Marta
Últimamente me la pasaba teniendo dolores estomacales, seguramente era porque tenía gastritis, aunque lo dejé pasar un rato.
Estaba en el centro comercial con Maggie, ambas debíamos acomodar la ropa. Debíamos ordenarla por tallas.
—Voy a salir con Santiago a la playa esta noche —dije contenta— ambos recorreremos la costa.
—¿Sabes nadar?
—Un poco, pero no me importa, seguramente él sabe, si pasa algo tengo quien me rescate.
—Eso espero, por cierto su amigo Victor, es guapísimo.
No sabía quién era Victor, pero cuando mencionó eso, despertó mi curiosidad por saber quién era ese chico, Maggie rara vez se enamora, ¿Qué habrá tenido de especial para enamorarse de él? Prefiero no pensar en eso, continué con mi trabajo, se fueron las horas de volada.
Terminé el turno, Maggie me acompañó al bar.
—No era necesario que me acompañaras —le expliqué a Maggie.
—Mira que con tal de ver al guapísimo Victor, yo te acompaño.
—¿Qué tiene ese chico?
—Uff, ¿Qué no tiene ese chico? Me derritió con esa bonita sonrisa, esos ojos que me dejan perdidamente enamorada, me encantan los hombres altos, todo en él me atrae, de hecho me debe una margarita, es un buen pretexto para que me la pague ahora mismo.
Ambas bajamos del auto, entramos al bar, yo buscaba a Santiago, pero no lograba encontrarlo. Me acerqué a la dueña para preguntar.
—Buenas noches, busco a Santiago.
—En un momento sale.
—Y yo busco a Víctor —intervinó Maggie.
—Él salió a sacar la basura.
Un chico se acercó a la dueña, comenzó a hablarle acerca de los deberes del bar.
Yo continué esperando, hasta que por fin vi al delicioso y guapísimo Santiago acercarse a la puerta.
—Hola, bomboncito. Disculpa la tardanza, vámonos.
Él me tomó de la mano y ambos nos fuimos, Maggie se quedó platicando con otro chico, seguramente él era Victor.
Santiago y yo nos alejamos caminando por la playa.
—Mi amiga me platicó acerca de tu amigo Víctor, dijo que se había enamorado de él.
—Él no es mi amigo, desafortunadamente es mi primo y también mi enemigo, nos odiamos mutuamente.
—No sabía, Maggie había dicho que era tu amigo.
Él negaba con la cabeza, no sé qué pleito tendrían entre los dos, preferí no intervenir más en el asunto, Santiago y yo nos metimos a la playa, nos sentamos en la orilla a besarnos, era maravilloso estar con él.
Caminamos por la playa, tomamos una piña colada, comimos algodón de azúcar y hasta me llevó a una feria, nos subimos a la rueda de la fortuna, me puse un poco nerviosa, las alturas me asustan.
Mediante subiamos, estábamos platicando.
—¿Te gusta México? —le pregunté.
—Me parece un país interesante, me gustan los tacos, pero no el chile.
—Lamento decirte que es lo más común que encontrarás.
—Sí, ya me lo advirtió mi tía.
Se asoma para ver qué tan arriba estamos, me da nervios mirar hacia abajo.
Quiero que deje de hacerlo, por lo tanto, comienzo a tratar de hacerle la plática.
—Hemos hablado mucho de México, creo que es momento de hablar de Puerto Rico, así que cuéntame —dije sosteniendo mi barbilla con mis manos, mientras lo miraba atentamente.
—Nuestra comida típica es el mofongo, somos parte de Estados Unidos, la bebida más común es la piña colada, yo vengo de San Juan, que es la capital.
—¿Me cantarlas un poco de tu himno?
—No, sabes que canto horrible, y se llama "La Borinqueña". Además lo hice en ese partido de fútbol, ya me escuchaste.
Yo traté de animarlo, darle aplausos para que me cantara alguna canción de su país, sé que su talento no es cantar, sin embargo, yo quería saber cómo era su país, me da mucha curiosidad.
Él solo me mira, quiere cantar, pero al mismo tiempo, está nervioso.
—No quiero lastimarte los oídos, Marta. Sin embargo prometo que algún día te llevaré al Viejo San Juan.
—¿En serio? —pregunté emocionada.
Él asintió con la cabeza y me abrazó.
Toda mi vida he querido visitar el país, pronto lo lograré.
—Y yo prometo llevarte a mi tierra natal —respondí— Baja California Sur, tiene playas muy bonitas como Cancún.
—¡Genial! Me encanta este país, siempre tan cariñosos los mexicanos.
Estábamos acercándonos poco a poco para besarnos, de repente sentí un nudo en el estómago cuando la rueda de la fortuna comenzó a moverse.
Estaba nerviosa, quería bajarme ya.
—¿Te encuentras bien, linda?
—Sí, lo siento. Tengo acrofobia.
—Tranquila, no pasa nada, ¿por qué no me lo dijiste antes de subir?
—Creí que te burlarias.
—No, cariño, eso nunca.
Santiago me agarró la mano durante el trayecto, dijo que lo mirara a él, ni de broma voltearia hacia abajo. Estábamos hasta arriba, yo temblaba de miedo, él me abrazó y trató de relajarme.
Hablamos un poco sobre nosotros, mientras nuestro viaje en la rueda de la fortuna transcurría. Mi mano sudaba de los nervios, aún así Santiago no me soltó en ningún momento.
Mi celular sonó, decidí soltar una mano para contestar.
—Hola.
—Marta, ¿dónde estás? —preguntó Maggie.
—Estoy en una rueda de la fortuna.
—¿Qué? Tú le tienes miedo a las alturas.
—Lo sé, solamente que quería estar con Santiago y no pude decir que no.
—Bueno, como sea. Algo raro le pasa a Yoli, está vomitando y aulla de una manera muy extraña.
—Llevala al veterinario, por favor. Te lo ruego.
—Está bien, yo la llevaré.
Colgué el teléfono, sin embargo no podía estar tranquila, algo malo le pasaba a mi perrita, tenía miedo.
Estaba asustada más que con la altura. Santiago notó que yo no me calmaba.
—Tranquila, ya casi estamos por bajar del juego.
—No es eso, mi perrita está enferma. Santiago, tú no entiendes, ella es todo para mí, si le pasa algo, me moriría.
—Tu perrita estará bien, no te preocupes, cariño.
Él me abraza, minutos después ambos bajamos del juego, quería irme corriendo a ver a Yoli, abrazarla y asegurarme de que estaba bien, Santiago me llevó a casa, se despidió de mí y se fue.
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Piña Colada
HumorSantiago Rivera, llega desde la Isla del Encanto, Puerto Rico. Marta y Maggie desde Baja California. Probando la sabrosa piña colada se mezclarán, en un divertido romance que cambiará sus vidas, servidos todos en las deliciosas playas de Cancún... ...