CAPÍTULO VEINTICUATRO

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Brina tuvo que esperar hasta que todas las mujeres estuvieran dormidas para marcharse. Después de tantos años haciéndolo en el campamento, era toda una experta en desaparecer sin hacer ruido alguno. Ayudaba bastante que ellas tuvieran una audición muy pobre.

Azriel apareció a su lado en un segundo. Seguramente la había seguido todo el camino, envuelto en esas sombras suyas que tan raras eran. No es como si le importase, porque estaba acostumbrada y, hasta cierto punto, le parecían encantadoras.

O tal vez era él quien le pareciese encantador.

―Bien ―dijo, frotándose las manos―. Entremos.

Sintió la mano de Azriel rodearla por la cintura antes de que las sombras los envolvieron. Cerró los ojos y respiró tres veces, intentando serenarse lo mejor posible; no porque el toque le trajera recuerdos que quería borrar, sino porque le recordaba cuán lejos se hallaban el uno del otro. Ambos enamorados de personas distintas, ella de él y él, de Mor.

Para cuando abrió los ojos de nuevo, se encontraban dentro del taller.

Era mucho más grande de lo que parecía por fuera, a pesar de que cada centímetro estaba cubierto por armas. En la parte más alejada, separadas por unas puertas de vidrio, se encontraban las máquinas de producción. Luego, esparcidas en filas y más filas, mesas larguísimas contenían todas las armas que el Alto Señor estaba produciendo: boleadoras, espadas, flechas, arcos, guadañas y una cantidad impensable de dagas.

―Se está preparando para la guerra ―dijo en tono sombrío. Azriel simplemente permaneció en silencio―. Tenemos que encontrar una forma de evacuar este lugar antes de que eso pase.

Él la miró, alzando ambas cejas.

―¿Qué?

―No podemos dejar a estos humanos aquí si una guerra se avecina ―explicó, como si fuera lo más obvio―. Pensaba hablar con Rhys más tarde, pero tenemos que encontrar la forma de devolverlos con sus familias.

―¿Y cómo piensas hacer eso exactamente?

―No lo sé, pero algo se nos ocurrirá ―se enderezó, mirando a su alrededor con el ceño fruncido―. Ahora, tenemos que ver una forma de romper esas máquinas ―se señaló las puertas de vidrio, que alguien había dejado abiertas―. Pero tiene que ser una manera que no resulte evidente, porque si no los azotarán.

―¿De qué estás hablando? ―preguntó Az, abriéndose paso entre las puertas.

―Si algo se rompe o estropea, los que pagan son los esclavos ―más bajo agregó:―. Sé bastante sobre eso.

El shadowsinger se detuvo abruptamente, sus sifones brillando.

―¿Qué quieres decir con eso? ―gruñó, claramente molesto.

Brina no supo si decirle la verdad o no. No quería ver que era lo que podía llegar a hacer si se enojaba, a pesar de que no era la gran cosa. Sí, la había azotado, pero la culpa había sido suya. Se lo merecía por arruinar la máquina y el brazo de la zapatera.

―Necesitaba una forma de entrar a la mansión ―dijo, optando por la verdad―. Tuve que encontrar una forma de reemplazar a una de las esclavas y...bueno...no es importante. Un par de cicatrices no son nada.

Azriel ni siquiera se giró cuando dijo:

―Claro que lo son.

Ella reparó en el error que había cometido demasiado tarde.

Ambos se movieron entre las máquinas sin decirse nada, Brina ni siquiera sabía como disculparse por lo que había dicho. ¿Cómo se le ocurría decir algo de ese estilo cuando él estaba lleno de cicatrices? ¿Cuándo conocía el dolor de un castigo?

Se sentía torpe e idiota, pero lo mejor que podía hacer era seguir con su trabajo.

Al final, encontró una falla en una de las máquinas, un pequeño goteo que habría pasado desapercibido para cualquiera. Si se estropeaba, la producción se vería forzada a parar al menos por unos días, y a pesar de que no era mucho, le serviría para conseguir más detalles acerca de los planes del Alto Señor.

―Az, ven aquí ―le dijo, agachándose para ver mejor de donde venía el goteo―. Ayúdame con esto.

Él apareció a su lado en menos de un segundo, inclinándose hacia la máquina con aire pensativo. Estiró las manos, tiró de una palanca y desencajó la pieza, que cayó con un golpe seco. Un líquido verduzco comenzó a caer a grandes cantidades, formando un charco a sus pies.

Brina se alejó de un brinco. Azriel intentó encajar la pieza de nuevo, de forma que pareciera que se había salido sola.

―Creo que eso bastará ―dijo, limpiándose en los pantalones del traje―. Pero me temo que si lo que me has dicho es cierto, alguien será castigado por esto.

Con un suspiro, se quedó mirando el charco.

―¿Crees que pueda salvarlos?

Al principio Az no dijo nada, se quedó ausente mientras miraba la pieza colgante. Después, lentamente, estiró una mano todavía manchada y le acarició la mejilla; fue un gesto suave, tan delicado que cualquiera habría pensado que estaba manipulando algo frágil y quebradizo.

―Puedes hacer cualquier cosa que te propongas, Bri ―susurró, mirándola con una tímida sonrisa―. Eres la persona más increíble que conocí alguna vez y por ello, serás capaz de salvarlos a todos.

―¿Pero que pasa si no lo logro?

―Si no puedes sola, necesitarás a alguien que te ayude―cuando ella se giró para enfrentarlo, su mano estuvo a punto de alejarse. Pero hubo algo en su mirada que lo hizo quedarse, que lo llevó a acariciar las comisuras de sus labios.

―¿Y tú lo harás? ¿Me ayudarás?

―Por supuesto que sí.

Una corte de sombras y sueños ― AzrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora