*Capítulo 1*

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*Lilith D'angelo*

Cepillé mi cabello, siempre me había gustado ser pelirroja. Me hacía sentir especial, aunque hoy, me sentía despreciada.

Mi padre, el gran mafioso Cristianno D'angelo, había tenido problemas con la mafia rusa, razón por la cual estuve secuestrada quince días. Quince largos días, en los que ni siquiera sabía la hora. Debía admitir que me trataron realmente bien para como mi padre trataba a los que se le atravesaban en su camino. Aún así, fue una experiencia desagradable.

Al parecer pagar veinte millones de euros por el rescate y enviarme a un apartado internado en las afueras de Roma era la solución perfecta para él.

- Así no serás un problema y estarás a salvo.-

Y nadie movío un dedo para que me quedase en casa. Nadie, ni mi madre, que siempre estaba de acuerdo con mi padre, ni mi hermano, que solo le importaba sentirse respetado y complacer a su esposa.

Bueno, solo Alessandra, la sirvienta, porque sabía que si me marchaba, Valeria, su hija, tendría que acompañarme.

Pero si algo aprendes cuando vives de la mafia desde que naces, es a no contradecir a un mafioso. Nunca terminaría bien.

Abotoné el último botón de la camisa del uniforme. Al menos la vestimenta era elegante. Camisa negra de hilo que debía estar abotonada hasta el cuello, falda por encima de las rodillas solo cinco centímetros, color rojo oscuro, corbata negra de uso obligatorio, chaqueta del mismo color de la falda, con la insignia del colegio: una espada, una serpiente, en el fondo un sol y unas palabras en latín. Medias finas y largas preferiblemente de color negro y por último zapatos cerrados, también negros, con un pequeño tacón de cinco centímetros máximo. Tenía entendido que el uniforme era único, aunque teníamos otro modelo, exactamente igual pero color azul.

— Harás nuevos amigos, lo prometo —mi madre entró al cuarto, calmada, como solo ella sabía.

— ¿También mi padre pagará para que las personas me hablen? —dije con frialdad.

El impacto de su mano en mi rostro fue suficiente para querer irme corriendo de ahí y desaparecer para siempre.

— No digas eso, tu padre te ama. Si te manda lejos es por protección. Se arrepiente todos los días de que hayas tenido que vivir esa experiencia tan difícil —acarició mi cabello, y pasó su mano suavemente por el lugar golpeado, limpió la lágrima que corría, y sonrió— También moldeará tu conducta ese internado, en un futuro serás la cabeza de los D'angelo, necesitas más carácter.

Su calma me irritaba. Mi madre era peor que mi padre, siempre planeaba las torturas más enfermas y los castigos más trágicos para los enemigos. Según ella, lo hacía por proteger a la familia.

— Que no sea una víbora como tú no significa que no tenga carácter —escupí entre dientes.

Me golpeó del otro lado. La sonrisa no se había borrado de su rostro ni un solo segundo.

— Lo tienes, pero te falta. Eres poco inteligente, si tuvieras al menos un poquito de cerebro, sabrías que no te conviene probar fuerza conmigo. Soy la cabeza de esta familia, de mi depende cuando regreses a casa —esta vez mostró los dientes a través de los labios perfectamente pintados de rojo intenso— Baja, ya el coche está esperando.

Cogí mi teléfono y pasé por mis labios una ligera capa de brillo. Me juré que volvería antes de lo que todos pensaban, aunque tuviera que hacer lo imposible.

Bajé las escaleras, solamente se sentía en la casa el sonido que hacían mis tacones al pisar cada escalón de mármol.

En el salón estaba toda la familia esperando, más bien, apresurando el momento. De alguna forma u otra los odiaba a todos.

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