El Espejo Roto

Capítulo III

Poco tiempo después, murió mi abuela y su escaparate vino a
parar a mi casa, a la habitación de mi hermana. En una
ocasión, cuando ya había cumplido los diez años, vinieron de
visita mi tío, (hermano de mi mamá) y trajo a mis primos.
Mientras los adultos hablaban en la sala, los niños
jugábamos al escondido y correteábamos por toda la casa.
Mientras mi primo, de mi misma edad contaba, yo me
escondí dentro del escaparate de mi abuela (que ahora era de
mi hermana). Una vez adentro, tuve la sensación de que todo
se convirtió en un gigantesco cuarto oscuro y que yo estaba
al fondo del mismo, ya que a lo lejos divisaba un pequeño
rectángulo del tamaño de mi mano, por donde entraba un
rayo de luz. Pude ponerme de pie y aterrado caminé hacia el.
Mientras más me acercaba, el rectángulo de luz crecía
convirtiéndose en una especie de puerta abierta. Antes de
salir de la habitación oscura me detuve para observar que era
otra habitación muy diferente a la de mi hermana. Había una
cama, una mesa de noche, una especie de escritorio de
madera con una silla y un sofá de espaldas a la puerta por
donde yo habría de pasar y al final otra puerta. Quise
regresar, pero el miedo a la oscuridad detrás de mí me hizo
dar el paso hacía la habitación iluminada. En la habitación en
la que entraría era de noche. Una luz de techo se encontraba
encendida y una ventana mostraba oscuridad y cierta luz
artificial en la calle. Temblando di el paso adelante y entré
en ese desconocido cuarto y apenas avancé dos cautelosos
pasos, cuando un hombre que estaba sentado en el sofá se
puso de pie y como asustado volteó hacia mí. Era un hombre
de edad avanzada. Presumo de unos sesenta años. Se me
quedó mirando con una expresión de pánico en su rostro. Al
tiempo en que lanzó un grito, se agachó y tomó algo del
suelo y corrió hacia mí. Yo corrí de nuevo hacia la puerta o
abertura por la cual había entrado y el hombre, al no
poderme alcanzar, lanzó lo que tenía en la mano contra mí.
Apenas tuve tiempo para entrar y oír un fuerte estruendo y
escuchar como caían pedazos de vidrios al piso. Sólo me
acurruqué contra el suelo mientras apretaba mis ojos con tal
fuerza que me dolían.