CAPÍTULO SESENTA Y CUATRO

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Mor lo estaba mirando con una ceja alzada. A su lado, Amren se limaba las uñas.

―¿Hablas enserio? ―preguntó la primera, casi riéndose―. ¿Me estás diciendo que no sabes que regalarle a tu compañera?

Amren levantó la vista, ladeó la cabeza y volvió su atención a sus uñas.

Azriel se sentía como un tonto.

―No ―dijo, rascándose la nuca―. No es que no sepa, pero nunca hemos sido de intercambiar regalos y no quiero arruinarlo.

―Podrías regalarle lencería ―comentó Amren, encogiéndose de hombros―. O joyas, eso funciona con cualquiera.

―Funciona contigo ―le espetó Mor―. Y no le regalarás eso.

―No pensaba hacerlo ―de hecho había pensando en una daga, a Brina le encantaban. Luego se dio cuenta de que tenía más de las que podía contar y que no se trataba de nada especial. Azriel quería algo único, después de todo era el primer regalo que le hacía como su compañero. O el primer regalo que le hacía en realidad.

Mor chasqueó la lengua.

―Bien, tenemos trabajo que hacer.

Se dirigieron a la ciudad. Mor lo hizo entrar y salir de un montón de tiendas, le señaló una cantidad ridícula de cosas que podrían haber servido para complacer a Brina: cuchillas, vestidos, lencería ―a Azriel no le había hecho mucha gracia las miradas de las dependientas― y un extraño juego de platos que según su amiga la haría muy feliz. Nada de eso parecía ser suficiente para él, que seguía buscando un regalo único.

―No sé porque se preocupa ―dijo Amren una vez se pararon en un puesto de chocolate caliente. Mor lo había hecho pagar todo, a pesar de que él se había quejado de no querer nada―. ¿Acaso ella no le va a regalar un...? ¡Auch! ¿Acabas de golpearme?

Mor sonreía, negando con la cabeza.

―¿Yo? Sería incapaz ―le dio un mordisco a su bollo azucarado.

―¿Brina piensa regalarme algo? ―preguntó él, mirando su taza de chocolate humeante. Nunca había probado algo como eso, ¿sabría bien?

―No ―se apresuró a decir la rubia, limpiándose los labios con una servilleta―. Y no te desvíes del tema, todavía no hemos encontrado nada.

―Ya les dije yo, una joya es el regalo perfecto ―bufó Amren, mirando el carrito de dulces con el ceño fruncido.

Azriel le dio un sorbo a su chocolate. Bueno, eso sabía bien. ¿Y si le regalaba a Brina un carrito de dulces? Eso la habría hecho muy feliz.

―Creo que tienes razón ―dijo en cambio. Su compañera no usaba ninguna joya, a menos que esta estuviera incrustada en un arma letal, pero Azriel tenía algo en mente.

―Bien, eso podría servir ―asintió Mor, terminando su bollo.

En la joyería encontraron el regalo perfecto, aunque la dependienta coqueteó descaradamente con él durante todo el rato. Se le insinuó mientras desplegaba la colección de anillos, le rozó los brazos por un rato demasiado largo cuando sacó los collares y le guiñó un ojo cuando se fue a buscar la cajita donde guardar la compra.

―Gracias ―le dijo cuando ella le tendió la bolsa. Tenía una sonrisa de oreja a oreja y se había sonrojado―, a mi compañera le encantará.

Amren, que miraba los zafiros del escaparate, dejó escapar un bufido que podría haber sido una risa. Mor se mordió un labio, mirando en otra dirección.

La dependienta palideció.

―¿Tienes una compañera? ―logró balbucear. Sus ojos se movieron en dirección a la fae rubia.

―Oh, no me mires a mí ―dijo ella, negando.

―Tal vez la conozcas ―agregó Amren, inclinándose hacia un diamante. Lo inspeccionó con ojo crítico antes de sonreír―. Le dicen la verdugo si mal no recuerdo.

La pobre dependienta se volvió más blanca que el papel. Balbuceó algo parecido a una disculpa y salió disparada hacia el fondo de la joyería.

Azriel se aferró a la bolsa, frunciendo el ceño en dirección a las dos faes.

―No hacía falta que le dijeras eso.

―Fue divertido ―se encogió de hombros Amren.

Cuando salieron de la tienda, Azriel pensó en dirigirse hacia el carrito de dulces por un segundo vaso de chocolate caliente. Entonces sus sombras le susurraron algo; apenas una cosita de nada que lo hizo detenerse en medio de la calle, todavía con la bolsa entre sus manos.

―Tenemos que irnos ―rugió, las sombras envolviéndole el rostro. No dejaban de susurrarle.

―¿Qué sucede?

―Amarantha está en la ciudad Hewn, quiere una audiencia con Rhys.

―¿Qué?

―Se ha presentado allí exigiendo ver al Alto Señor.

Amren gruñó.

―Mierda.

Una corte de sombras y sueños ― AzrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora