5. Hermanos

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Antes de que Lex diera un paso, oyó risas que lo distrajeron. El guía trató de advertirle que no les prestara atención, pero, a su parecer, las voces eran demasiado familiares para ignorarlas. Corrió hacia ellas dispuesto a todo, el dulce sabor a victoria que le había dejado su enfrentamiento con lo que fuera que se parecía a Darío, le fue dando lugar a una ira descontrolada que llenó su torrente sanguíneo de adrenalina y dopamina, haciéndolo sentirse poseedor de un vigor desmesurado.

A medida que se acercaba, los rostros de sus hermanos, Maximus y Altus, se tornaban más reconocibles; estos lo señalaban y reían con sorna. Lex golpeó al primero en la cara, provocando que cayera de la pirca de piedras en la que se hallaba sentado, de espaldas al suelo. Aún así, reía a carcajadas. Lex se le fue encima y continuó golpeándolo.

El tercer príncipe heredero al trono escupió sangre cuando el mayor se detuvo para tomar aire, y luego siguió riendo.

Lex estaba trastornado, no podía creer que su hermano no se defendiera. Le gritó, le rugió con todas sus fuerzas y el otro no cambió de actitud.

—Míranos, Alexander. Mira dónde estamos. Y todo por una mujer —respondió Max a su grito.

Altus, el cuarto hermano, el menor de todos, tomó a Lex por la espalda y lo obligó a levantarse, mientras este aún permanecía atónito frente al cinismo de Max.

Cuando Lex reaccionó, se soltó del agarre de aquél y lo empujó. El odio por Maximus era enorme, porque fue quien provocó la herida que dio muerte a Leary, solo para lastimarlo a él. Pero también odiaba a Altus, ya que este atacó a Leary para intentar procrear con ella, sin importarle que fuera la presa de Donte, ni el orden de sucesión al trono.

Lex también golpeó a Altus, y trató de derribarlo golpeándolo en el pecho con todo el peso de su cuerpo, pero este se desvaneció, provocando que Lex cayera de boca al suelo. Luego volvió a reaparecer detrás de Lex, se le trepó encima y lo golpeó en la cara cuando volteó sorprendido. A Lex le costó recuperarse de la sorpresa.

—Supongo que haber estado muerto por tanto tiempo me dio la ventaja de conocer bien las reglas de este sitio. ¡Ahora serán los mayores los que se arrodillen ante mí! —declaró Altus airoso.

Mientras Lex intentaba ponerse en pie, vio que Max se volvía a sentar sobre la pirca. Lex no podía dejar que se creyeran superiores y que le faltaran el respeto siendo el mayor y legítimo rey de los vampiros. Rió amargamente antes de hablar:

—¡Qué bien te tomaste el haber muerto en manos de tu propio hijo devenido en cazador! —le dijo a Altus para provocarlo— Espera, ¿cómo podrías saberlo si estabas aquí? —Luego se sentó sobre sus talones para recuperar el aliento.

Altus no daba crédito a lo que oía. Miró a su otro hermano, perplejo, en busca de una confirmación. El otro se encogió de hombros.

—Sí, fue bastante vergonzoso, la verdad. Estabas tan obsesionado por vengarte de tu esposa, que no te diste cuenta que tenías a tu hijo en frente —confirmó Max—. Pero, ¿de qué te sorprendes? Eras el menos inteligente, siempre fue fácil manipularte.

Altus pasó por alto la provocación de Lex, no haría lo mismo con la de Max. Lo embistió, lanzándolo lejos de la pirca. Su relación no había sido buena en vida, ya que fue este quien lo convenció de que intentara robarle el trono a Donte, y cuando él se disponía a aprovecharse de Leary, Max dio aviso de su plan y a él lo desterraron del reino para siempre. Condenado a vagar entre los mortales, se forjó un nuevo camino, mas nunca abandonó sus deseos de vengarse de sus hermanos por su destierro.

Altus fue a buscar a Max para continuar golpeándolo, y este ahora se defendía; pero pronto sintió los puños de Lex en su espalda. Los tres pelearon sin un blanco fijo, se habían acabado las alianzas, todos eran enemigos.

Lex sabía cuáles eran los puntos débiles de sus hermanos, por ser el mayor y el comandante del ejército durante toda su vida, los había aprendido a observarlos muy bien. Les llevaba ventaja y, aunque por momentos eran dos contra uno, los estaba venciendo a ambos.

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No obstante, era muy pronto para cantar victoria, porque en ese momento apareció Donte, y su objetivo era único y claro: el traidor de Lex. Dio una patada a la pirca de piedras y, separando unas cuantas, las usó para golpearlo en la cabeza. Los otros se alejaron, mientras él arremetía una y otra vez contra Lex.

—¡No saldrás de aquí, lo prometo! —sentenció Donte— ¡Penaremos juntos por la eternidad!

Lex ya no pudo defenderse. Al parecer, revivir la propia muerte no fue suficiente para detener al segundo hermano.

Los ojos de Lex se mantenían abiertos a puras penas. A lo lejos, cada vez que el cuerpo de su hermano se lo permitía, le parecía ver a una mujer de vestido rojo, cuya falda flotaba con el viento, acercándose a él. Y en su corazón apretaba el nombre: Leary.

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¿Les gustan las ilustraciones de los personajes? ¿Se los imaginaron así?

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Los Amantes Tienen su Propio Infierno (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora