Capítulo 11: Renato

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¿Cuál es el sentido de hacer daño? Nadie debería sufrir... Yo no merecía esto...

Estaba en un cuarto oscuro, no sabía dónde exactamente, pero hacía frío... Tenía hambre.

No había nada de luz, estaba encadenado.

—No puedes rendirte...—Dijo la voz.

—¿Por qué estás aquí?—Pregunté algo molesto.

—Bueno, nunca me he ido...—Dijo.

—¿Y por qué no estabas en los momentos en el que necesitaba oírte?—Dije con un tono de voz más alto.

—Porque estabas muy mal, por eso no podías oírme—Dijo.

—No mientas, no estabas. Nunca sonaste en los momentos que necesité de tus consejos.

—Sí est...

—Cállate—Dije, y al instante se detuvo.

Ahora estaba completamente sólo, y comencé a sentirme mal.

—¿Por qué eres así, Lawrence?—Me reproché.

Perdí la noción del tiempo... No sabía cuánto tiempo había estado aquí. Pero pronto comencé a escuchar sonidos... Parecían pasos.

Después de un rato empecé a escuchar voces difusas. Traté de prestar atención a lo que decían, distinguí que eran más de dos personas.

—¿Crees que deberíamos sacarlo ya?

—No, déjalo ahí dentro.

—Terminará por enloquecer.

—¿Enloquecer? Creo que ya está loco.

—¿Por qué lo dices?

—Vamos, está imaginando cosas mientras está inconsciente.

Rápidamente sentí que esas voces no eran de personas dentro de mi cabeza, sino del mundo real.

¿Estaba acaso entre despierto y dormido?

Intenté gritar, pero no pude. Sólo dejé de escuchar esas voces, y de repente se abrió una puerta.

No veía a nadie, pero sentí que la puerta me llamaba. Me levanté y ya no estaba encadenado.

Me intenté acercar lo más posible a la puerta, pero cada vez parecía alejarse más.

Quise correr hacia ella, pero conforme me acercaba, se volvía a alejar.

Corrí, corrí y corrí lo más rápido que pude, pronto empecé a sentir cómo las lágrimas brotaban de mis ojos.

—¡No te alejes, sólo quiero ir a casa!—Grité, pero la puerta no se detuvo.

Parecía un cuarto inmenso, que nunca me permitiría salir.

De repente desperté en la cama de mi cuarto.

¿Estaba soñando?

¿Por fin había despertado?

Intenté levantarme. Me enredé con las sábanas y caí estrepitosamente al suelo.

—¡Auch!—Alcancé a decir.

Me levanté y caminé hacia la puerta.

Me dispuse a abrirla, pero antes pegué mi oído a la puerta a ver si podía escuchar algo, pero no fue el caso.

Giré lentamente la manija de la puerta. Al abrirla dio hacia el mismo corredor de siempre. Las paredes con el papel tapíz aterciopelado color guinda hace ver la casa tan elegante.

Miré por el barandal pero no vi a nadie, así que bajé las escaleras de madera rechinante.

En la sala no había nadie, la televisión estaba apagada, pero habían varias cajas sin abrir, como si recién nos mudáramos.

—¿Hola?—Pregunté.

No obtuve respuesta.

Decidí explorar un poco más, había un gran ventanal, pero tampoco se veía gente en la calle.

Estaba nublado, aún descalzo me aventuré a salir fuera. Caminé por el césped del jardín. Estaba frío.

Una fría briza recorrió mi cara, así que me metí de nuevo a la casa.

Intenté buscar mi teléfono, pero no lo hallaba.

¿Seguía dentro de mi cabeza? Incluso dentro de mis sueños siempre cargaba el teléfono encima, pero esta vez no.

Regresé a la habitación con las esperanzas de que ahí estuviera mi teléfono, pero no fue así. Busqué debajo de la cama, pero no había nada, se veía muy limpio.

—¿Y si por fin desperté?—Pensé.

Tomé un par de tenis verdes y me los puse, junto con una sudadera celeste y un gorro amarillo, bajé las escaleras y tomé las llaves que habían en una mesita junto a la puerta.

Salí y me dirigí a la calle.

Las casas del vecindario se notaban un poco descuidadas, sus colores apagados daban una vibra extraña.

Caminé alrededor de cinco minutos antes de encontrar una cafetería. Entré pero no había nadie, aún así, habían vasos de café calientes en algunas mesas.

Salí, y justo ahí comencé a sentir que unas pequeñas gotas de agua golpeaban contra mi piel.

Como no llevaba nada no me importó caminar bajo la lluvia.

La lluvia me empapó por completo, mis mechones de cabello anaranjado caían sobre mi cara, pero se sentía bien el agua.

Entonces me topé con un gato, un gato color dorado. Acerqué lentamente mi mano mojada hacia el gato, y no se alejó.

Estaba completamente mojado, y como no se veía nadie cerca decidí llevarlo a casa. Lo metí entre mi sudadera y nos fuimos.

El sonido del agua golpeando el concreto es uno de los sonidos más placenteros que pueden existir, caminar junto a ese sonido, libre de truenos y sonidos de la ciudad es lo más relajante que he podido experimentar.

A lo lejos vi una pequeña tienda. Me dirigí a ella.

—Buenas tardes—Saludé, pero tampoco parecía haber nadie.

En uno de los estantes habían sobres de comida para gatos de veinte sauces, tomé cinco y dejé cien sauces sobre el mostrador antes de salir.

Caminé de vuelta por donde vine, en el proceso comenzó a oscurecer. Las sombras de los grandes edificios del centro de la ciudad asomaban por el horizonte, llenos de neblina, eso indicaba que no estaba muy lejos del centro.

Luego de una hora caminando llegué a mi casa. Ya estaba completamente oscuro, pero aunque no había visto a nadie, todas las casas tenían las luces encendidas.

Destapé un sobrecito de alimento para darle al gatito, que ya había sacado de mi sudadera al entrar.

Parecía que le gustaba. Comencé a acariciarlo mientras comía.

Me metí a bañar y al terminar me dirigí a la sala de nuevo, intenté encender la televisión, pero no había ningún canal.

La volví a apagar, subí por una toalla para terminar de secar al gato y mientras lo hacía pensé en un nombre para él.

—Renato—Dije, y al instante volteó a verme.

Luego de secarlo lo subí conmigo al cuarto, donde lo dejé en la cama antes de lavarme los dientes y así acostarme.

Al acostarme Renato se hizo bolita en mi brazo y ambos nos quedamos dormidos. 

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⏰ Última actualización: Mar 23 ⏰

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