3 Bienvenida a bordo

895 91 67
                                    

¡Hola a todos! Aquí Coco, trayendo para ustedes uno de los capítulos que más me encantó escribir de esta sexy historia de piratas ^u^ Una de las cosas que amo de Elizabeth y Meliodas es que, sin importar el tiempo, la distancia o las vidas, ellos siempre buscan estar juntos. Y siempre habrá una maldición de por medio. Hoy vamos a leer un poquito de eso, fufufu. Ya saben qué hacer. 

***

Al parecer, el océano no la ayudaría esta vez. Elizabeth quedó suspendida e inmóvil en un mundo de intenso color azul, pero pese a lo mucho que amaba el mar, no pudo evitar encontrar cruel e irónica la manera en que iba a morir. Todo era oscuro, frío, y silencioso. Tan hermoso que sintió unas tremendas ganas de llorar. Pero no tenía sentido hacerlo. Bajo el agua, las lágrimas se perdían, era como si no existieran. Eso solo hacía que el dolor y la tristeza  fueran más profundos, así que cerró los ojos, incapaz de soportarlo y dejando por fin de luchar. 

Entonces, en aquel silencio absoluto, de pronto la albina escuchó un sonido que la hizo abrirlos  nuevamente. Un eco misterioso y poderoso, uno que había oído antes, aunque no recordaba cuándo. Un latido. No sabía si salía del mar o emanaba de ella, pero eso ya no tenía importancia. La muerte se acercaba, y pronto los latidos tendrían que detenerse. De pronto otra vez estaba teniendo ese sueño. Elizabeth vio flotando frente a ella unos bellísimos ojos verdes, y sintió un profundo alivio de saber que aquel ángel acuático la acompañaría en sus últimos momentos.

«Ah... eres tú». Intentó estirar los dedos para alcanzarlo, pero como siempre, justo antes de lograrlo cayó en la inconsciencia.

«Oh no, no te irás. ¡No permitiré que vuelvan a apartarte de mí!». No era un sueño. Esta vez alguien estaba tomando su mano. 


*

—¡Elizabeth! —El capitán había logrado rescatarla, pero el alivio que sintió se esfumó al darse cuenta que no respiraba. La miró por todos lados en busca de una solución, y cuando notó que traía un corsé muy ajustado, supo exactamente qué hacer: sacó su navaja, la acomodó entre sus lazos, y de un solo tirón, le arrancó la prenda. La chica escupió una gran cantidad de agua y tosió con fuerza cuando sus pulmones se expandieron en busca de aire—. ¡Gracias a las estrellas! —El rubio se acercó a revisar su rostro—. ¿Estás bien?

—Capitán... —Ella no pudo soportarlo. Antes de poder contenerse o pensarlo mejor, se arrojó a sus brazos y comenzó a llorar. 

No contestó. Solo se concentró en devolver el abrazo mientras acariciaba su pelo, y un instante después, tampoco pudo resistirlo. La estrujó contra su pecho firme, exhaló lentamente su cálido aliento cerca de su oreja, y a continuación, enterró la nariz en las hebras plateadas de su cabello para inhalar profundamente su aroma, provándole un escalofrío a la chica que no supo si fue de susto, placer o frío. Él debió interpretarlo como lo último, pues volvió en sí para quitarse su gabardina aún chorreante y ponerla sobre sus hombros.

—Vaya preciosa, sí que te gusta meterte en problemas. ¿Es una costumbre tuya terminar con la ropa desgarrada en manos de un rufián? ¿O esperabas repetirlo solo hasta dar con un pirata? 

—¿Qué?  —Tardó un par de segundos en darse cuenta que de otra vez estaba semidesnuda ante él—. ¡Ay no! Disculpe, no era mi intención, yo... —Entonces comprendió que eso no era lo más importante que acababa de oír. Se quedó completamente quieta, levantó los ojos lentamente, y miró de nuevo a su salvador con una expresión de temor—. ¿Un pirata? ¿Usted? —Él le sonrió de un modo siniestro que la hizo sentir como ante un depredador, y acto seguido, volvió a reír como el pillo que era.

Seven Deadly Seas of LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora