Un día lunes como todos. Un sol radiante como ninguno. Ariana tocó el timbre del estudio y esperó que le abrieran la puerta. Un compañero de trabajo lo hizo saludándola con desgano. Ella le devolvió el saludo y subió las escaleras hacia su oficina del primer piso con ritmo cansino. Una vez allí encendió su computador y abrió la casilla de correo electrónico, mientras tomaba un café. La lectura de un mail la hizo atragantarse. Súbitamente su sed se esfumó. Volvió a releerlo con ojos incrédulos. El remitente estaba muy enojado. Y había llenado con insultos varias líneas del mensaje. Afirmaba que por un error suyo al liquidar un impuesto, había tenido que pagar cientos de miles de pesos por demás al fisco, y ahora no tenía dinero para pagar los sueldos de los empleados de su compañía. Que aparte de avisarle a ella se había puesto en contacto con el dueño del estudio contable -su jefe- para informarlo del error que , como subordinada suya había cometido y del gran perjuicio económico que eso le había causado. Que tenía que pedir un préstamo para poder seguir adelante y que la existencia misma de la empresa estaba en peligro. Aterrada, Ariana buscó en sus papeles de trabajo, las planillas de excel los cálculos y cuentas que realizó para dilucidar el valor del impuesto en un intento de probarse a todos y a sí misma que no se había equivocado, que ese monto de dinero que determinó era el que correspondía que el cliente abonara hasta que notó...un absurdo error de tipeo. En una cifra había puesto sin querer un par de ceros de más. Que luego, y gracias a multiplicaciones por diferentes porcentajes e índices se convertían en miles y cientos de miles de pesos que el cliente debía pagar al estado, por encima de lo que hubiera estado bien que pagase. Y ya era tarde para hacer una corrección, para anular el impuesto que determinó y hacer el cálculo nuevamente.
Ariana sintió que la presión le bajaba a menos diez. Llevó ambas manos a su rostro, tapándose los ojos. Volcó su cabeza hacia atrás y empezó a sollozar tratando de no hacer ruido. Sabía que este error le traería consecuencias. El sonido de una llamada telefónica interrumpió sus pensamientos. Levantó el tubo mientras secaba sus lágrimas. Del otro lado, se encontró con la voz fría y sin emociones de su jefe.
-Ariana, dejá lo que estés haciendo y subí a mi oficina ya mismo.
El cliente, como ya le había avisado en el e-mail, lo había puesto al dueño al corriente de la situación. Y para colmo, tenía razón en estar indignado. Un mal presentimiento empezó a hacer mella en el ánimo de Ariana, pero aún así, subió con el mayor aplomo posible las escaleras que conducían al segundo piso, que era donde él tenía su oficina.
Golpeó algo temerosa la puerta negra de madera que estaba cerrada. Desde adentro resonó con firmeza una voz masculina, dando una orden.
-Pasá!
Ariana giró el picaporte y entró. Algo dentro suyo le avisaba que sería la última vez que abriría la puerta de esa oficina para conversar con quien era su jefe.
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Las inquilinas
RomanceA Ariana la despidieron por un error en su trabajo, y para conseguir dinero puso en alquiler una habitación de su casa. Así acabará conociendo a dos inquilinas negras y lesbianas, Luisana y Yanel, que harán que su vida cambie radicalmente.