Dos gotas de lluvia

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Dos gotas de lluvia

Era una tarde de otoño, el cielo estaba nublado, los árboles se movían a causa de la ventisca. Sara estaba cocinando, las manos enharinadas, el mandil manchado y los pies cansados de tanto trabajar. El tiempo pasaba y aún no terminaba de preparar la receta de su celular.

Al poner los ingredientes, en el sartén se percató de la falta de uno de ellos: los limones ¿Cómo iba a hacer camarones empanizados sin limón?

Sara ya sabía que no había, porque en la comida de ayer se le acabaron, Patricia, su compañera de casa, los debió haber comprado un día antes, pero nunca se dio cuenta, sí realmente lo hizo. Necesitaba hacer algo y rápido, además, las nubes amenazaban en estallar pronto, Patricia había salido a trabajar hace una hora, Sara se debatía en esperarla o salir ella misma por los limones.

Sin pensarlo dos veces, la muchacha limpió sus manos, dejó el mandil en la estantería y salió al supermercado. Llevaba treinta minutos atorada en el tráfico, hasta que el taxi llegó a su destino. De repente, el cielo dejó caer las primeras gotas de lluvia, Sara rápidamente entró al súper, pasó por el área de carnes y embutidos, para por fin llegar al de frutas y verduras, escogió el kilo de limones y se dirigió a pagar.

Al salir se dio cuenta de que una fuerte tormenta había desatado, sus zapatos absorbían el agua y sus pies se mojaban cada vez más, miró en dirección a la calle, pero para su mala suerte no había ningún taxi cerca. Una gran desesperación se apoderó de ella, y justo en ese momento de estrés un carro paró cerca de donde la chica se encontraba, su primera impresión fue que algo andaba mal, pero en cuanto bajó un joven alegre, decidió permanecer en donde estaba.

Sara se sentía tonta, porque había olvidado el paraguas y su casa no se encontraba cerca del supermercado como para ir caminando. Sentada en la acera y empapada de pies a cabeza, el muchacho se le acercó, se sintió más avergonzada por la situación.

—¿Estás bien? —preguntó, pero al ver que no obtuvo respuesta alguna, volvió a insistir—. ¿Necesitas ayuda?

—Si estoy bien —dijo Sara, pero no admitía que necesitaba ayuda para llegar a su casa y terminar la comida. La lluvia seguía, no cesaba, inundando las plazas, hogares y calles de la gran ciudad.

—¿Está segura? —siguió preguntando. El muchacho era muy atractivo, tenía el cabello castaño, los ojos color miel y parecía ser muy amable.

Sara no tenía otra alternativa, su única opción era dejar que el joven la ayudara.

—La verdad sí, ocupo algo —dijo apenada—. Vine en taxi, me agarró la lluvia y necesito devolverme a mi casa, pero no veo ningún carro cerca y menos con este aguacero.

—Te puedo llevar si quieres —le dijo el joven—. ¿Cómo te llamas?

—Me llamo Sara, no es necesario. —La chica sentía miedo hacía el desconocido. Pero estaba desesperada, porque su celular se encontraba apagado y no había manera de contactar a Patricia, la lluvia empezó a empeorar, dejando charcos por la avenida, llenando las alcantarillas con grandes cantidades de agua.

—¿Dónde vives?, realmente no es una molestia para mí llevarte, me llamo Sebastián —contestó esbozando una sonrisa y extendiéndole el paraguas que traía para cubrirla de las gotas de lluvia que mojaban a Sara.

Al principio la chica se sentía apenada por hablar con un desconocido, pero cuando fueron caminando hacía el carro de Sebastián, le inspiró confianza. El joven la dejó enfrente de su casa, Sara quería volver a verlo, pero no sabía cómo decirle, hasta que el muchacho rompió el silencio.

—¿Quieres ir conmigo mañana a desayunar? —preguntó.

—Si, encantada —afirmó Sara.

Sara entró a su hogar fascinada con la idea de salir con Sebastián, olvidó por completo el hambre que tenía y solamente pensaba en la cita; ¿Quién diría que por un error que cometió su compañera de piso, la bella chica obtendría una cita con un joven apuesto?

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¡Hola! espero que les haya gustado el relato. Recuerden que publicó los martes y viernes. Me ayudarían mucho comentando y compartiendo mi historia, saludos.

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