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Amalia

Caminaba por el largo pasillo, mis manos inquietas en el bolsillo delantero de mi sudadera, dando pasos tímidos pero rápidos. Nunca me ha gustado tener la atención de la gente, y esto sin duda, el pasar por el pasillo con todos los alumnos y algún que otro profesor mirándote de arriba a abajo por no llevar uniforme, me hacía sentir juzgada.

Seguí andando todo recto, hasta localizar la puerta que la directora me enseñó el día anterior, y fui decidida hacia allí para acabar con esta humillación y poder sentarme, pero una mano me tomó por el hombro y me hizo girar, yo por acto reflejo le pegué un manotazo.

—Vaya, ¿pero y tú quien eres?— un chico alto y rubio me miraba con superioridad, yo no sabía que contestarle.

—Mmh, bueno eso mismo te pregunto yo a ti, que te crees con el derecho a tocarme.

—Bueno, mirad, si la nueva tiene agallas.

—Si, y también parece que tu cara pide a gritos un puñetazo— Su cara se puso tensa, y así supe que nadie nunca le había llevado la contraria.

Quien era este chico, que parecía tener demasiado más ego del que debería tener, y lo único bueno que parece poseer es la habilidad de ser un idiota.

>> Solo déjame, no vuelvas a tocarme, por tu bien— me alejé de allí como pude, y giré la cabeza y solo llegue a observar a este chico observándome con cara de odio mientras que una chica y dos chicos más estaban detrás de él sin hacerle un mínimo de caso a la situación, —me atrevería a decir que no se han dado cuenta de que yo existo— al contrario que todos los demás compañeros.

—¿Vas a pegarme una patada? te has ido a meter con la persona equivocada preciosa.

Me obligue a seguir caminando haciendo caso omiso a sus palabras, respiré hondo unas pocas veces ya sentada en mi pupitre.

Pensaba que todo se había arreglado, que estaba casi recuperada del todo, pero parece que solo han sido simples imaginaciones mias, porque él ha sabido de sobra que podía ir a por mi fácilmente, sabiendo que sería un blanco fácil. Nunca voy a estar curada del todo, en cierto modo eso ya lo sabía pero me negué a aceptarlo, quería tener un poco de esperanza, al fin y al cabo es a lo que todos nos aferramos, al simple destello de luz que nuestra mente pueda crear en un vacío en el que nosotros mismos nos hemos metido, en ese pozo sin fondo en el cual hemos decidido caer.

Por un momento, llegue a pensar que todo a partir de ahora iría bien, para mejor, porque mi razonamiento fue, que si ya estuve en lo más bajo, lo único que puedes hacer es subir, pero ahora mismo lo único que soy capaz de hacer es rebozarme en la mierda que hay en lo más hondo, recordarme cada día lo poco que soy capaz de hacer ahora sin que me rinda casi al instante, o de que me de un ataque más. Habría preferido que todo hubiera acabado ese mismo día.

(...)

Decidí salir la última del aula, saqué y metí los libros en mi mochila unas tres veces cada uno antes de salir hacia la cafetería. Sacaba mi monedero del bolsillo pequeño de la mochila, cuando al fondo de este, lo vi.

—Para ti— pasa los brazos a través de mi cuello, y me cuelga el colgante dorado—porque si mañana muero, hoy quiero cuidar a la estrella que más brilla vista desde mis ojos, para que a partir de ese día, no se apague nunca.

No llego a esperar al día siguiente.

No me permití que ese recuerdo me debilitara lo más mínimo, había conseguido salir del centro, me habían felicitado por un progreso que todos podían ver, todos menos yo, pues me seguía sintiendo igual, solo estaba acostumbrada a vivir con ello.

Échalo a suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora