CAPÍTULO SESENTA Y SIETE

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Brina lo había despertado esa noche entre sacudidas y susurros. Azriel, que había pasado una semana agotadora, simplemente quería ignorarla. Lo hizo, al menos por los primeros treinta minutos en que ella se levantó y se movió alrededor de la habitación intentando hacer el mínimo ruido; abrió el closet unas tres veces, revolvió el tocador unas cinco y salió hacia el pasillo unas diez. Él se dio la vuelta e hizo de cuenta de que nada estaba pasando, a pesar de que sabía que en cualquier momento aparecería para despertarlo.

No se equivocó.

―Amor, espero que esto sea bueno ―le dijo, tapándose con las sábanas. No necesitaba verla para saber que estaba sonriendo.

―Hoy habrá una lluvia de estrellas.

―¿Y?

―Pensé que sería muy romántico si nos casaramos hoy.

―¿Por qué hay una lluvia de estrellas? Amor, son las tres de la mañana.

―De hecho son las dos, tenemos al menos una hora para alistarnos.

―Porque hay una lluvia de estrellas.

Brina bufó. Se movió hasta sentarse en su lado de la cama.

―Conseguí una sacerdotisa que está dispuesta a casarnos. Solo tenemos que pasar a buscarla.

―¿Por qué no esperar? Pensé que lo haríamos cuando todos estuviéramos listos.

―Podremos volver a casarnos entonces, pero ahora es el momento.

―¿Y cómo estás tan segura que es el momento?

―Porque también marca el día que nos conocimos por primera vez.

Ahora sí tenía su atención. Apartando la sábana, Azriel abrió un ojo para mirarla. Brina estaba enfrente suyo, sonriente incluso en la oscuridad. Se había cambiado el pijama por un sencillo vestido blanco de falda ancha y escote en v. El cabello lo tenía peinado en una larga trenza a la que le había agregado margaritas.

Azriel no podía decirle que no a casarse cuando se veía así de hermosa. Tal vez como recompensa podría arrancarle ese vestido más tarde.

―Una hora ―repitió mientras se levantaba.

―Tenemos que pasar a buscar a la sacerdotisa.

―Mor se va a enojar.

―Ya he preparado los sobornos, tú tranquilo.

―¿Por eso has salido diez veces de la habitación?

―Oh no eso fue para conseguir las margaritas.

Él la miró, se estaba poniendo los zapatos.

―Brina, el jardín más cercano está abajo.

―Lo sé.

―Son diez mil escalones ―tomó el traje que ella le había dejado a los pies de la cama―. ¿Me estás diciendo que bajaste todo eso a mitad de la noche por unas margaritas?

―A ti te gustan las margaritas ―se levantó de un salto, se acercó hasta el espejo del tocador y se inclinó para comprobar que su peinado seguía en orden.

―Estás loca ―negó él, aunque no podía dejar de sonreír.

―Oh, nunca dejes de sonreír ―le dijo ella, volteándose para ayudarlo con la chaqueta―. Te ves guapo.

―Lo dudo, son las dos de la mañana, nadie se ve guapo a esta hora.

―Tú sí ―aseguró, besándolo―. Además, cuando sonríes te ves diez veces más guapo.

Una corte de sombras y sueños ― AzrielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora