Capítulo 4

166 20 66
                                    

Un día yo me quedé en la cabaña, Sessho había partido hacia el bosque, los aldeanos tenían problema con un tigre peligroso, por lo cual, se ofreció a ir a cazarlo, junto con los demás humanos.

―Iremos muchos, no tiene por qué preocuparse ―me aseguró mientras cargaba su hacha al hombro. No dije nada, solo me limité a verlo marchar con los primeros rayos del amanecer.

Solo era un problema de humanos, que humanos podían resolver. Así que traté de buscar en algo con lo cual emplear mi tiempo.

Me dispuse a limpiar un poco la pequeña cabaña, me recordaba que era una bajeza cada dos por tes, mientras sacudía el polvo y barría el aserrín, pero el humano parecía que miraba el caos como algo normal. Concentrada en mi tarea seguí todo el día hasta el atardecer, donde mi estómago me recordó, con un leve quejido, que no había comido nada desde que él se fue. Me dirigí a la habitación del horno, y rebusqué entre los paquetes que se encontraban en un pequeño pozo, encontré pescado. Estaba perfectamente conservado gracias a la frescura de la tierra. Saqué uno y devolví todo a su lugar, después encendí la fogata. Solo tenía la intención de asarlos.

Fue entonces cuando recordé que Sessho no había llevado nada de comida a ese lugar con los aldeanos. Se adentró al bosque con nada más que su hacha y un morral. Seguro tenía hambre con su condición humana.

Terminé de asar el pescado y lo envolví en unas hojas que encontré sobre un anaquel. El humano dijo una vez que los aldeanos se podrían asustar al verme, pero no sabía que yo podía ser muy sigilosa. Me puse un quimono menos holgado para poder moverme con libertad entre la maleza, y salí de la cabaña corriendo.

En apenas un instante y ya había llegado a los límites del bosque, donde su olor me guiaba entre las ramas de los árboles. Se encontraba oscuro allí, con la espesura y el follaje; la poca luz que llegaba al linde era lo suficiente para ver el brillo de las hojas, y la tierra húmeda: seguro de noche era nulo poder ver la luna. Así que me puse a saltar de rama en rama con agilidad.

Parecía que Sessho y esos humanos habían recorrido bastantes kilómetros, acercándose al corazón. Cuando su olor empezaba a ser cada vez más nítido, percibí algo que me hizo detener de golpe. Era sangre, sangre de hombres. Proferí un gruñido bajo que espantó a las pequeñas creaturas nocturnas que no habían alcanzado a esconderse. También olía a monstruo.

Corrí con más velocidad que antes, y en algunos minutos que me parecieron horas, encontré al grupo de humanos. Se encontraban encaramados a un árbol, huyendo de cinco tigres que trataban de treparlo. A unos metros se encontraba un monstruo grande, tenía pelaje atigrado, y largos incisivos que machacaban algo que parecía un brazo. Dejó de masticar y sus ojos amarillos se detuvieron en mí. Escuché una voz que me distrajo, era Sessho:

―Señorita Irasue... ―susurró. Todos a su alrededor sollozaban y se agarraban del tronco con tanta fuerza que a la distancia veía como sus músculos temblaban. Mi mirada se detuvo en la mano de Sessho, sangraba un poco. Una herida reciente.

Sentí tanta rabia que mis rasgos empezaron a cambiar, más salvajes, más animales; pero entonces una voz me detuvo:

―¿Quieres llevarte mi comida? ¡Yo los cacé! Tengo derecho a ella ―me volví hacia el monstruo. La voz de mi padre resonándome en la cabeza

Supervivencia del más fuerte, cadena alimenticia

La ley dictaba que esos humanos fueron cazados, así como ellos trataban de cazar a ese tigre, como un jabalí o una ternera, incluso como una gallina. Ellos estaban destinados a morir porque ese monstruo los había atrapado como ellos atrapaban a los conejos. Yo debería apartarme, según ese concepto, no debería interferir.

Historia de IrasueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora