Uno

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   Prado, 2021.

  Estaba cansado de ir de un lado a otro llevando los pedidos que Drew no podía atender. Desde que había empezado el verano y su hermano volvió de la universidad no había hecho otra cosa que ocuparse de su parte del trabajo con los pedidos. Sin embargo, Drew contaba con más tiempo libre porque estaba estudiando una carrera a varios kilómetros de casa y sus padres le permitían ciertos privilegios. Todos pensaban que el pequeño de Seth se quedaría para siempre en Prado ocupándose del negocio familiar, pero se equivocaban. Cuando finalizara el último curso del instituto saldría de ese pueblo perdido en la niebla y se dedicaría por completo al deporte.

  Entregó el pedido con antelación y se permitió el lujo de sentarse a descansar en uno de los muros de piedra que bordeaban la carretera en dirección a la estación. Desde allí podía ver el andén y los bancos de madera situados junto a las taquillas. Estaba perdido en sus pensamientos cuando el rumor del tren se acercaba con el viento, miró a su izquierda viendo como aquella serpiente de metal frenaba con lentitud. Nadie esperaba para subir y era raro que alguien quisiera llegar a un pueblo como Prado.

  De unos de los vagones descendió un hombre ataviado con un sombrero negro, chaleco gris y zapatos caros. Seth pensó que se iba a derretir con ese atuendo. Desvío la mirada fingiendo no haberle visto cuando el extraño se encaminó hacia la carretera. Al pasar frente a él el desconocido se detuvo haciendo un saludo con el ala de su sombrero.

  —Buenas tardes, estoy buscando el hotel Siverton ¿podría indicarme por dónde queda?

  Seth le estudió durante un segundo, el extraño no era mayor de veinticinco aunque su ropa era de un hombre más maduro. El maletín en su mano indicaba una profesión de importancia y sus complementos que el chico pertenecía a una buena familia. Tenía la nariz recta y los labios redondeados, sus ojos marrones mostraban serenidad y cortesía. Seth bajó de un salto, asintiendo.

  —Es el hotel de mi familia, por supuesto que le llevo.

  —Qué suerte, el primero que me encuentro es el hijo de los dueños —comentó con amabilidad.

  —Es un pueblo pequeño si no daba conmigo hubiera dado con mi hermano, eso sí no está nadando por allí, o tal vez con mi tía —dijo acercándose al desconocido y emprendiendo el camino al hotel—. ¿Tiene reserva?

  —Sí.

  —No es como si estuviera a rebosar y no nos quedaran habitaciones. En este pueblo hay muy poco turismo, suele llegar al completo en la temporada al final del verano cuando es la fiesta de la vendimia en los pueblos colindantes. Lo decía por la promoción.

  —¿Qué promoción? —preguntó el desconocido con interés.

  —Es cosa de mi madre. Si vienen al hotel con reserva el desayuno de todos los días y la guía turística por el lago y los alrededores son gratis.

  —¿Allí es dónde está nadando su hermano? —contestó divertido.

  —Sí, también es el encargado de las visitas durante el verano.

  El resto del camino lo hicieron en silencio, Seth se sentía a gusto en la presencia del extraño y podría haber continuado hablando, pero no quería importunarle. El hotel apareció al doblar una pequeña calle al final del pueblo, era de estilo rural y escasos pisos con una fachada de ladrillo rojo, al otro lado del edificio se extendía una baja muralla de piedra que delimitaba el inicio del bosque.

  Seth empujó la puerta de cristal cediendo el paso al huésped, este pasó mirando la decoración sencilla y pulcra. Tras el mostrador de madera estaba la madre de Seth con un gesto amable, saludó al desconocido y le lanzó una mirada de sorpresa a su hijo.

Los monstruos sí existen [En Papel].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora