4. Rivales

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Darío:

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Lex estaba famélico, cansado, confundido, ni siquiera recordaba cuánto tiempo llevaba allí. Sus entrañas rugían, sus párpados amenazaban con cerrarse, todo su cuerpo le rogaba que se dejara caer y descansara. No obstante, si lo hacía, se pondría a sí mismo en peligro, no pudiéndose defender si lo atacaban. No debía parar hasta llegar al final de su gesta.

El Enviado se detuvo más adelante y esperó a que Lex lo alcanzara. Cuando lo hizo, aquél le indicó con el dedo índice en donde su próxima prueba. Su alma le pedía un respiro, pero Lex avanzó, tambaleándose un poco.

A los pocos metros encontró a un hombre lamentándose delante de una tumba. Reconoció el nombre en la lápida y creyó saber a quién tenía en frente. Le tocó el hombro y el otro no hizo esperar su reacción: se volteó bruscamente, con su cara hecha una furia y sus ojos estallados en lágrimas. Sí, era quién creía, Darío, el padre del hijo de Leary, con quién ella pasó sus últimos años, y quién, de seguro, sostuvo su cuerpo mientras exhalaba su último aliento.

—¡¿Por qué quieres interrumpir su descanso?! —le gritó Darío.

Lex no pudo responder. No lo veía así; para él, Leary tuvo una muerte injusta y violenta, y ahora estaba sufriendo. Había que salvarla.

—¡¿Quién crees que eres para decidir sobre su vida y su muerte?! —continuó el verdadero viudo de Leary mientras se ponía en pie— Esto es lo que ella quería, morir como cualquier mortal.

Hasta donde Lex sabía, Darío estaba vivo; sin embargo, estaba tan desconectado del tiempo en el mundo de los mortales, que cualquier cosa le parecía posible. Tampoco sabía qué fue del cuerpo de la que ambos amaban, o al menos no lo recordaba. Pero era importante descubrir con quién estaba tratando en realidad, para develar la naturaleza de la prueba. Debía mantenerse firme en sus convicciones, en caso de que fuera otra distracción tratando de que renunciase.

—¿Por qué no la dejas en paz? —volvió a inquirir Darío, tomándolo por la ropa y llorando— Ella no te amaba, déjala descansar.

—Tú no eres el indicado para decirme eso —le contestó Lex por fin—. Tus sentimientos hacia ella te ciegan.

—¡Mira quién habla! Ella no te amaba, eres tan soberbio para venir aquí a reclamarla como si fuera tuya, como si tuvieras algún derecho...

—Al menos estoy haciendo algo por ella, y tú, ¿qué estás haciendo, además de lamentarte, eh? Siempre supe que no estabas a su altura, que no la merecías, eres débil y mediocre.

—No eres mejor que yo por querer devolverla a la vida.

—Sí, lo soy, ¡claro que soy mejor! —Lex lanzó una carcajada amarga.—. Yo estoy aquí para rescatarla, y cuando lo haga, volveremos a estar juntos; y ella recordará lo que sentía cuando vivíamos en el castillo, antes de conocerte.

—No te amaba, entiéndelo, solo sentía atracción hacia ti porque fuiste quien la convirtió en vampira. Eras su amo, su maestro, su relación se basaban en la coerción.

—Es mentira y lo sabes. Tú nos viste juntos, sé que nos espiaste cuando la tomé en el bosque antes de recuperar mi castillo. Entonces ya te había jurado su amor, ¿verdad? Ahhh —Lex fingió conmoverse.—, le creíste, pero solo era una vampira manipulándote para que la ayudaras a vengarse de mi hermano. ¿Quién lo hizo al final? Yo la vengué, y por eso me merezco su amor. Y cuando la convierta nuevamente en vampira, olvidará lo que creyó sentir por ti y será mía para siempre.

—¡No te atrevas a convertirla de nuevo, eso no es lo que ella quería! Yo le devolví su humanidad porque ella odiaba ser una criatura de la noche, se odiaba a sí misma e intentaba terminar con su existencia cada vez que podía.

—Ah, sí, el santo guerrero y sus milagros. Si eres tan buena persona, ¿cómo es que terminaste aquí? —De repente, Lex ya no estaba tan seguro de estar frente al verdadero Darío, entonces debía ser otra distracción.

>>No estás aquí, no puedes detenerme —concluyó—. Y sí, soy mejor que tú porque me atreví a venir a este sitio, sacrifiqué todo por ella, y cuando salgamos, iré por tu hijo —le declaró al oído, desafiante, sin importarle que no fuera real.

>>¡Soy su campeón, y no me iré de aquí sin ella! —gritó triunfante en todas direcciones, y luego golpeó el pecho de Darío, quien se hizo humo al igual que pasó con Luca.

Lex sonrió victorioso. Si lo pensaba bien, todas las pruebas del Inframundo se basaban en resistir a las tentaciones de diferente tipo para hacerlo claudicar.

Volvió con esa enorme sonrisa de satisfacción al camino principal, en donde seguía parado el representante que la misma Muerte le había enviado para guiarlo por los engañosos senderos del mundo de los no-muertos. Este parecía devolverle la sonrisa, mostrando el huesudo interior de su boca más de lo habitual.

—¿Y tú, de qué te ríes? —le preguntó Lex.

El otro lanzó algunas carcajadas que Lex acompañó. Y luego le preguntó serio:

—¿Quieres seguir avanzando?

—¡Claro que sí! —respondió el rey, sintiendo renovadas sus fuerzas y su seguridad.

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Los Amantes Tienen su Propio Infierno (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora