15 - El pasado de un imperio II

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En un pueblo alejado de las grandes ciudades, el emperador Alef sostenía en sus brazos a un recién nacido que era la viva imagen de él.
A su lado, la madre del recién nacido estaba feliz por la presencia del hombre que la tomó en sus brazos, pero mantuvo la mirada baja esperando que los guardias no tomaran su accionar como una ofensa al emperador.

Habían pasado ya tres meses desde que el emperador dejó el palacio, durante ese tiempo el se encargó de eliminar cualquier levantamiento en contra de su imperio y mantuvo a su lado a una aldeana que había ganado su corazón por varios años.

Tomando el mentón de la joven con sus manos, el emperador levantó el rostro de la joven cruzando las miradas.

— Leticia, no tengas miedo por nuestro sucesor, mientra te mantengas a mi lado nadie podrá ponerte un dedo encima—

El emperador era consciente de que si llevaba a Leticia en ese estado al palacio, la emperatriz no lo soportaría y la mandaría a matar en el acto.

Sintiendo la preocupación de su majestad, Leticia contuvo sus lágrimas y besó el dorso de la mano del emperador mientras miraba el rostro alegre de su bebé.
Durante los meses que el emperador estuvo afuera, la emperatriz fue llamada por la sacerdotisa mayor para realizar su chequeo mensual.

El día que la emperatriz recibió la noticia sobre el hijo del emperador, ella le pidió a la sacerdotisa mayor que revisara su cuerpo solo para enterarse que no estaba embarazada.
Furiosa, la emperatriz no dejó de tramar en contra del hijo que aún no llegaba al palacio y sostuvo cada noche a un hombre diferente esperando quedar embarazada.

En la última cita después de tres meses recibió la feliz noticia de que había quedado embarazada.

Regresando al palacio, lo primero que hizo la emperatriz fue eliminar a todas los sirvientes que mantuvieran se mantuvieran leales al emperador, encerrandolos en la villa donde se deshacía de las concubinas.

— Mi señora, cumplimos con nuestro deber—

En una habitación del palacio, la emperatriz tenía una expresión de felicidad en su rostro mientras observaba la cabeza marchita de la que alguna vez fue la sacerdotisa mayor, junto a una carta sellada por la fallecida.

— Muy bien, ahora que no quedan testigos molestos, podré enfrentar al emperador sin problemas—

En la carta, la sacerdotisa escribió sobre el chequeo que se le hizo a la emperatriz y su estado de embarazo. La mujer al ver que eran los espías de la emperatriz quienes pedían la carta, dudo antes de escribir algo más sin dejar rastro sobre ella.
Bajando la pluma, un filo helado atravesó el cuello de la sacerdotisa, en los últimos momentos recordó el rostro ansioso de la emperatriz y solo pudo negar mentalmente al pensar en el destino del imperio antes de caer sin vida al suelo.

— Mi señora, que les pasará a las concubinas?—

El guardia elfico que sostenía en sus brazos a la emperatriz preguntó curioso a la mujer.
Al no encontrar nada extraño en su actuar, la emperatriz le empezó a contar al joven que la sostenía en la cama sus planes para recibir al emperador, incluido el destino de las concubinas.

Sin que la emperatriz lo notara, cuando estaba muy entrada la noche. El guardia elfico salió de la habitación de la emperatriz y se dirigió a los patios interiores del palacio.

Los guardias apostados en las murallas al reconocer a su compañero lo dejaron avanzar sin problema, no dudaban de él debido a que no era la primera vez que venía.

Esta era la quinta vez que el guardia llegaba a la entrada del harem imperial. Aunque nunca pudo entrar debido a las guardias que cuidaban el lugar, con el tiempo se ganó el amor de una de ellas y le pidió que le ayudara a entregar una carta.

Guerras bajo la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora