Capítulo 2: Bienvenido a Shaftesbury

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Al llegar a casa Sirius le ordeno que entrara y preparara maleta. Subió las escaleras rápidamente, se echó bajo la cama y saco la maleta que tenía. Del armario saco montones de camisas, pantalones, suéteres y ropa interior, todo en la maleta era un desastre. Cogió algunas fotografías de sus padres, unos libros, papel y tinta.

Un miedo avasallador lo ataco cuando escucho la puerta abrirse de un azote, al girar vio a Sirius un poco más tranquilo de lo que había estado de regreso a casa.

–Iremos a casa de la señora Figg, ella te resguardara hasta mañana que salgan los primeros autobuses. –

–¿No iras conmigo? – Harry miro con ojos suplicantes a Sirius

–Sabes que si voy contigo será más peligroso, la gente me conoce y darían fácil con tu pista. – Sirius suspiro– ¿Ya guardaste todo tu dinero? –

–Sí, lo tengo en la maleta. – Harry señalo la maleta que estaba en el suelo.

–Cuando estemos con la señora Figg será momento de hablar, vámonos. – Sirius avanzo sin ver a Harry.

Para llegar a la casa de la señora Figg tenían que caminar cuatro metros, para Harry fue la caminata más larga de su vida. Al llegar al pórtico, la señora Figg abrió la puerta y los dejó entrar a toda velocidad.

–¡Harry! ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien? – Hablo la señora Figg con tono preocupado.

–Estoy bien, muchas gracias por preocuparse. – Harry se sentía aturdido y triste, pero no quería preocupar a ninguno de los que se encontraban en la sala

–Bien, los dejo para que puedan hablar. – La señora Figg se fue caminando hacía lo que parecía su habitación

–Harry, quiero que conserves estas cartas y no las abras hasta que estés en un lugar seguro – Sirius empezó a derramar algunas lágrimas – Son de tus padres, me hicieron prometer que no te las daría al menos que las cosas se complicaran. ¡Dios mío! Me jure a mí mismo que no dejaría que nada mala te pasara, y mírate ahora. Soy un pésimo padrino.

–Eres un estupendo padrino, Sirius; eres como un padre para mí, si no fuera por ti probablemente estaría muerto o viviendo con los espeluznantes familiares de mi madre. – Harry se acercó y abrazo a Sirius, sabía que esa sería la última vez que lo vería y necesitaba transmitirle el cariño que le tiene desde que tiene memoria.

–Prométeme que no harás ninguna estupidez. – Sirius miro inquisitivamente a Harry –Tampoco me escribirás, si lo haces te podrían atrapar y yo ya no podría hacer nada por ti. –

–Tratare de no meterme en problemas... y tú; cuídate mucho, no dejes que esté desastre termine contigo. – Harry ya no podía retener las lágrimas, se sentía abatido y sin ganas de vivir

–Seré fuerte por ti. Te quiero mucho, mi pequeño cachorro. –

–Yo también te quiero. –

Al día siguiente Harry tuve que salir con mucha cautela de la casa de la señora Figg. Ella muy amablemente le preparo a Harry unos cuantos sándwiches para que no se detuviera en su viaje.

La primera parada de Harry fue en Kingston, Surrey. Sabía que sus familiares maternos vivían en el condado de Surrey, pero prefería mil veces dormir debajo de una piedra con tal de no verle la cara a esa gente.

Harry permaneció alrededor de dos semanas en Kingston, vivió de trabajos informales para no gastarse todo el dinero que tenía, había días en los que ni siquiera se permitía tomar una de las tres comidas diarias. Una tarde una mujer muy anciana le ofreció asilo en su pequeña casa, no era grande, pero si lo bastante acogedora como para dormir bien después de tantas semanas de malos sueños.

La caza del doncel  |Drarry|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora