentoWhere stories live. Discover now