6. Almohada

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— Lo perdemos.

Escuché un poco. Sentía que estaba como en una especie de camilla que se movía un poco brusco. 

Desperté y habían luces arriba en el techo. Vi a 4 médicos que estaban empujando la camilla en dónde iba y me veían. Detrás de ellos iba mi tía y mis primos.

Mi tía sonrió cuando me vió. Que cruel es. No puedo creer que esté a punto de morir, que haya dado la orden de que Franchesca dispara la flecha, que permitiera que sus hijos me maltraten. Es un monstruo.

Tenía una mascarilla de respirar. Estaba mareado, me dolía la cabeza. Mis ojos apenas podían estar abiertos y ver qué estaba en un hospital.

Luego desaparecieron las luces y entramos a un cuarto un poco obscuro.

— Bien. Póngalo con cuidado ahí. — dijo el doctor a cargo que tenía lentes, una bata azul y guantes blancos.

Me cargaron con cuidado, sentí varias manos y me pusieron en cama.

— Ahora, la anestesia.

No. ¡No! ¡Me dormirán de nuevo!

Pero al menos no sentiré el dolor que tengo en la rodilla. Es como un un incendio en el cuerpo que me calienta y a la vez mi pierna no la siento y siento los huesos congelarse. Es una sensación extraña. Gracias a mi tía pude experimentarla.

Luego ví una jeringa que una chica igual vestida que el doctor me inyectó en el brazo. 

Caí de nuevo en un sueño profundo.

                                

                                ***

Despierto, con dificultad. Al tener visión veo al doctor sentado en frente de mí. Esperando que despertara. No tenía cabello. Tenía una bata blanca y una carpeta en mano.

Estaba en otra habitación azul con una mesa marrón al lado de mí. Había un televisor pequeño arriba en la pared y floreros con rifas de varios colores en la mesa.

— Gracias a Dios. Estás bien. — Se acerca a mí. 

Mi pie izquierdo, el que recibió la flecha, estaba cubierto de vendas y otras vendas más gruesas la sostenían arriba.

—  Soy el doctor Guzmán. Dime. ¿Cómo te sientes? — me pregunta preocupado y se sienta al lado de mí.

— Un... Un poco cansado. — respondo débilmente.

— Si es típico.

— Mi pierna... ¿Estará bien? — La verdad es que quería saber de eso antes que todo. Esperaba escuchar al doctor decir que todo estará bien.

Él mira mi pierna para luego responderme y mirarme de nuevo.

— Bueno... Hay una mala noticia. — dijo. Preocupado.

— Dígame. — Tenía miedo de lo que iba a decir.

— Tu pierna... Tu pierna... — Ya ¡dilo de una vez! — Tu pierna estará bien.

— Oh. — suspiré.

— Pero tendrás que estar en cama unos días o tal vez semanas. — explica. — Si la flecha hubiera entrado en tu muslo, estarías muerto.

Me asusto.

— Pero como ves no fue así y pudiste vivir. Eres fuerte.

¿Fuerte? No porque sea fuerte a lo físico sea fuerte de espiritualmente. Creen que porque las personas estén bien o puedan afrontar las heridas física por dentro lo están. Y la verdad no es así. Tal vez pude vivir. Pero ¿Y mi batalla interior? ¿La batalla que no creo esperanzas de ganar? ¿La batalla contra la culpa, el dolor y la soledad que siento? Eso es aún más difícil que sobrevivir a un flechazo.

Yo, Asher                                   [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora