1. Oblivion

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Un hombre vagaba por el bosque como un alma en pena, salvo que no era hombre ni poseía alma alguna, ni el bosque era el lugar que se suponía debía ser: su suelo estaba cubierto de los despojos de una batalla que se había librado hacía muy poco tiempo. Una batalla de la que el vampiro no tomó parte, la que no pudo dirigir ni elegir su curso porque abandonó su puesto antes de que empezara. Y vagaba triste, sin ganas de vivir, porque en ese mismo campo de batalla su amada perdió la vida y él no estuvo ahí para protegerla como le había prometido.

La pena embargaba todo su ser. Del vampiro fornido y valiente, presto en todo momento para dar pelea, vestido con colores militares para intimidar, solo quedaba un ser deshecho en lágrimas, que se lamentaba hasta los huesos por todo lo que hizo en su vida.

Por fin llegó hasta donde yacía el cuerpo de su amada. Su propia sangre había dado muerte al ser que él más deseaba y que no pudo volver a poseer. La multitud le abrió paso para que se encontrara con ella delante del claro del bosque. El sol estaba en su zenit, pero a él no le importaba. Levantó a la mujer del altar de madera donde la estaban velando, la tomó entre sus brazos y lanzó un grito desgarrador. "¡¿Por qué a ella?!", era lo único en lo que pensaba. Los presentes no se atrevieron a levantar la mirada.

Se inclinó ante su rostro, los años parecían no haber pasado para ella. Aún recordaba el día en que la convirtió en vampira, tenía alrededor de dieciocho años y estaba tan pálida como entonces. A excepción de que aquella noche, la moribunda Leary se negaba a ser salvada a través de sus colmillos, lo empujaba con sus pocas fuerzas; pero él sabía lo que debía hacer. Luego se excusaría diciendo que lo hizo por el bien de la corona, aunque la verdadera razón fue que no hubiera soportado el no verla por los pasillos de su castillo nunca más. De eso hacía casi dos siglos y, si bien unos años atrás ella lograra el milagro de volver a convertirse en humana, poniendo en marcha su reloj biológico nuevamente, su rostro angelical aún conservaba su frescura.

Apretó el cuerpo inerte contra su pecho y siguió llorando y gritando, no importándole quienes lo vieran u oyeran. Su dolor era más grande del que nunca pudo imaginar. No lloró así cuando sus padres fueron asesinados por sus propios súbditos, ni cuando se enteró que su primera esposa, Mila, había perecido.

En la multitud no estaba el actual novio de su amada, el muy maldito nunca fue digno de caminar a su lado, tan débil, tan desprovisto de habilidades para matar o vengar por amor.

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Avanzado el día, empezó a moverse cargando el cadáver de Leary en sus brazos. Nadie lo detuvo ni pronunció palabra en contra. Volvió al bosque, llevándose a su amada consigo. Vagó durante un tiempo más, hasta alejarse de todo rastro de muerte y sentirse agotado, entonces se sentó contra el tronco de un árbol y presionó a la mujer más contra sí, creyendo que tal vez eso disminuiría el dolor de su pecho. Pasó horas en esa posición sin hacer nada más.

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El hambre amenazaba con devorarle las entrañas, mas él no tenía fuerzas para buscar su sustento; los rugidos intestinales lo atormentaban, recordándole que todo eso era su culpa. Aunque abandonó la batalla para ocultarla de sus enemigos, en cuanto se sintió famélico, sus instintos más básicos se apoderaron de él. Ella le ofreció su sangre voluntariamente; no obstante, él quería más, la atacó, la lastimó, provocando que Leary huyera de él. Que ella se defendiera y casi lo matase le dolió menos que saber que la puso en peligro al hacerla huir. Hay quienes no lo juzgarían por obedecer a un instinto de supervivencia; pero él era el legítimo rey, tenía más de quinientos años, debería poder controlarse, y mucho más frente al objeto de su pasión.

Su llanto se renovó desconsolado. Su pecado lo llevó hasta ese punto y era justo que sufriera por ello. Pero no Leary. Ella estaba tratando de redimirse desde que se volvió humana, sin embargo, había cometido tantas fechorías siendo vampira, que él no creía que se hubiera salvado del infierno. Y pensar en que perecería toda la eternidad por su causa, le rompía aún más el corazón.

No podía permitir que eso le ocurriera. Debía hacer para salvarla de semejante destino.

De repente, recordó la leyenda sobre el lugar a donde van las almas de los no-muertos, a esperar que la lucha entre el bien y el mal acabe para que el ganador decida qué hacer con ellas, una especie de purgatorio para las almas impuras. El alma de Leary debía estar allí. Cada cultura humana tiene su versión de este sitio, y diferentes historias sobre cómo burlar sus reglas y devolverle la vida a un ser querido. Sus adivinos lo encontrarían por él, así como la encontraron a ella, y entonces haría hasta lo imposible por traerla de regreso. Se determinó a hacerlo todo después de enterrarla, esa sería su redención para con ella, y no se detendría hasta lograrlo.

Una vez tomada la decisión, secó sus lágrimas, se puso en pie, dejó el cuerpo en el suelo y empezó a cavar una tumba.

Cuando volvió a buscar el cuerpo para enterrarlo, este había desaparecido... Y todo a su alrededor comenzó a desaparecer también...

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—¡Al fin! —dijo el Enviado de la Muerte— Creí que nunca saldrías del Oblivion, y que tu amor no era tan fuerte como decías para enfrentar las pruebas del Inframundo. ¡Hubiera sido una vergüenza que el gran Lex, rey de los vampiros, fallara por pereza en la primera prueba para recuperar a su amada!

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Los Amantes Tienen su Propio Infierno (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora