Capítulo 6: Respiro

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Llegué al bosque, el dolor era insoportable y la noche caía.

Me senté en una roca, decidido a sacar la bala de mi pierna.

—Vamos, estás en tu mente, todo esto es tu mente, puedes controlarla. —Me dije a mí mismo. —No te va a doler.

Introduje mis dedos en la herida, se sentía muy raro.

Poco a poco fui sacando la bala, no me estaba doliendo, así que creí que lo había dominado. Pero no era así, o no del todo.

Saqué de golpe la bala, y esta vez sí me dolió.

Comencé a llorar de dolor, pero me tranquilicé.

Puse mi mano sobre la herida y pensé en que esa herida no existía.

Cerré los ojos y poco a poco sentí las punzadas hacerse más débiles.

Cuando dejé de sentir dolor abrí los ojos, ya estaba oscuro pues había caído la noche. Quité la mano de donde estaba la herida y para mi sorpresa esta había desaparecido.

—Has sido muy valiente. —Dijo la voz.

—Gracias, estoy tratando de controlar mi mente. —Dije.

—Pues lo haces muy bien... ¿Por qué no practicas con algo más simple? —Dijo.

—¿Algo más simple?

—Sí. Algo que se te ocurra. En teoría puedes hacer lo que quieras. —Sostuvo.

No sabía qué podía hacer así que hice algo simple. Pensé en las luciérnagas, son bichos muy bonitos. Cerré los ojos y me concentré.

De repente comencé a escuchar pequeños zumbiditos.

Cuando abrí los ojos, el bosque se había llenado de cientos de luciérnagas, se me ocurrió que ellas podrían indicarme el camino, así que pensé en ello.

De pronto las luciérnagas comenzaron a dibujar un camino luminoso que titilaba. Decidí seguirlo.

—¿Ves lo fácil que es? —Dijo la voz.

Me limité a sonreír mientras seguía ese camino luminoso.

Después de algunas horas de camino logré dar con una carretera, a un costado había una casa que parecía abandonada y un coche muy viejo.

Entré en la casa y decidí pasar la noche ahí.

A la mañana siguiente me despertó un ruido.

—¿Quién eres y qué haces en mi casa?

Un anciano estaba parado en la puerta.

—Disculpe, estoy perdido y no sé cómo regresar a mi casa. —Dije.

—Veamos. —Dijo mientras se acercaba a mí. —Te ves algo débil... Debes tener hambre. Ven, te invito a desayunar.

Nos dirigimos a su cocina, su casa era muy acogedora, era muy al estilo de las casitas que hay en los bosques, como las que salen en las películas.

—Siéntate muchacho. —Dijo mientras se dirigía hacia la estufa.

Estuve un rato pensando en lo agradable que era tener un momento de paz, este era uno de esos momentos como cuando terminaste tus tareas, y te acuestas en la cama satisfecho, dispuesto a descansar, como cuando vas a un picnic con tus amigos, cuando te pasas tu videojuego favorito, completas un álbum coleccionable, o como cuando terminas un proyecto y te sientes tranquilo y satisfecho. Esos momentos de felicidad son oro puro.

De pronto un rico aroma inundó la casa, sustituyendo el aroma a flores por un aroma de desayuno. Me abrió el apetito.

—Toma muchacho. —Dijo aquél anciano colocando el plato de huevos y tocino frente a mí junto con un vaso de jugo de naranja.

Luego él también tomó un plato y se sentó frente a mí.

Desayunamos en silencio, sin decir nada, pero no era un silencio incómodo, sino un silencio que transmitía paz.

Disfruté mucho el desayuno. Entonces me di cuenta de que la comida estaba bien, podía masticarla y sabía bien, no era polvo como la demás comida.

También recordé que ya había podido tomar cosas antes, como el café con Ryan. Tomé un poco de jugo, y me emocioné de sentir el sabor.

—Eso fue la primera cosa que dominaste de tu mente, poder ingerir los alimentos. —Dijo con total tranquilidad, como si él supiera y me leyera la mente.

—¿Usted sabe...

—Así es, sé que estamos en tu mente. —Dijo y me miró, sus ojos grises se me hacían familiares.

—¿Abuelo? —Pregunté.

Él agitó su cabeza afirmando.

—¿Cómo terminaste aquí? —Pregunté sorprendido.

—Este es el pedacito de recuerdo que tienes de mí, aquí me quedaré.

—¿Entonces mi memoria te guardó en este lugar tan bonito? —Pregunté.

—En efecto. —Afirmó y luego se echó a reír.

Mi abuelo falleció cuando yo era muy pequeño, lo quería mucho, aunque no recuerdo mucho de él.

—Te llevaré a casa. —Dijo mientras sonreía.

Terminamos de desayunar y entonces nos levantamos. Al salir tomó su boina y las llaves de su coche.

Nos subimos y comenzó a conducir. En el camino me contó cómo conoció a mi abuela, historias de mi mamá de pequeña y otras historias de su vida. Es gracioso cómo es como si hablara con él.

Cuando llegamos a mi casa bajamos del coche.

—Cuídate mucho, muchacho, yo sé que dominarás tu mente y saldrás de aquí. —Dijo para después abrazarme y darme un beso en la cabeza.

Toqué el timbre de la casa y cuando salió mi mamá me abrió.

—¡Hijo! Me tenías muy preocupada. —Dijo mientras me abrazaba.

Me di la vuelta pero mi abuelo y su coche ya no estaban, en su lugar había un cochecito de juguete y un ancianito dentro.

Lo tomé y entramos a la casa. 

LawrenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora