Oportunidad.

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La habitación estaba en silencio, los ojos de Rin observaban con atención a la mujer sentada frente a él, su vestido blanco contrastaba con la oscuridad del lugar, sus ojos turquesas brillaban de manera sobrenatural gracias a las antorchas con llamas azules que tenían puestas en cada esquina de la habitación. Rin dio un suspiro tembloroso cuando vio los familiares lunares en la piel pálida de la mujer, el cabello color chocolate tan parecido a los de aquel que lo traicionó.  Tan dolorosamente parecidos que no pudo evitar el escalofrío que lo recorrió.

Se abrazó a sí mismo, mientras desviaba la mirada con dolor.

La punzada en su pecho parecía sangrar en sí misma, el dolor sordo del disparo en su cabeza un recuerdo permanente de su decisión de terminar con su vida.

—Si traigo recuerdos dolorosos— incluso su voz era suave, de alguna manera calmaba su mente hiperactiva —Puedes hablar con tu padre, aún está ansioso por charlar contigo— la mirada turquesa se desvió a su izquierda, donde yacía el trono de Satán, su mirada carmesí controlaba la situación desde lejos, viendo que nada les sucediera, y aunque pareciera estar relajado, sus ojos inquietos y sus musculos tensos; parecía listo para saltar y atacar a cualquiera que se atreviera a dañar a su familia.

—Yo...— dio una fuerte inspiración —No puedo seguir huyendo, lo hice en Assiah, no, no quiero hacerlo aquí tampoco— murmuró lo último.

Un breve silencio volvió a llenar la habitación, la mujer lo miraba ahora con lágrimas en los ojos, Rin notó que había una extraña mezcla de orgullo y tristeza en los ojos rojos de Satán. Él siguió mirando incómodamente un punto fijo en el suelo y jugando nerviosamente con sus dedos.

—Nosotros siempre estuvimos ahí contigo, cariño— tras unos dolorosos minutos de silencio la mujer habló —Vimos tu primera palabra, tus primeros pasos, tu primer día de escuela—

—Tu primera pelea— mencionó vagamente Satán y Yuri reprimió una pequeña sonrisa.

—La primera vez que protegiste a tu hermano— señaló al demonio, luego la expresión triste volvió a ella —La primera vez que hicieron una diferencia entre ustedes— y Rin pudo saber exactamente a lo que se refería.

—Fuiste amado por los sacerdotes, Rin— interrumpió bruscamente Satán mientras se levantaba de su trono, un simple chasqueo de sus dedos convocó una silla igual a la suya solo que en medio de su esposa y su hijo —Así como te temían por tus progenitores, te amaron por quién eras—


Y aunque no hubiese dicho nada, el rostro de Rin mostró lo aliviado que aquellas palabras le sentaron, tembló cuando la enorme mano de su padre cayó en sus hombros y cuando sintió las garras clavarse en su piel, sin embargo, después de tanto frío, la calidez de su tacto lo reconfortó.

—El acero y las piedras son duros para los huesos— continuó, ésta vez su voz mucho más uniforme, pero su toque cariñoso aún no lo había abandonado —Dirigido con arte enojado, las palabras pueden picar como cualquier cosa— hubo una pequeña pausa y la mano en su hombro se apretó de manera casi dolorosa —Pero el silencio rompe el corazón—

—Tengo la sensación de conoces mejor que nadie del dolor del silencio, mi amor— y Yuri se levantó, avanzó los cinco pasos que los separaron y tomó su rostro con ternura —Pero debes entender que aquí, con nosotros, quienes a pesar de la distancia siempre te amamos y siempre estuviste en nuestros pensamientos, aquí, con tu familia; puedes hablar— sus ojos turquesas lo miraron con amor infinito —Puedes hablar, puedes gritar, puedes llorar—



Y solo éso se necesitó para que Rin comenzara a hacerlo, en silencio durante los primeros minutos, solo lágrimas cayendo por sus mejillas y empapando el vestido de su madre pues, en un arranque de valentía había enterrado su rostro en el estómago de la mujer.


—Tienes opciones aquí, Rin. No necesitas forzarte a ser algo que no quieres, no necesitas seguir los maquiavélicos planes de malditos sacerdotes sentados sobre sus culos en sus tronos de oro; libre de preocupaciones en su castillo al que llaman vaticano, no necesitas jugar al son de tu hermano Samael— Satán se arrodilló frente a él, quedando a la misma altura que Rin sentado y su enorme mano le acarició las mejillas, limpiando sus lágrimas.
—Si te das la oportunidad, puedes florecer aquí, Rin—


El más joven los miró, lo que ofrecía iba contra todo lo que le enseñaron que estaba bien, sin embargo, ésas mismas personas que le enseñaron aquello fueron los que lo traicionaron primero. Así que dio un suspiro tembloroso mientras asentía más para sí mismo y tomaba de la mano de su padre con determinación, su otra mano fue a reunirse con la de su madre, dando un suave apretón. 

-Yo quiero- dijo con voz firme - Quiero aprender... pertenecer- ¿Y no era éso algo que todos deseaban? ¿Pertenecer a algo? Algo mucho más grande que ellos mismos y Rin ahora lo tenía, estaba al alcance de su mano, sólo debía iniciar el camino, aceptar todo lo que ello conllevaba no era una preocupación, no cuando no había nada que lo esperara en Assiah, no había nada ahí afuera para él.  Todo lo que deseaba está justo frente a él. 


-Entonces lo harás- aseguró Satán, una pequeñísima sonrisa apareciendo en su rostro - Por ahora descansa, se que los últimos días han sido confusos y dolorosos, Amaimón estará allí para ayudarte, es el más cercano en edad para ti, también está ansioso por pasar más tiempo contigo- explicó el peliblanco, el menor asintió, sintiendo a su madre abrazarlo de nuevo desde atrás con ternura... terminó hundiéndose en su pecho y su calidez maternal, sucumbiendo a los afectos que siempre quiso y nunca pudo obtener, la mano de Satán era un peso firme sobre su hombro, pero transmitía seguridad.

Juntos, ambos demonios mayores lo llevaron hacia la puerta del salón, donde Amaimón lo esperaba, él lo llevaría a su nuevo destino y juntos empezarían un viaje que no querrían terminar en busca de pertenencia y felicidad. 

Algo por lo que hace mucho Rin dejó de luchar. 

Rey del EquilibrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora