Capitulo 16

14 6 5
                                    

Marta

Al momento de que Santiago me había dicho que había pasado un alto, me espanté tanto. ¡Ay Dios mío!, lo peor de todo es que en mi licencia de conducir tengo el nombre de Marcos.

El policía bajó de la patrulla y se acercó a mí.

—Señorita, ¿sabe por qué razón la detuve?

—Me parece que accidentalmente me he pasado un alto.

—Efectivamente, voy a tener que ponerle una infracción, ¿me permite su licencia?

Estaba muy nerviosa, no quería mostrarle que soy una mujer transexual, me daba miedo frente a Santiago.

—¿Podríamos olvidar que esto pasó? —le dije mostrándole un billete.

—No acepto sobornos.

Santiago se puso nervioso, comenzó a darme golpecitos en el codo.

—Marta, ya déjate de tonterías, yo te pagaré la infracción después, pero dale tu licencia.

Decidí salir del auto.

—¿Podemos hablar cerca de la patrulla? —le pregunté al oficial.

Ambos nos acercamos a la patrulla, saqué mi licencia y se la enseñé.

—Señorita, esta no es su licencia.

—Sí lo es, soy una mujer transexual, no he cambiado ese documento, lo siento. ¿Podríamos llegar a un acuerdo?

—Pagueme 100 dólares en este instante y prometo que no diré nada.

Si no me alcanzaba para un pastel, mucho menos me alcanzaría para esto, Dios mío, estaba metida en un lío, el hombre quería dinero, no podía decirle a Santiago la verdad.

Corrí al auto y lo encendí.

—Cariño, sostente muy bien —le advertí a mi novio.

Él me miró asustado, yo arranqué el auto a una velocidad muy alta para lograr huir, me fui en zic zac para lograr esquivarlo, finalmente llegamos al bar.

Me estacioné y ambos bajamos del auto.

—Marta, ¿qué diablos has hecho? —me pregunta asustado.

—Lo siento, me asusté, no llevaba dinero, mi licencia no la he renovado.

—Casi me matas a esa velocidad.

—No volverá a ocurrir. Lo prometo.

Entramos al bar, pude ver que las mesas y sillas las habían movido de lugar, en el centro estaba la pista para bailar, su tía bailaba con Gael; Victor bailaba con Maggie; y Javier bailaba con William. Me sorprendió verlos bailar juntos, terminó la canción, todos aplaudieron.

William se acercó a Santiago.

—¿Pudiste encontrar el pastel?

—Lamentablemente no, olvidé mi cartera.

—Sí serás wey; la jefa te va a meter unos buenos golpes, necesitamos un pastel.

—Lo sé, en serio lo lamento.

Yo me quedé con Santiago, sabía que él se sentía incómodo viniendo de un país en el que no todas las palabras tienen el mismo significado, me gustaría ayudarlo.

Me acerqué a él, agarré su hombro.

—No le hagas caso, fue un error, no te sientas mal por eso, estoy segura que tu tía no se va a enojar.

—Tú no conoces bien a mi tía, se molestará conmigo, sé que no va a querer verme en su vida, aparte de no traer un regalo, tampoco tengo un pastel.

—Santiago, no digas eso, ella entenderá, llevas poco tiempo en México.

Lo abracé para calmarlo, a mí no me importaba comer tamales.

Maggie me hizo señas, quería que me acercara, Santiago y yo fuimos con ellos, era momento de romper la piñata, pasamos algunos, no lograban romperla, incluso yo tampoco pude.

Era el turno de Santiago, él se echó para atrás diciendo que no quería, yo le insistí para que se animará. Su tía le vendó los ojos y le dio un par de vueltas, comenzó a golpear la piñata, yo le echaba ánimos.

Al final fue él quien pudo romper la piñata, todos nos acercamos por dulces, pero Santiago no podía destaparse los ojos, agarré unos cuantos dulces y los guardé en su pantalón, yo me acerqué para quitarle el trapo de los ojos.

—Gracias, cariño —se acercó a darme un beso, sacó los dulces de su bolsillo para comerse alguno, pero noté que ninguno le convencía—. ¡Diablos! Tengo dulces picantes.

Yo comencé a reír, me acerqué y le di mis dulces.

—Te cambio mis dulces, por los tuyos —le dije—. Yo agarré chocolates y paletas.

—De acuerdo —todos los dulces me los dio, había uno que se lo devolvi—. Dijiste que querías cambiar dulces, ¿Por qué me devuelves uno?

—Porque este no es picante, cariño.

—Es rojo, indica que es picante.

—No, pruébalo.

Santiago quitó la envoltura del dulce, lo olió, y mordió, analizaba el sabor de este, me miró y sacó la lengua.

—Es un poco agrio.

—Sí, es un tamarindo, un dulce muy delicioso.

Me miraba confundido, lo que para mí era un dulce, para él no lo era. No lo culpo, ha tenido muchos choques culturales últimamente. No sé qué iba a decir su tía cuando viera los tamales, estaba segura de que no se iba a enojar.

Unos momentos más tarde, pusieron música. Era mi canción preferida, agarré a Santiago de la mano, quería que ambos bailaramos, él se negaba a aceptar.

—Por favor, cariño. Vamos a bailar.

—No sé bailar.

—Intentalo.

Por más que le insistí, no pude, su tía se acercó a animarlo, pero él seguía negándose.

—Vamos, Santiago, hazlo por mí —insistia su tía—. Diviértete un poco.

—Sí quisiera, pero tú sabes que bailar no es lo mío.

—Tú puedes, te enseñaremos, es algo muy fácil de bailar.

Finalmente él aceptó, nos acercamos a bailar, los otros chicos y Maggie ya estaban listos.

Todos comenzamos a movernos, sin embargo, Santiago estaba confundido, me acerqué y le expliqué lo que debía hacer para bailar la canción.

—Cierra tu puño, lo lanzas para adelante y hacia atrás, como si fuera un bat de beisbol —le expliqué—. Vas a hacer lo mismo con tu pie derecho.

Él obedecía mis órdenes, no bailaba tan bien, sin embargo, lo intentaba.

Yo le aplaudía para echarle ánimos.

—No creí que fuera fácil —dijo Santiago.

—Te lo dije, amor. Ahora preparate porque viene el cambio de pasos.

No sabía qué debía hacer después, pero esta canción es tan fácil, solo con vernos estaba segura de que aprendería y agarraría fácilmente el ritmo, porque Santiago es el hombre más inteligente que conozco.

Piña Colada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora