Pesadillas [BakuKami KiriKami]

II. Luna: Calma testigo del pecado

Tras que acabaran los ritos religiosos Bakugō, incesante busca con su mirada volver a encontrarse con los ojos de sol, pero por más que lo intenta desde su posición ahí sentado con la jarra en la mano le era imposible. Se decide levantar y bajo su capa toma el mango de la espada envainada, cómo un reflejo del que ni se da cuenta.

Busca entre los clérigos y padres, sin decir nada, sólo inspeccionado. Pero a esas alturas más de la mitad de ellos ya se habían ido, algunos sólo se quedaban supervisando mientras que los demás volvían a la casa parroquial.

-Mierda -termina diciendo para sí a regañadientes y suelta su espada para volver con su compañero, pero aún atento a cualquier señal de aquella extraña mirada.-

-¿Qué sucede, compañero? –Kirishima acababa de terminarse otra jarra de cerveza, quien sabe cuántas llevaba ya, pero se veía reflejado en sus ojos, en su mirada perdida que el número era alto, incluso para él.- ¿Me quieres sacar a bailar? No seas tímido, solo dilo Katsuki.

-Cállate, pelo de mierda –gruñe demostrándole que no estaba de humor para sus estupideces, bueno, nunca lo estaba.- algo no está bien aquí. –alza la mirada nuevamente, intentando encontrar al sacerdote que había visto.-

-Ooohhh –se queja y lo toma del brazo, tirando de él para que se sentara nuevamente a su lado.- nos dejaron la noche libre, es el festival, podemos relajarnos un poco. Si sucede algo ambos traemos las espadas y hay más guardias por alrededor... Solo, relájate.

El rubio se queda callado, quizás, solo quizás en esta ocasión su compañero tiene razón. Es tiempo de festival, de ocio, de beber y comer como no lo harían hasta la llegada de la primavera. Aun así no bebería de más... ahora tan solo un poco de vino, porque la espina de la duda seguía clavada en él, al igual que el recuerdo de esa mirada dorada.

Habían sido menos de 5 segundos en que el carmín chocó con el oro y se habían conectado de tan extraña manera, pero había sido suficiente para dejarlo en ese estado. Ese sacerdote...

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No regresan hasta altas horas de la noche, Bakugō ayudando a Kirishima, lo tenía apoyado en su costado, pasando una mano bajo su brazo rodeándolo por la cintura para afirmarlo a él, mientras el azabache pasa el suyo por sobre los hombros del contrario; había bebido más de la cuenta.

Llegados a los dormitorios lo lanza a su respectiva cama, a los 3 segundos ya se escuchaban los ronquidos, lo deja ahí y cierra la puerta tras él para poder ir ahora al cuarto que le correspondía. Camina por el pasillo, apenas iluminado por las ventanas que mostraban la luna llena, dobla en una esquina y entonces se detiene para voltear, siente un escalofrío.

-... -no dice nada, planea seguir caminando a su habitación. Dados dos pasos siente un frio recorrer toda su columna vertebral desde la nuca hasta la pelvis.-

Se da vuelta nuevamente y se aproxima a la pared más cercana, no ve nada, regresa la vista al pasillo y ve su puerta, decide continuar con su camino. Abre rápido y cierra de igual forma nada más entrar para soltar un suspiro del alma, de esos que liberan hasta la tensión retenida en tus músculos. Se comienza a desnudar, deja todo tirado en el piso, no tenía ánimos de ponerse a ordenar ahora. Quedando tan solo con sus pantaloncillos beige que llegan hasta poco más debajo de las rodillas –ropa interior de la época- se lanza boca arriba a la cama para intentar dormir.

Somnoliento y cansado no puede dormir, aun si cierra los ojos y cuenta ovejas no puede. Gruñe para sí mismo en sus pensamientos y se voltea, para ver por la venta que no tenía cortinas; a través del cristal la luna lo acompañaba, también las estrellas. Definitivamente son más relajantes que contar putas ovejas saltando porque si y ya. Ahora si puede cerrar los ojos y caer en un sueño.