II

25 8 44
                                    

Alec

Estoy muy nervioso desde hace días. Y tengo motivos de sobra para ello. Mi pequeño hijo empieza hoy el colegio y eso es algo muy importante. Lo hemos preparado todo para que hoy salieran las cosas perfectas pero mientras desayunábamos nos entró el pánico tanto a él como a mí y... Suerte que mi chica salió en nuestra ayuda y nos hizo felices de nuevo, con estas dos camisetas que ahora lucimos en la calle, orgullosos de ellas. Carol siempre sabe qué hacer y cómo sacarnos una sonrisa. Ella dice que yo también hago eso muchas veces, incluso Robert, que ella no tiene ningún mérito especial. Que los tres nos turnamos para apoyarnos y tranquilizarnos cuando alguno lo necesita y que eso es en realidad ser una familia.

No me digáis que no tengo una gran suerte en la vida.

Robert camina en medio de ambos, dándonos la mano, mientras conversa, alegre, sobre las ganas que tiene de enseñarle a todo el mundo su camiseta. Unos vecinos que nos encontramos en el portal al irnos ya nos han dicho lo mucho que les gustan. Y ahora que nos acercamos a la puerta de su nuevo colegio, la gente nos mira. Sí, primero por quiénes somos Carol y yo, pero después se ríen al ver las camisetas y lo orgullosos que vamos luciéndolas, y nos van diciendo a cada paso que quieren unas iguales. Y Robert está eufórico ahora mismo, deseando entrar en clase.

—¿Veis? Ir al cole no es tan malo como parecía —nos dice Carol con una hermosa sonrisa que no puedo evitar besar en cuanto aparece en sus labios.

Mi chica es la mujer más asombrosa sobre la faz de la tierra; no creo que nadie pueda tener dudas sobre ello.

Justo cuando estamos elevando unos centímetros en el aire a Robert, haciendo que salte cada vez más alto, nos sorprenden unos paparazzi que empiezan a gritar y a deslumbrarnos con los flashes de sus cámaras. Robert lanza un grito por el susto que se lleva y se esconde detrás de Carol y de mí, medio llorando para que se vayan de aquí.

Maldita sea...

—A ver, chicos —les digo a los paparazzi todo lo amablemente que puedo—, hoy es un gran día para él y ya sabéis que todavía se pone nervioso con estas cosas. ¿No podríais avisarnos cuando vayáis a hacer estas cosas en vez de salir de la nada y hacer esto?

Los tres paparazzi que nos han asaltado hace unos segundos, se quedan primero sorprendidos porque me dirija a ellos con buen tono y luego parecen reflexionar sobre lo que estoy diciendo. Podría demandarlos, es cierto; las leyes son bastante estrictas en algunos sitios. Pero eso no resolvería nada a la larga. Carol y yo hemos hablado mucho sobre este tema y hemos decidido que lo mejor es afrontar cada situación con normalidad, intentando hablar con quien haga falta.

Y, por ahora, nos está funcionando de maravilla.

Aquellos paparazzi se hacen a un lado, pidiéndonos perdón tanto a Carol y a mí como al propio Robert, que sale de detrás de nosotros algo desconfiado todavía.

—Intentamos un par de fotos cuando salga del colegio, ¿de acuerdo? —les dice ella al pasar por su lado—. A ver si sale contento...

Todos asienten, encantados con la perspectiva. Incluso uno de ellos escuchamos que grita School rocks! y le desean suerte a lo lejos a Robert, que se gira en ese momento y ensaya ante ellos un gesto rockero con la mano que le he enseñado hoy mismo. Los paparazzi se ríen, nosotros suspiramos de alivio y Robert vuelve a estar feliz, llegando a las puertas de su nuevo colegio con una gran sonrisa otra vez.

Y sí, se forma un pequeño revuelo cuando llegamos, y algunos padres incluso se acercan a nosotros para presentarse de forma descarada. No me cae bien ninguno de ellos, lo digo desde ya.

Y es que ninguno ha dicho nada de nuestra camiseta. Imperdonable.

—Ey, colega —le digo a mi hijo, agachándome a su altura cuando veo que vuelve a ponerse nervioso con tanto jaleo a nuestro alrededor—. No pasa nada, ¿de acuerdo? Carol y yo estamos contigo.

—¿Vais a venir después? —pregunta con carita triste, mirando a su alrededor con algo de miedo.

—Claro que sí —le aseguro—. Es más, si en algún momento ahí dentro ves que no puedes más, piensa en nosotros para que te ayudemos hasta que salgas.

—¿Vendríais?

—¡Mejor aún! Como tardaríamos un poco en entrar a tu clase, sólo con pensar en nosotros muy fuerte, muy fuerte, te vamos a ayudar en lo que sea al momento, ¿qué te parece?

Robert mira ahora a Carol, que se afana por hablar amablemente con la gente para que le presten atención a ella y no a mi hijo. Esta parece sentir su mirada y se gira hacia él, sonriéndole. Y Robert se lo toma como una confirmación de lo que le acabo de decir.

—Bueno, vale... —me concede.

Abrazo a mi hijo con fuerza. Quiero llorar, no sé por qué. Siento emoción porque estoy llevando a mi pequeño al colegio en su primer día, algo tan sencillo que no pensé que pudiéramos conseguir hacer tan fácilmente, la verdad. Pero lo estamos haciendo, y todo está saliendo más o menos bien. Diana ni siquiera nos ha puesto pegas para esto. No parecía tener ganas de discutir. Puede que tenga que ver el hecho de que Laura acaba de publicar el tercer libro de Coincidence y seguramente Diana ya está tramando algo mejor que lucirse en el primer día de colegio de su hijo. Pero en todos estos años hemos aprendido a disfrutar del momento sin pensar en lo que está por venir. Así hemos sobrevivido y así vamos a intentar hacer que las cosas continúen funcionando.

—Niño —escucho a mi chica decirme a mi lado—. Robert tiene que entrar a clase con el resto de sus compañeros.

Me fijo en que todos ya se han despedido de sus padres y están entrando por aquella puerta infernal. Me separo de Robert para dejar que sea la propia Carol la que lo abrace ahora, susurrándole lo mucho que le queremos y lo poco que queda para que salgamos a celebrar este día.

—¡Tu camiseta es guay! —le dice un niño al pasar por su lado, entrando al momento por la puerta echando una carrera con otro compañero.

Robert se le ha quedado mirando con sorpresa y luego se ha girado hacia nosotros. De repente parece no tener tanto miedo a entrar en el colegio.

Vale, muy bien, a veces hay niños que sí que son buenos y no dan tanto miedo.

—Voy a entrar —nos dice con decisión ahora, emulando un tono adulto.

—Muy bien, cariño —le anima Carol, acariciando su pelo.

—¡Ese es mi colega! —le digo yo, chocando la mano con él y haciéndole reír cuando hago como si me ha dado demasiado fuerte y por poco me caigo hacia atrás.

Y en cuanto otro niño vuelve a decirle que le gusta su camiseta, Robert se echa a correr con él, dejándonos a Carol y a mí en la puerta, devastados de dolor por su repentina partida, un momento duro que me costará asumir hasta que...

—Sé que ahora mismo estás haciendo un drama tremendo en tu cabeza —me dice Carol a mi lado con una sonrisa que cuenta como un tercio de carcajada.

—No estaba... —comienzo a decir—. Un poco, vale —reconozco.

Y, por lo que sea, ella decide recompensarme con un amoroso beso.

—Umbrella, babe —me dice todavía sobre mis labios.

Suspiro, tratando de alejar el drama de mi cabeza.

—Always umbrella, babe.

Carol parece satisfecha con mi hazaña de contenerme y continúan sus recompensas.

—Venga, vamos. Te invito a desayunar.

La cojo por la cintura y vuelvo a besarla.

—Esto es más un premio para ti que para mí —me quejo cuando dejamos atrás el colegio por fin.

Ella simplemente se ríe.

He ahí mi tercera recompensa.

School rocks!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora