Un trago amargo

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Un trago amargo

Llevaba días preparando mi tesis, el restaurante en el que me encontraba estaba a punto de cerrar, mis manos no dejaban el teclado y mi taza se llenaba de café cada 20 minutos.

—Gracias, Larry —le dije al mesero después de traerme un sándwich.

—Estamos a punto de cerrar, Esmeralda —me dijo alejándose para hacer corte de caja.

Me quedé esperando a que mi novio llegara, prometió pasar por mí después de su práctica de hockey. Pasaron los minutos y no llegaba. Apagué la laptop, guardé mis cosas y me senté en el sillón amplio de la cafetería.

—Esmeralda, si quieres yo te llevo —Se ofreció amablemente Larry.

Negué con la cabeza y le dije que esperaría un poco más. Ya iba por una hora sentada y cansada, eran las 10 de la noche y no aparecía. Decidida salí de la cafetería despidiéndome de todos. Iba a coger un camión cuando mi teléfono vibró.

Era un mensaje de una amiga mía, me había enviado un video.

Reproduje el video, gran sorpresa que me llevé. La grabación mostraba explícitamente como mi novio se estaba besando con una muchacha, pausé el video, no podía seguir viéndolo.

"Lo siento mucho, amiga". Decía el mensaje, según me dijo, ella fue a una fiesta de beneficencia y ahí fue cuando encontró a Francisco con alguien más. No se atrevía a mandármelo porque temía dañar nuestra amistad, sin embargo, le agradecí que lo hiciera. Hubiera hecho lo mismo si estuviera en su lugar.

Aún no reaccionaba a lo que veía, era increíble, el engaño. Me dolía más la mentira, pudo haberme dicho que no podía pasar por mí. Quería gritar, llorar, correr, pegarle a algo, pero me contuve. Hice mi mayor esfuerzo por no derramar ni una sola lágrima, me armé de valor y le llamé por teléfono.

—Hola, Esme —contestó, se escuchaba mucho ruido.

—¿Dónde estás? —pregunté.

—Ya voy para allá.

—Te pregunté que si donde estabas —insistí.

—Tranquila bebe, ya voy —dijo.

—No, Francisco. ¡No te atrevas a venir! —le contesté ya exaltada—. ¡No tienes vergüenza! Me acaban de mandar un video, sé que estás en una fiesta y aparte te besaste con una muchacha.

—¿De qué estás hablando? —preguntó asustado—. La gente inventa cosas, no creas nada, Esmeralda.

—¡Al que no le creo es a ti! —grité.

—Esmeralda, ¿En serio, te vas a poner así por teléfono?

Empecé a llorar, no quería hacerlo, pero se estaba portando como un cretino.

—¿Así como?, esto no está funcionando.

—No te atrevas a cortarme por teléfono, Esmeralda.

Aparte de todo, me estaba amenazando por cosas sin sentido.

—Pues ya lo hice. No quiero volver a verte —le dije entre sollozos—. Vete con quien quieras, y espero que tus amiguitas se enteren de que te terminé para que le bajes a tu ego.

—Maldita perra. —Fue lo último que escuché y colgué.

Era tan egocéntrico, que no soportaba creer que alguien había terminado con él. Mis lágrimas parecían lluvia, no cesaban.

10:52 PM, marcaba mi reloj. Quería volver a la cafetería para regresar con Larry, porque los camiones ya no iban a pasar, sin embargo, en el restaurante estaban todas las luces apagadas y no había ningún carro.

Estaba sola en medio de la calle, sin dinero, con la batería baja del celular y en mal estado mental. De repente, dos personas encapuchadas empezaron a acercarse. Eran dos hombres, uno tenía el cabello largo y las mangas rotas, mientras que el otro era chaparro y traía una navaja.

Caminé hacia el otro lado, dando pasos acelerados. Me venían siguiendo, intenté esconderme detrás de los carros, escabullirme más rápido. Seguían detrás, así que corrí. Para mi mala suerte, me tropecé y caí boca abajo sobre la banqueta.

Los dos tipos se detuvieron acercándose más a mí. Uno de ellos me agarró el portafolio donde traía mi computadora y la comenzó a jalonear. Por acto seguido, me defendí levantándome del suelo.

—¡Ayuda! —grité, pero por la hora nadie se atrevió a salir para ver lo que estaba pasando.

El hombre más chaparro me tomó por la espalda y puso la navaja muy cerca de mi cuerpo, en cuanto la vi me quedé helada. No me moví.

—¡Quédate quieta y no vuelvas a gritar! —dijo uno de los dos amenazando.

Me quitaron todo lo que traía. De repente, escuché quejidos y volteé para ver de qué se trataba.

Un muchacho golpeó a la persona que traía la navaja, esta cayó al piso. Lo agarró por la espalda, y le golpeó debajo del abdomen varias veces. El otro señor en vez de ayudar a su compañero salió huyendo, probablemente pensó que llamaríamos a la policía. Sin embargo, seguía paralizada, quería ayudar al joven, pero mi cuerpo no respondía. Salí del estado de shock cuando se agarraron a golpes y las heridas comenzaron a notarse.

Intenté separarlos, los dos se movían rápido. El muchacho que estaba tratando de defenderme era el más afectado. No era muy alto, tenía el cabello color azabache y estaba bastante fornido. Actúe por instinto, me arme de valor y golpee al tipo que intentó robarme sin miedo a que viniera armado.

Al tener a dos personas atacando, no le quedó otro remedio que salir huyendo junto con el otro señor.

—¿Estás bien? —le pregunté al muchacho.

—Si, solamente creo que me fracture la nariz —dijo, se podía ver como salían gotas de sangre de una fosa nasal—. ¿Estás bien? —me pregunto.

—Si, muchas gracias por ayudarme, no sé qué hubiera hecho si no hubieras aparecido.

—No fue nada, escuché ruidos y quise ver qué pasaba. —Se llevó una mano al costado de su abdomen y soltó un quejido.

Rápidamente me acerqué a él para ayudarlo a mantenerse de pie, se sostuvo de mi hombro y me indico que lo siguiera.

—Mi casa es aquella de la esquina color blanco —indicó apuntando una casa impecable e inmensa—. Vamos, estaremos mejor ahí.

No objete, ni dije nada fuera del lugar, lo único que anhelaba en aquel momento era descansar o estar en un lugar seguro, no afuera en el peligro de la noche. El muchacho se llamaba Elías y era bastante agradable, me contó un poco acerca de él y a decir verdad pasé una velada tranquila junto a Elías. Era un completo desconocido para mí, pero sentía que nos conocíamos de toda la vida. Esa noche habían pasado muchas cosas desagradables, pero lo mejor de todo fue que lo conocí. Y sin pensarla dos veces le confiaría mi vida, porque él no solo me salvo de aquellos dos hombres sino también de la depresión al llenar el vacío que había en mí.

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Relatos románticos vol.1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora