Prólogo

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  Prado, 2013.

  El rumor del tren nunca le había gustado, el rugir del acero cuando este se acercaba por las viejas vías de metal le helaba la sangre. Le recordaba que seguía atrapado en ese pequeño pueblo engullido en la niebla, aquel que pese al avance en la tecnología de la maquinaria seguía empeñado en usar el gastado tren que llegó a Prado en 1979.

  La estación era un lugar lleno de historias de despedidas, soledad, amargura y viejas esperanzas. Aquellos que abandonaban el pueblo en busca de una nueva vida jamás volvían porque pensaban que el aura gris de Prado volvería a pegarse a su piel sin saber que los nacidos en esa localidad llevaban la niebla en su interior.

  La larga vía se perdía en un camino oscuro rodeado de árboles que sólo veía la luz cuando los faros de algún tren cortaba la oscuridad.

  Él vivía a unos cuantos metros de la vieja estación, podía ver su silueta desde la ventana de su habitación, negra e inmóvil como acechando en las sombras. Siempre le había dado miedo incluso a la luz del día, pero había algo mucho más aterrador que aparecía cuando la noche caía en Prado.

  Lo vio por primera vez unas noches atrás. Acababa de meterse en la cama, por más vueltas que daba no lograba encontrar la posición que le hiciera dormir, entonces se giró hacia la ventana y allí estaba. Al principio creyó que era una sombra proyectada por su armario, pero supo que no lo era cuando se movió. Era una figura extraña como un hombre, pero a sus costados parecían asomar dos enormes alas negras, tragó saliva asustado y trató por todos los medios de no moverse.

  Al día siguiente se lo contó a sus padres, pero le dijeron que solo era una pesadilla. Aquella noche no le vio. Pasada una semana empezó a creer en las palabras de sus padres.

  No le gustaba dormir mientras llovía, los ruidos le producían escalofríos. Se levantó a correr la cortina para evitar ver la luz de la luna coloreando las gotas de lluvia, al hacerlo comprobó que el suelo estaba mojado, miró la manivela de la ventana pero yacía encajada. El pequeño charco se extendía en pisadas al otro lado de la habitación, lo siguió con la mirada hasta la puerta. Una figura se alzaba frente a esta y por primera vez pudo ver su cara.

  Sus ojos eran negros como el alquitrán, su pelo del mismo color caía a la altura de sus hombros. Su cuerpo era corpulento y su altura era enorme a los ojos de un niño. De su espalda salían dos alas negras similares a las de un cuervo.

  La criatura sostuvo la mirada horrorizada del niño, su boca se elevó lentamente dibujando una escalofriante sonrisa. Entendió que no era una pesadilla sino una realidad, las gotas que caían de sus alas eran las mismas que hacían que sus pies se estuvieran congelando. Cuando quiso gritar nada salió de su boca.

  Sus padres no le creían a pesar de que no era el único que decía haber visto una extraña criatura en su habitación, todos los niños de su edad comentaban que un pájaro enorme les visitaba algunas noches.

  Habían pasado varios meses desde que comenzaron los rumores de la aparición de esa especie de hombre pájaro. Algunos padres conducidos por la alarma del terror de sus hijos iniciaron una investigación, pero no hallaron nada.

  Él jamás había compartido con nadie sus miedos antes esa criatura a los que algunos le denominaban el cuervo o el hombre pájaro, pero por alguna razón él sabía que pronto conocería su nombre.

  Una noche de verano donde las estrellas adornaban el cielo por completo, Seth se encontraba en la calle acompañado por su hermano mayor, el único que confiaba en sus palabras. Habían salido a comprar un helado para comerlo en la calle buscando algo del aire que no llegaba en esa época del año. Seth era un niño curioso a la vez que miedoso, pero cuando olvidaba su lado precavido se lanzaba a la aventura.

Los monstruos sí existen [En Papel].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora