Cinco

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   Le encantaba sentarse en el hueco de la ventana para contemplar la luz dorada del atardecer, sin duda su momento favorito del día. Esa ventana quedaba en un extremo del pasillo que conectaba la cocina con la lavandería. Siempre que había buscado un rincón tranquilo y no podía acceder a la azotea se dirigía allí. Un suave golpe en el hombro le hizo girarse, Morgan permanecía de pie a su espalda.
  
    —Contando motas de polvo —dijo mirando por la ventana, Seth se sentó a un lado dejando la otra esquina libre para él.
  
    —Estaba pensando. —Morgan tomó asiento a su lado—. ¿Cómo sabías que estaba aquí? Nadie que no sea de la familia conoce esta ventana.
  
    —Así que es un lugar secreto —bromeó, después señaló el cristal a su derecha—. Te he visto cuando llegaba, por lo demás no tiene mucha pérdida.
  
    —¿Vienes por esa calle? —preguntó sorprendido—. Casi nadie la usa.
  
    —Por eso la uso yo. Me acostumbré a andar por las calles menos transitadas cuando iba del trabajo a casa y de casa al trabajo, odio estar en calles donde la gente te pueda empujar u obligarte a caminar más lento.
  
    —Uh. —hizo una pausa al tiempo que intercambiaba una mirada con él—. Nunca te lo he preguntado, ¿de dónde eres?
  
    Morgan se removió en el alféizar de madera hasta que su espalda quedó apoyada en la pared, sus comisuras se alzaron en un amago de sonrisa.
  
    —De la capital, pero hace dos años que no vivo allí por cuestiones de trabajo.
  
    —¿Es por eso que te gusta tanto Prado? —quiso que sonara como una pregunta, pero parecía una afirmación. Morgan asintió.
  
    —Es un lugar que trasmite paz en cada calle, cada piedra. Tal vez para sus habitantes no es tan fácil de ver porque lleváis esa esencia en vuestro interior, pero Prado es realmente mágico.
  
    —No negaré la parte de la magia, pero la paz, eso me cuesta más.
  
    —¿Ha pasado algo para qué digas algo así? —Seth desvío la vista hacia el exterior pensando en sí sería correcto hablar de ello, los niños que vieron lo que él ahora le miraban de medio lado si se lo cruzaban por la calle. Era conocedor del hecho de que si abría la boca corría el riesgo de provocar la huida de Morgan.
  
    —Existen diversas leyendas sobre el origen de Prado y su conexión con la niebla. —El hombre mostró un evidente interés en el tema.
  
    —¿Con la niebla? ¿Historias ancestrales con criaturas sobrenaturales? —Seth elevó la ceja asombrado de que hubiera captado la relación de las leyendas y la niebla.
  
    —¿No irás a decir que crees en esas cosas? —Trató de contener la sonrisa que amenazaba con dibujarse en sus labios, no creía que fuera a tener tantas cosas en común con Morgan. Por supuesto que él creía en seres sobrenaturales desde que vio al hombre pájaro pero se había tratado de convencer de que fue cosa del pasado. Los sucesos de los últimos días parecían querer recordarle que él era un habitante de pleno derecho de Prado y la niebla vagaba por su interior. El hombre rio por él.
   
    —En cierto modo sí. Cuando era pequeño mis padres y todos los adultos se empeñaban en hacernos ver que cada cosa que ocurría tenía una explicación lógica, pero no todo cuenta con esa explicación. Lo sé desde hace dos años.
   
    —¿Has tenido algún tipo de experiencia? —Morgan sostuvo la mirada de Seth que brillaba de expectación, le recordó a la mirada limpia e inocente que él mismo poseía años atrás pero que la vida se encargó de ir oscureciendo poco a poco.
   
    —No, pero he oído cosas. Sé que no estamos solos —murmuró en un tono suave con un deje sombrío, de repente sonrió restándole importancia al tema—. ¿Qué hay de ti, Seth? ¿Crees en esas cosas?
   
    —Para bien o para mal lo hago.
   
    Continuaron sentados en la ventana unos minutos más tocando temas menos delicados. Seth le contó todo aquello que le apasionaba además del deporte, como la meteorología o la música. De pequeño quiso aprender a tocar el violín, pero las clases y la adquisición del instrumento se salían del presupuesto para su familia y tuvo que abandonar la idea, en su lugar veía los conciertos que se emitían en diferido los domingos por la mañana. Ahí fue cuando llegó su pasión por leer el cielo, aprendió a saber la hora sin necesidad de un reloj, conocer el tiempo que haría por el tipo de nubes y el llamado sol de agua. Su madre no veía bien que pasara tanto tiempo en la azotea tumbado en una manta vieja observando el cielo, pero al saber lo que Seth disfrutaba de esos momentos lo dejó pasar.
   
    Al relatarle esa parte a Morgan cayó en la cuenta de que podía adaptar la azotea como un modesto gimnasio. Drew podría prestarle algunas ligas elásticas y mancuernas de poco peso para ganar volumen en los brazos, el resto lo haría sin herramientas.

Los monstruos sí existen [En Papel].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora