Donte:
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Lex había andado tan solo unos pasos detrás de su guía desde la última parada, cuando algo lo sacó del camino con un fuerte golpe en su costado, arrastrándolo por un risco. Aunque la oscuridad no le permitía ver de qué se trataba, se defendió golpeándolo con ambos brazos y piernas. El otro ser también arremetía contra él, quitándole toda oportunidad de éxito, como si fuera natural de las tinieblas y viera a través de ellas sin dificultad.
Al fin aterrizó solo sobre un terreno blando, dónde sus pies se hundían un poco cada vez que quería enderezarse. Aún no veía nada, lo que lo atacó parecía haber desaparecido. Observó el trayecto de su caída. Arriba, dónde estaba iluminado, el Enviado de la Muerte lo miraba inconmovible.
De repente, una llama apareció flotando cerca, que, al caer al suelo, encendió un círculo de fuego al rededor de Lex. La mano que sostenía la antorcha pertenecía a su hermano menor, Donte, quien estaba parado frente a él con la ropa polvorienta, señal de una pelea reciente.
Su hermano había pasado a mejor vida siete años atrás, por lo que podía estar seguro de que se trataba de él, pagando su condena, justo frente a sus ojos. Sus golpes dolieron igual que cuando vivía, y su ímpetu implacable también continuaba, ya que otra vez se le lanzó encima, con la clara intención de matarlo.
—¡No sabes cuánto he deseado que vinieras aquí! —gritaba el difunto mientras forcejeaba con su hermano—. ¡Vengaré mi muerte, lo juro!
Lex se defendía, pero ambos eran igual de fuertes. Era una lucha salvaje en donde sacaron a relucir sus instintos más básicos, peleando con lo que tenían a mano, incluso mordiéndose. Donte no parecía agotarse nunca, mientras que las fuerzas de Lex lo abandonaban poco a poco, ya no recordaba la última vez que se había alimentado. Debía vencerlo o detenerlo como fuera. Usó el fuego en su contra, tomando un puñado de arena en llamas y arrojándoselo, esto le incendió la ropa.
Una vez agotado el fuego, Donte se enderezó y se encaminó para volver a atacarlo.
Lex necesitaba ganar tiempo para recuperarse.
—¿Por qué haces esto? ¿No ves que ya estamos ambos aquí? No vale la pena pelearnos —dijo intentando engañarlo.
—No me vengas con eso. Yo sé a qué has venido. ¿Crees que dejaré que te la lleves, y que no te haré pagar por asesinarme y por haberte robado a mi esposa en primer lugar? Te equivocas, hermano.
—No te robé nada. ¡Ella nunca debió ser tuya! Sabías que era la elegida y me engañaste para sacarme del camino, y ni siquiera tuviste las agallas para convertirla en vampira.
—¿Agallas? Nunca debiste tenerle piedad a esa criatura, debimos dejarla morir porque nos insultó, se deshizo de mis herederos, era la única que podía concebir vampiros y decidió asesinarlos... Pero tú, ¡tan bueno! —dijo Donte, irónico—, la salvaste para que te obedeciera, para que me traicionara y quedarte con mi corona. Siempre fuiste avaro, codicioso, querías tenerlo todo: tu esposa, la mía, el trono, el amor de los súbditos y el respeto de tus hermanos. ¿Y ahora qué tienes? Abandonaste todo por una mujer.
—¿Avaro? La corona era mía por derecho, soy el mayor, y Leary me prefería a mí, al igual que nuestros súbditos. Tú fuiste quien me engañó con una falsa elegida para sacarme de juego, pusiste a mis hermanos en mi contra... Y yo renuncié a todo para no pelear contigo, no quería ir a una guerra en la que ambos perderíamos miles de hombres.
—Ah, es cierto, tú eras el romántico... —dijo Donte en tono burlón—... me he confundido, el ambicioso era yo. ¡E hice todo lo que debía para asegurarme de ser el único que usara la corona y que no cayera en manos débiles como las tuyas! Renunciaste a tu pueblo y a tu ejército dos veces por una mujer, ¡no mereces ser rey y nunca saldrás de aquí!
Dicho esto, Donte volvió a arremeter contra su hermano mayor y, aprovechando su debilidad, lo lanzó por los aires hasta la orilla de un río. Solo en entonces Lex se dio cuenta en donde se encontraban y el riesgo que corría, ya que su viaje había comenzado a orillas del río Oblivion, del que bebió un sorbo para iniciar la primera prueba. El Enviado de la Muerte le advirtió que si caía en él, perdería todos sus recuerdos y quedaría atrapado en el Inframundo para siempre, de modo que toda su misión corría peligro.
Vio a su hermano acercarse y se levantó de un salto, usando su fuerza de voluntad más que la física, y buscando a su alrededor algo para defenderse. Solo disponía de la antorcha que antes usó su hermano, necesitaba ingeniar un plan para que esta le resultara útil.
Mientras intentaba protegerse de los golpes de Donte, usó la espalda de este para apagar la antorcha y luego su rodilla para quebrarla, improvisando así una estaca. Debía ser cierto eso de que el peor castigo era revivir la propia muerte sin poder evitarlo, porque venció a su hermano menor de la misma forma en que lo mató: empalando su pecho. Y, una vez más, fue doloroso cerrar aquellos ojos negros llenos de rencor.
Pero sabía que eso no lo detendría por mucho tiempo, así que lo dejó allí y subió el risco a toda prisa, ayudándose de raíces y salientes. Cuando se reencontró con su guía, este seguía en la misma posición, observándolo como si realmente no le importara si vivía o moría, él solo hacía su trabajo.
El Enviado reanudó la marcha y Lex trató de seguirle el paso.
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Los Amantes Tienen su Propio Infierno (TERMINADA)
VampiriCuento participante de "7 pecados capitales", un desafío de WattpadVampirosES. SINOPSIS: Luego de buscar a su segunda esposa durante años, el rey de los vampiros se quebró al saber que había muerto. Pero, al mismo tiempo, prometió que iría hasta el...