Habían pasado unas dos horas. La lluvia caía con fuerza sobre nosotros, por lo que Caleb trataba de conducir lo más despacio posible para evitar un accidente. Lo único que podíamos ver a través del vidrio del auto eran las luces traseras de los autos delante de nosotros. El trasero me dolía debido a todo el tiempo que llevaba sentada en aquel bendito asiento.
Caleb frenó de repente. Por un momento creí que se había detenido porque el auto de al frente también lo había hecho. Pero los autos iban alejándose cada vez más de nosotros. Miré a Caleb. Éste estaba buscando algo en la pequeña pantalla encima del volante.
—¿Qué ocurre? —le pregunté.
—Maldita sea, nos hemos quedado sin gasolina.
¿Estaba bromeando acaso? Porque si era así, era una broma de muy muy muy mal gusto. Miré la pantalla para verificar y sin duda alguna indicaba que el tanque se encontraba completamente vacío. ¿Y ahora qué diablos íbamos a hacer? ¡Estábamos en el medio de la nada! ¡Y llovía demasiado!
—¿Qué se supone que haremos ahora? —pregunté con desespero— Dudo que haya alguna estación de gasolina cerca.
Aquella carretera se veía vacía aparte de los autos que pasaban por allí, pero a sus alrededores no había más que muchos árboles y montañas. No se veía ni siquiera una casa.
—Tendremos que esperar a que deje de llover —respondió Caleb pasándose la mano por el cabello, alborotándolo.
—¡Todo esto es tu maldita culpa! —grité— ¿No pudiste asegurarte de si el tanque estaba lleno o vacío? ¡Eres el peor conductor del mundo!
—Cálmate ¿quieres? —dijo subiendo el tono de voz un poco— Lo último que necesito ahora son tus insoportables gritos.
—¿Disculpa?
Aquel comentario definitivamente me había sacado de mis casillas. Así que abrí la puerta y salí del auto, sin importarme que iba a terminar empapada por completo. Sólo quería salir del maldito auto. No lo soportaba más. Caleb abrió su puerta también y caminó hacia mi para luego tomar mi brazo.
—¿Te has vuelto loca? —gritó a través del ruido de la lluvia— ¡Te vas a resfriar, maldita sea! ¡Entra ahora mismo!
—¿Qué te importa si me resfrío o no? —pregunté abrazándome a mí misma.
—¡Kate, entra ahora mismo!
Le obedecí a regañadientes. No porque me importe lo que él diga, sino porque estaba muriéndome de frío. Él subió entonces después de mi.
—¿Qué pensabas hacer? ¿Huir? —preguntó colocándose de nuevo el cinturón.
—¿Podemos encontrar una manera de solucionar esto? Creo que la lluvia durará bastante tiempo en parar.
Él puso los ojos en blanco mientras encendía una pequeña pantalla ubicada encima del reproductor de música. La forma de una carretera entonces apareció en la pantalla. Supuse que era un GPS. Caleb presionó unos cuantos botones más y me miró.
—Hay un hotel cerca. Si nos vamos ahora mismo, podemos llegar antes del anochecer. Tú decides: ¿Prefieres caminar bajo la lluvia o quedarte?
Entonces incliné mi cuerpo hacia los asientos traseros del auto donde estaba una de mis maletas. Saqué de allí un abrigo con capucha, dándole a entender que prefería la idea de caminar hasta el hotel.
—¿Es en serio? —preguntó casi riendo.
—No pienso quedarme toda la noche para que me coma un lobo o algo parecido. He escuchado que Pie Grande existe ¿sabes?