*Capítulo 4*

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*Desconocido*

Era de tarde. Los colores del atardecer se veían aparecer por debajo de las nubes grises. Italia. Hermoso lugar. Hacía mucho tiempo que no venía.

Desde el techo de aquel hospital las personas se veían como hormigas, y lo eran. Simples hormigas que no sabían el poder que tenían. Habían sido creados con tanta ignorancia que eran capaces de no ver lo que deberían.

Una vez intenté enseñarles todo su potencial, nadie me creyó. Gacias a su ignorancia vivo en una alcantarilla, donde los que alguna vez consideré mis amigos y familia, me odiaban a muerte.

Terminé de fumarme el cigarrillo, y bajé por las escaleras, tenía trabajo.

Mi trabajo consistía en buscar las almas de los pecadores y llevarlas al infierno. A los demonios no se nos daba la oportunidad de elegir vocación. Pero yo no era cualquier demonio, yo era un ángel caído, el rebelde del paraíso, una de los pocos  que se enfrentó al Todopoderoso, mi padre,  y vivió para contarlo. Y entre buscar almas o torturarlas, prefería la primera.

El infierno solía repetir todos tus miedos una y otra vez, pero si eres un demonio no tienes pesadillas, y tu infierno consiste en ver millones de almas martirizadas, llorando, gritando, reclamando... hacían mucho ruido. No me compadecía por ninguna, eran almas despreciables, personas que no supieron aprovechar su ratito en la Tierra. Porque eso es lo que están, un ratito.

La vida de un humano dura aproximadamente un mes según el tiempo en el infierno. Es patético que desaprovechen ese tiempo de formas tan ridículas.

– En fin... humanos.–

Entré por la puerta de la habitación 312, el alma de un suicida, que cobarde. Los humanos me irritaban.

En la camilla los médicos estaba haciendo de todo por salvar a esa alma condenada, no podían verme, no podían ver que sería en vano tanto esfuerzo.

Lilith D'angelo. Me acerqué a ella, tomé un mechón de su rojo cabello, observé detalladamente todas sus facciones, era guapa , se veía tan frágil. Sería un buen entretenimiento allá abajo, quizás la tomaría de juguete nuevo, antes de que algún otro demonio se interesara.

Abrí mis alas, el orgullo de todo ser celestial. Sus alas. Las mías eran llamativas y fuertes, plumas negras con un ligero brillo azul, podía volar tan rápido y alto como quisiera, eran lo que más me importaba.

Tomé el espíritu de la chica en mis brazos, se veía inocente, no parecía un alma de allá abajo, su lugar no era el infierno, era tan evidente.

¡Se nos va!, ¡alguien que traiga rápido el desfibrilador!.–

No se rendían, aún cuando ya todo estaba perdido.

– ¿Qué pasó para querer suicidarte?.– Susurré en su oído.

– ¿Hablando con mi alma, demonio?.–

Aunque estaba de espaldas sabía quien era. Gabriel. Mis ojos se incendiaron en rojo intenso. Comenzaba una fiesta, y esta vez bailaría más de lo habitual.

Deposité el espíritu donde lo había cogido hacía un momento. Los médicos aún luchaban por su vida. Me di la vuelta, efectivamente, Gabriel.

– ¿Ya dejan entrar a los suicidas al paraíso, mojigato?, ¿o es solo padre queriendo joderme?.– dije con tranquilidad.

– Oh, Samael, no aprendes ¿eh?, padre no sabe que existes, moriste para nosotros el día en que te rebelaste.– Caminó hacia la chica, sin evitar chocarme al pasar por mi lado.– Es hermosa, ¿Quién habría querido matarla?.– Estaba pensativo, no lo demostraba, mucho menos se notaba, pero yo lo conocía, más de lo que admitiría.

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